Con el lema “Cambia el Mundo”, apareció el Domund 2018. Como digo a mis hijos, esta Jornada mueve la generosidad de muchos. Se celebra desde 1926, cuando lo instituyó el Papa Pío XI para ayudar a las “Obras Misionales Pontificias”. Su finalidad es triple: la toma de conciencia de todos los católicos, de la común responsabilidad en la misión evangelizadora de la Iglesia; orar por las misiones y los misioneros; recabar fondos para los proyectos pastorales y de creación y mantenimiento de obras educativas y sociales en territorios de misión, zonas, generalmente, deprimidas. En esos lugares, la Iglesia cuenta, hoy, con unas 119.000 instituciones educativas y unas 27.000 instituciones sociales. De la labor de los misioneros, da cumplida cuenta la carta de un Obispo de Papua Nueva Guinea, Monseñor Rochus Tatami, a los Misioneros del Sagrado Corazón, a cuya orden él pertenece. Les agradece su actuación como “diplomáticos” ante las autoridades civiles para defender, a favor del pueblo, los “derechos humanos y de libertad religiosa”; su mediación para la “reconciliación de las tribus que estaban en guerra”; la construcción de “iglesias, hospitales, carreteras, puentes y puertos”; haber ejercido de “maestros”, enseñando a “leer y a escribir”; el haberles dado “al Dios del amor que les llena de esperanza“ (…); también, haber “dado la vida” por el pueblo, “a menudo misioneros muy jóvenes de la “Provincia de Francia-Suiza y España”. Como dice el Papa Francisco, _“la propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos, dilatados por el amor”_.
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