Ningún educador discute hoy en día la importancia del desarrollo del lenguaje en la educación de la persona. Ahora bien, eso no impide para que esta necesidad se aborde desde respuestas bien distintas unas de otras.
En realidad, bien pensado, normalmente antes de los 3 años en el niño ha ocurrido un verdadero milagro, ¡la conquista del lenguaje! Nada más y nada menos que la adquisición de lo más específicamente humano, el lenguaje.
Claro, hoy en día no faltará quien discuta esta afirmación, aludiendo a la comunicación de los animales. Pues bien, sin cuestionar esa capacidad, conviene diferenciar, porque los animales no pasan de eso, de mera comunicación, mientras que el hombre es el único ser capaz de dotar de significado a su comunicación, a su lenguaje. Más allá de esta diferencia esencial, cualquiera que dedique un mínimo esfuerzo a comparar de manera objetiva la riqueza del lenguaje de las personas con la pobreza del repertorio empleado por los animales —por muy admirable, hermoso y emocionante que este pueda ser— no tendrá mayor inconveniente en admitir que la barrera no es meramente cuantitativa, sino que claramente estamos ante “otra cosa”.
Lo admirable es que en el niño todo esto ocurre y culmina de alguna manera en muy poco tiempo desde su nacimiento, por no hablar de la etapa prenatal
Lo admirable es que en el niño todo esto ocurre y culmina de alguna manera en muy poco tiempo desde su nacimiento, por no hablar de la etapa prenatal. Y durante sus primeros años de vida el niño adquiere, en mayor o menor medida, un dominio asombroso del lenguaje. Julián Marías (1) explicó el proceso con gran lucidez y concisión:
“El paso decisivo, es la instalación en la lengua, una de las primeras de la vida humana. El niño toma posesión de ella, la recorre, ensaya, practica, actualiza en múltiples direcciones. Hay casos en que siente una especie de embriaguez de la palabra, se abandona a su flujo, vive en su elemento. Para él, vivir es sobre todo hablar. En el otro extremo está el niño taciturno, silencioso, que no dice una palabra; y habría que preguntarse por qué”.
Por supuesto, el desarrollo del lenguaje, y lo que vengo a llamar conquista del lenguaje —insisto en este término, porque no encuentro uno más adecuado, que no reste relevancia al hallazgo— contribuyen en el niño al impulso y desarrollo de su capacidad intelectual: la verbalización de cosas, hechos, circunstancias, preguntas, favorece la generación de ideas, el desarrollo del pensamiento, de la inteligencia. Estamos de nuevo ante una capacidad netamente intelectual —¿quién ha dicho que los animales tienen inteligencia? — y absolutamente exclusiva del ser humano. Continúa el filósofo vallisoletano:
“Por qué. Es lo que pregunta el niño incesantemente, hacia los dos años, tal vez antes. Y casi al mismo tiempo surge el para qué, con lo cual se completa el esquema de la racionalidad, el motivo, la finalidad o proyecto, la forma real de articulación de la vida humana como justificación de sí misma”.
el reto de ganarse la atención de un grupo de alumnos acostumbrados a otorgar su atención a una pantalla no es un tema menor
A estas alturas, creo que podemos comprender que el proceso no es como para tomárselo a broma. Ahora bien, el educador se encuentra hoy en día con dificultades enormes. Centrándonos en el ámbito escolar, sin ir más lejos, cualquier maestro sabe lo que es enfrentarse al enorme reto de captar la atención en el aula de un grupo de alumnos que están con aparatos electrónicos sobre las mesas. Y sin llegar a ese extremo, en el supuesto de no tener en ese momento dispositivos electrónicos a mano, el reto de ganarse la atención de un grupo de alumnos acostumbrados a otorgar su atención a una pantalla no es un tema menor.
Esto en el ámbito escolar, porque en el entorno familiar el problema sigue por las tardes, y es que en las casas cada vez se dialoga menos. Ya prácticamente no se come en familia, es imposible, ya se sabe; pero tampoco se cuida el momento de la cena con la debida “ceremonia”, procurando que sea un tiempo de encuentro, de escucha, de poner en común el día de cada miembro del hogar. ¡Momento de hacer familia! Y recogida la mesa, ¿acaso se habla en el salón de las casas?, ¿de verdad creemos que lo que mayormente se hace en los hogares es hablar unos con otros, escucharnos, prestar atención al hermano, a la esposa, al abuelo?
En fin, creo que cada uno podemos y debemos reflexionar sobre el asunto.
Lo que tengo claro es que me parece casi imposible exagerar la importancia del lenguaje en el terreno de la educación, de la formación de la persona, hasta el punto de que me atrevo a afirmar con rotundidad que educar es una tarea que, básicamente, se reduce a aprender a hablar.
(1) J.Marías. Mapa del mundo personal. ALIANZA. Madrid 1993.
Normalmente, antes de los 3 años, en el niño ha ocurrido un verdadero milagro, ¡la conquista del lenguaje! Share on X