Si todo lo que leemos en las redes sociales nos torpedea con estímulos positivos periódicos de dopamina pero no los ponemos en práctica, nos sentimos pletóricos a ráfagas porque nuestro cerebro se oxigena a trompicones: subimos, bajamos, subimos… Nuestra “experiencia” es “de sensación” es el súmmum de la “iluminación”, sin más meta que sentir la “plenitud” del “integrarse” en el propio mar de estímulos; “disfrutar” del “trayecto”, como en unas montañas rusas… en compañía de otros seres anónimos que tienen nombre pero no apellido, hasta que nos sumergimos tanto en ese mar surrealista, que nos ahogamos.
¿Cómo es posible, si estoy poniendo en ello toda mi voluntad y buena fe, sin hacer daño a nadie? Porque esos estímulos no contienen para nuestro intelecto sentido en sí mismos, ni lo proporcionan: solo nos inflaman a destellos, como las llamaradas de una hoguera que quema todo lo que le echamos. Y nuestra conciencia arde y se entenebrece hasta finir en una explosión de morbosidad de vacío existencial que a veces acaba en suicidio o conductas criminales.
Llega entonces la depresión anunciada por las personas de bien que nos avisaban de nuestro desvarío, y como nuestro cerebro no conserva conexión alguna entre todos los estímulos pretéritos, la sensación que sentimos es el ahogo de una turbación vertiginosa, trance que sufrimos como si estuviéramos colgados de una ramita sobre el abismo… o de caída al vacío mismo.
El problema se agrava cuando experimentamos en carne viva que estamos perdidos, disueltos en un sin-lugar sin-nombre entre la masa amorfa de grupos o individuos que como grumos en disolución deambulan por nuestra existencia por pura inercia y que cada vez nos aprisionan más (mentalismo; supra, hiper e hiporrealismo, esoterismo, pseudoterapias… todo tipo de prácticas sin base “científica” que nos inflan el ego, placenteras solo porque son vanas y centradas en nuestro yo disuelto). El resultado es que no encajamos con nada ni nadie que siga un discurso lógico; en nuestra existencia todo funciona a destellos inconexos aparentemente anodinos, pero esclavizantes: y acaban pidiéndonos un apostolado activo e ímprobo de nuestra vivencia irreal.
Implicaciones retardadas
Cuando aparecen las conductas más o menos criminales −siempre con la etiqueta de la pretendida cientificidad altruista−, deambulamos como un autómata. La primera de todas ellas es la imposición autoafirmativa de la propia voluntad, que viene “avalada” por la etiqueta correspondiente de “positiva”, “justa”, “inocua”… Y no nos damos cuenta de que nos esclaviza más, porque de su satisfactoria resolución depende nuestra existencia toda y nuestro sentido de la vida, lo cual nos “demuestra” que estamos obrando bien y “a conciencia” para la salvación de la Humanidad.
Como consecuencia del final sentenciado, todo se vuelve de una claridad en que reina el negro, puesto que se resiente nuestra visión de la vida real (que pasa a ser nuestra amenaza) y nuestras relaciones con las personas que nos cuestionan y que piensan distinto que nosotros (que se convierten en nuestras enemigas, incluso no declaradas, con una sonrisita y el golpecito en el hombro de rigor) solo se basan en la ignoración.
A veces, por Providencia divina −como parte por lo demás evidente (visto desde fuera) de nuestro cambio de agujas en manos del Dios que nos creó−, tras el crac o incluso en él, nos topamos con una persona que nos quiere bien y con ideas claras nos da la mano y nos explica con mucha paciencia y virtud, que habíamos fallado en ir por este mundo cruel sin la protección de la fe en el Dios Uno y Trino anunciado por Jesús −el Cristo que ha de venir−, y nos encamina −como ciego que accede a ciegas a la ayuda de un extraño−, al camino correcto que deberíamos haber tomado desde el principio.
Así observamos poco a poco lo lejos que estaba de la Verdad el camino a que nos llevó nuestro postureo y la comparación con nuestros semejantes, al tiempo que nos da la fuerza y la sabiduría para enfrentar todos los demonios que aparezcan en nuestro camino. Advertimos que nos había faltado la fe de la infancia en nuestro Padre del Cielo para no poner en práctica las enseñanzas delicuescentes de la falsa ciencia, y rectificamos con una revisión de vida ante Dios Todopoderoso, “clemente y misericordioso” (Sal 145,8). En Él sí que hallamos la Verdad, y la Verdad nos libera de todos nuestros males: nos hace libres (Cfr. Jn 8,31-32)… y nos entregamos a ella. ¡Bendita sea!
Twitter: @jordimariada
El resultado es que no encajamos con nada ni nadie que siga un discurso lógico; en nuestra existencia todo funciona a destellos inconexos aparentemente anodinos, pero esclavizantes Share on X