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Efecto halo

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Se habla mucho del éxito, del dinero, de la fama… y de cómo llegar a ellos, pues muchas personas aspiran a tener una pisada potente, que deje huella, para así conseguir el mayor efecto para su discurso y su bolsillo. Y a todos nos gusta gustar.

¿Cuál es el proceso? Pareciera como si una persona buena, inteligente, trabajadora y de buen trato hubiera de conseguir lo que se propusiera en cualquier circunstancia, pero no es así. La experiencia enseña que personas despreciables les pasan delante en el camino hacia eso que hemos llamado éxito. ¿Qué sucede? Hay otros factores que inciden en él, y el primero de todos es una buena primera impresión. Es la fuerza cuasi irrevocable de la primera impresión. Es el llamado “efecto halo”, que, si tanto efecto tiene, habrá que estudiarlo… y aplicarlo.

Ante todo, hay que advertir que todo lo apuntado hasta aquí puede ser aplicado para bien o para mal, con buena intención o con segundas solapancias. Porque todos conocemos personas que habiendo conseguido una buena primera impresión, un discurso aparentemente atractivo y seductor, una penetración de espíritus… en el momento en que se cuecen las habas, revientan. Su grupo se siente decepcionado, y todo acaba en un magno bluf.

Es ley de vida. Una vez tras otra advertimos que el ser despreciable, por ser mentiroso, es incoherente, y con la incoherencia y el falso halago se recorre un pequeño tramo del camino, pero no se llega a término si no es por el empuje de toda la maquinaria de favor que las sectas, como grupo de presión, llevan a cabo para colocar a sus líderes en el lugar oportuno para dominar la situación, y con ello el mundo. El dinero fácil y sucio, el poder corrupto y oculto y los medios de comunicación pervertidos y vendidos ayudan mucho y mucho en ese proceso de colocación de líderes, y por este motivo −porque unos y otros proliferan−, nuestro mundo está siendo sometido por líderes falsos y de humanidad degenerada, puros psicopatrás (léase, para más delicadeza y clasicismo, “psicópatas”), que son aquellos que imponen su cuerpo y su ley a costa, si posible fuera, de la Verdad. No obstante, la Verdad, por más que tarde en emerger, siempre vence. Y cuando vence es irrevocable… más allá de la primera impresión.

Reventón de sabor amargo

Y el líder revienta. ¿Qué ha sucedido? Su grupo −desengañado por la propia inconsistencia del traidor, por su falta de integridad− ha advertido su gran mentira, a menos que el propio grupo esté tan podrido y hasta tan paranoico que le deje pasar a su líder todo tipo de mamarrachadas, por las que −por activa o por pasiva, aunque a menudo sea más que tarde por cambio de época− el grupo acabe sufriendo la mentira en carne propia a consecuencia de la fuerza de la gravedad de la actitud del líder, de manera que acaben todos en pelota picada, o, puestos a decir, in albis: perdidos y desconcertados, desprotegidos y ansiosos de protección; esa protección que solo la Verdad puede proporcionar. ¿Era eso lo que buscaban? ¡Jamás, ahora lo lamentan!

Efectivamente, el líder falso, impuesto o autoimpuesto, puede embaucar y dominar, pero jamás dirigir, ni mucho menos llevar a buen puerto. Es el líder enmascarado que manipula, es la pompa de jabón que sube y sube, pero en su cénit revienta. Ha llegado el cambio. Es la fuerza de la Verdad. Es el peso de la cruz, que acaba en resurrección: emerge el preeminente triunfador que parecía perdido, y el falso líder pasa −de la noche a la mañana− de ser aclamado a ser odiado. ¿Cómo puede ser? Se había “olvidado” de vivir y proyectar la Verdad. Había mentido. Y con la mentira le cayó la losa encima, la Justicia de Dios, que es implacable.

Habrá que volver a empezar, esa es la historia del hombre y la mujer sobre la Tierra: comenzar, caer y recomenzar. Vivir en la carne. La vida del espíritu continuará al otro lado del velo, y ya no habrá apelación posible a ninguna obra vana desarrollada en la carne que no haya sido perdonada: solo existirá el Amor. Viviremos en Dios −como ahora−, pero de Verdad.

Twitter: @jordimariada

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