Comparto contigo una idea. Parece que todos estamos haciendo como si el dolor que ha traído el coronavirus no existe. Más allá de nuestras conversaciones privadas, en el debate público se habla mucho de los aspectos técnicos del virus, de la vacunación, de datos siempre representados en números, de medidas… pero nunca del dolor.
Esta idea está promovida desde el poder político, siempre preocupados por un lado en ganar votos y por otro en no perderlos. Los que han tenido responsabilidades en la gestión no quieren que exista la representación del dolor porque hablaría de su negligencia. Y los que no han tenido responsabilidades, porque las utilizan para criticar a los primeros, destacando los aspectos más sobresalientes, pero sin un verdadero ánimo de afrontar el problema. De esta manera, ninguno se ha propuesto entender el alcance que este virus ha tenido en nuestras vidas: en las de cada uno personalmente y en las de todos como sociedad.
Tenemos por lo tanto el deber improrrogable de mirar de frente a eso que nos da tanto miedo. No será fácil, pero la historia demuestra que siempre que se actúa como si un problema no existe, este no solo no desparece, sino que vuelve con más fuerza. No podemos dejar una página de nuestro libro en blanco y empezar en la siguiente. Hay que rellenarla, y lo tenemos que hacer conociendo el dolor, buceando en el sufrimiento y resurgiendo de nuestras cenizas.
En primer lugar, tenemos que conocer de verdad en que ha consistido este dolor. Todos hemos sufrido, pero no todos lo hemos hecho en la misma cantidad ni en la misma calidad. ¿Te has parado a pensar lo que supone morir solo, sin una mano que apretar? ¿Te imaginas no poder ir al funeral de esa persona a la que tanto querías? ¿Cómo funciona eso de no darse abrazos en un funeral? ¿Cómo han vivido los médicos, enfermeros y celadores el hecho de convivir con tanta muerte y tanto dolor? ¿Que hacían cada uno de ellos al llegar a casa? ¿Podían dormir? ¿Cómo se come eso de recibir una llamada al día para que te informen como evoluciona tu madre? ¿Cómo son los momentos previos? ¿Qué se siente como trabajador de un cementerio al tener que enterrar a tantas personas en tan poco tiempo? ¿Quién depositaba los cadáveres en el Palacio de Hielo? ¿Qué se pasa por la cabeza al estar en un pasillo esperando sabiendo que quizás estás viviendo tus últimos días? ¿Como lo han vivido los sacerdotes que se han jugado la vida para dar la extremaunción a los enfermos?
Existe otra parte, la de la cuarentena, que todos hemos vivido. Pero desafortunadamente, no todos de igual manera. ¿Cómo ha sido la convivencia en esas casas en las que las familias conviven con personas con necesidades especiales sin poder salir a la calle? ¿Cómo lo han hecho las familias especialmente numerosas en las casas pequeñas? ¿Cuántas depresiones se han desarrollado? ¿Y suicidios? ¿Pasa factura la tensión de pensar en las probabilidades que tienes de coger el virus y, quizás, que se te complique?
En lo económico, ¿cuántos de nosotros estamos en ERTE sabiendo que, cuando llegue el día, estaremos en la calle? ¿Cómo vamos a mantener a nuestras familias? ¿Qué se te pasa por la cabeza cuando cierras el negocio que tus abuelos levantaron con su sudor?
Necesitamos oír a todas estas personas y que nos cuenten sus vivencias. Nos hemos acostumbrado demasiado a ver cifras. 400 muertos, 3.000 contagios. Pero detrás de cada uno hay tragedias. Cuando en un atentado hay 100 muertos, sacude la opinión pública, como debe ser. Pero parece que hemos banalizado el dolor. Queremos saber en qué consisten, porque sólo así podemos dar el paso necesario para la sanación.
En segundo lugar, una vez reconocido el dolor, debemos bucear en el sufrimiento. ¿Cuál es la raíz del virus? ¿De quién es la culpa? ¿Tiene sentido el sufrimiento? ¿Por qué tanto? ¿Se puede sacar algo bueno? ¿Hay salida? ¿En que se puede convertir el sufrimiento? ¿Nos ha cambiado en algo? ¿Existe vida sin sufrimiento?
Para ello deberemos recurrir a ayudas espirituales y psicológicas que nos puedan acercar a averiguar la respuesta a estas preguntas, si las tienen. Y qué hacer si alguna de ellas no tiene solución.
Y por último, tenemos que resurgir de nuestras cenizas. Este reconocimiento del dolor y el sentido del sufrimiento sólo nos ayudará si lo utilizamos para construir nuestro nuevo futuro. Asumiremos aquello que ya no podemos cambiar. Habremos encontrado un sentido. Pero, sobre todo, miraremos hacia delante. Con la cabeza bien alta, recordando a los que ya no están físicamente, pero con su fuerza espiritual. Porque hemos demostrado que cuando peor estaba todos hemos sido capaces de crear horizontes insospechados. En España lo conocemos bien: después de una guerra civil en la que sufrió tanta gente de un lado y de otro, y tras mucho dolor, creamos el mayor periodo de prosperidad y seguridad que ha conocido nuestro país en toda su historia. Y lo crearon los mismos que sufrieron la guerra, porque supieron encajar el dolor y construir. Tenemos algo bueno. Todos hemos sufrido. De maneras distintas, pero es una vivencia común. Solo queda seguir apoyándonos y, con fuerza, esperanza y unión, volver. Precisamente para honrar a los que nos lo dieron todo y ya no están. En definitiva, debemos resurgir de nuestras cenizas.
No sé bien como se puede hacer este proceso. Puede ser un documental potente. En medios de comunicación, conferencias, televisión… Pero lo debemos hacer. Porque lo podemos hacer. Y porque no podemos hacer como si nada ha pasado.
Este reconocimiento del dolor y el sentido del sufrimiento sólo nos ayudará si lo utilizamos para construir nuestro nuevo futuro Share on X
2 Comentarios. Dejar nuevo
Excelente artículo. Un claro análisis introspectivo del pensamiento social actual, y que cala profundamente en la conciencia y sentido moral. Mis enhorabuenas al autor.
No se puede decir todo en unas pocas líneas. LO HAS CONSEGUIDO 😘😘😘😘😘👏👏👏👏👏