Parecía que el sectarismo de la cancelación cristiana debía desaparecer con la derrota de Colau y los restos reencarnados de Iniciativa per Catalunya en el gobierno municipal de Barcelona. No ha sido así. El alcalde socialista, Jaume Collboni, actúa con el mismo afán excluyente, en términos que han multiplicado el escándalo:
El periódico La Vanguardia informó el sábado pasado que el Ayuntamiento había puesto fin a la práctica de Colau de censurar la información sobre la misa en honor a la copatrona de Barcelona, la Virgen de la Merced (Santa Eulalia es la otra patrona), en el programa municipal. Una extensa referencia en la que figuran centenares de actos, unos municipales y otros de diversas entidades: 500 en la edición actual. Todo tiene cabida, menos la indicación de que el día 24, a las 10:30 horas, tendrá lugar el oficio de celebración de la Virgen de la Merced. Este evento estaba censurado por Colau.
Parecía que las cosas volvían a la normalidad con Collboni, pero no. Apenas transcurridas 24 horas, surgió un desmentido de la propia Alcaldía, en el que Jaume Collboni explicaba que se trataba de un “error técnico” y que la ceremonia religiosa continuaba fuera del programa informativo.
Collboni empeoraba todavía más la situación con unas precisiones sobre la incompatibilidad de la celebración mercedaria en una fiesta “popular y laica”, como si hubiera algo más popular que la celebración, que se remonta a la Edad Media, de la patrona de la ciudad. Esta gente parece olvidarse de que la fiesta mayor tiene su origen y desarrollo en ella. Solo por un elemental respeto a la tradición y a la cultura popular, no solo debería formar parte del programa, sino ocupar un lugar destacado en él. Es escandalosa esta cancelación, que no solo es religiosa, sino también cultural, popular y tradicional. La gente no sabe qué se celebra, y los poderes políticos no desean que se sepa, a pesar de que más del 30% de la población de la ciudad es de origen extranjero. Quieren no una fiesta ciudadana con sentido, sino el sinsentido de la fiesta, y claro, el resultado está a la vista: lo que tendría que ser una celebración convivencial de la comunidad se convierte en desmadre y daños a los bienes públicos.
Después, los mismos sujetos socialistas hablarán de inclusión y respeto, mientras se dedican a censurar lo que no les gusta: lo católico en su dimensión de fe y de cultura. Con esto, lo que hacen es desmoronar el propio país: sin raíces, sin fuentes culturales, sin hijos, con un envejecimiento galopante y con una inmigración masiva. ¿Se quiere una mezcla más explosiva? Son fanáticos y sectarios, y no les interesa la realidad ni les interesamos nosotros, el pueblo; solo les importa detentar el poder e imponer sus absurdas censuras.
Luego, el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, se referirá al humanismo cristiano desde el otro lado de la Plaza de Sant Jaume, donde está la Generalitat, frente al Ayuntamiento. ¿Cómo encaja todo esto? Porque Illa, además de presidente, es el secretario general de los socialistas. ¿Hay acaso dos partidos socialistas, uno del humanismo cristiano y otro de la exclusión religiosa? Sería bueno que tal cosa fuera cierta, pero los hechos apuntan en otra dirección. No solo por el escándalo de Collboni y la celebración de la Merced, sino porque el propio Illa, para ser presidente, firmó un pacto con ERC en el que se reafirma la apuesta republicana para liquidar el concierto a las escuelas, básicamente religiosas, que ofrecen educación diferenciada. No, no son dos partidos. Es el mismo de siempre: el de Zapatero y Sánchez, el de Largo Caballero como memoria histórica, el de Illa y Collboni, aliado de Colau hasta que pudo aplicarle el aguijón y hundirla en el río de la política.
Son oportunistas y dirán lo que les convenga. Incluso Collboni se presentará a la “misa fantasma” para que le rindan aplausos y pleitesía como alcalde.
Son sepulcros blanqueados en versión posmoderna.
