Según la legislación española y la de otros países, el aborto es un derecho. Esta idea puede ser criticada bajo la premisa que lo que debe darse para el bien humano es el derecho a nacer, y que en todo caso el aborto será una posibilidad constreñida bajo determinados supuestos de necesidad, que no vulneren el principio de que la vida humana es lo primero.
Es una contradicción que nuestra sociedad se preocupe por la manera de morir, y este es el debate entre cuidados paliativos y eutanasia. Dos formas distintas de concebir el final de la vida, con un denominador común: la consecución de la muerte con el menor sufrimiento posible, mientras que por otra parte se olvide, silencie, deje reducido a la nada, el principio de la vida: el nacimiento. Al actuar así la sociedad desvinculada acentúa uno de sus males que irradia en todo los sentidos. Lo importante es lo mío (cómo moriré), y el otro debe acomodarse a mi interés (el que ha de nacer, que no soy yo). Sobre ese egoísmo se construye y justifica bajo teorías diversas, también económicas, una sociedad que inspira frustración y rechazo en la mayoría, sin que se atine a descender a las raíces que lo causa: Solo lo mío importa; yo me realizo solo en la satisfacción de mis deseos; el deseo fundamental es la cupiditas, la posesión del otro, de bienes, de poder. En esta lógica del deseo sin límites resulta evidente que el deseo sexual marque la pauta: poderoso porque está ligado a la especie, casi ilimitado en el ser humano porque no está restringido por el celo. En este sentido, nuestra sociedad tecnológica y científica, y en este caso pretendidamente racional, es la mas sujeta a las pasiones de los deseos primarios de toda nuestra historia.
El derecho a nacer es el fundador de todos los demás derechos, porque sin él no existe sujeto que pueda ejercerlo. No pueden existir derechos humanos sin derecho a la vida, que comporta tres especificidades, al nacimiento, a una vida y a una muerte digna.
Pero no es sobre el aborto y su consideración como derecho, o no, sobre lo que ahora queremos centrar el foco, sino sobre sus límites. Es decir, apuntamos a quienes lo defienden como tal derecho. Y la pregunta a todos ellos es si es un derecho ilimitado. La respuesta es que obviamente no lo es, porque ningún derecho dispone de tal condición. Todos están limitados por otros derechos, y por los bienes comunes y generales. Si la libertad de expresión, de manifestación, el derecho a la huelga, que son derechos de primer orden, fundamentales, están sujetos a límites, ¿cómo no va a estarlo el aborto? La verificación de que esto es así es la regulación a la que se encuentra sometido, de plazos y de supuestos.
Por consiguiente, la legislación sobre el aborto de acuerdo con sus partidarios está limitada. Resuelta esta primera condición, pasemos a la segunda. ¿En nuestra sociedad puede aceptarse la eugenesia? La respuesta es que no. Esa fue una tentación de las sociedades democráticas, Estados Unidos, Suecia, Canadá y muchos otros durante el primer tercio del siglo XX muy relacionada con el darwinismo social, que sostiene la necesidad de la mejora de la humanidad, impidiendo la reproducción de los imperfectos. Fue llevada a su extremo por la Alemania nazi con el programa Aktion T4, y por esta causa y por su derrota y descubrimiento de los crímenes conocidos, llevaron a la estigmatización de aquella visión tan inhumana de la humanidad, tan desvinculada, digámoslo así.
A pesar de ello la legislación permite, y es ampliamente practicado, el aborto eugenésico. Se mata al que ha de nacer porque sufre síndrome de Down, por malformaciones diversas que en ningún caso impiden la vida, incluso un labio leporino justifica el aborto. Esto es eugenesia pura y dura. Se puede argumentar que se hace porque aquella familia no puede soportar la carga de atenciones y cuidados a que pueda dar lugar, en definitiva, económica. Bien, pero en la legislación no hay ningún límite en razón de la renta, porque es evidente que tal losa es asumible por una parte de la población. Pero no es esa la cuestión principal. De lo que se trata es que el Estado del bienestar asuma el coste de estas vidas, en una medida proporcionada a las necesidades de cada maternidad, de cada familia. Ese es el debate. Nadie tiene derecho a negar la vida por una imperfección, excepto si esta es tan grave que hará inviable la vida del recién nacido. No solo eso, si los padres no se consideran preparados para atender a esta criatura a pesar de la ayuda económica suficiente, debe ser posible la acogida y adopción por parte de otras familias y organizaciones que gozaran de las ayudas necesarias. La emotividad de un hecho no puede justificar en ningún caso la muerte de nadie.
En una sociedad como la nuestra, en la que se ha perdido la batalla de la opinión por la vida, presentar batallas frontales a todo o nada solo sirve para continuar perdiendo. Es necesario empezar la transformación de las mentalidades empezando por aspectos concretos, y en nuestro caso, la gran batalla cultural y política que debe darse es la de la erradicación del aborto eugenésico.