Se nos ha enseñado a cuestionarlo todo, incluso lo que nos sostiene. Quien crea que el «Día del Padre» se trata de una mera formalidad o de una fecha comercial, no ha entendido nada.
Defender este día es, en última instancia, defender una aventura verdaderamente heroica de nuestro tiempo: la paternidad.
Papá
Ser padre no es un gesto administrativo ni un papel accesorio en la obra de la vida. Es asumir una responsabilidad que exige entrega absoluta, un viaje sin red de seguridad. No es un estatus, sino una misión.
La sociedad actual no cesa en el empeño de hacernos creer que el padre es prescindible, una pieza desechable de la estabilidad familiar. Y así, con una ligereza escalofriante, se han propuesto erradicar su día, reemplazándolo con fórmulas ambiguas como «el día de mi persona favorita». Un eufemismo torpe, incapaz de ocultar la verdadera intención: diluir la figura paterna, destruirla.
Pero la realidad es tozuda. Un padre es más que una realidad biológica o una presencia en el hogar. Es el guardián de la frontera, la certeza en medio del caos. No se trata de autoridad impuesta, sino de guía serena.
Es quien con una sola mirada, con una palabra en el momento exacto, con un silencio, esculpe el carácter de sus hijos.
No es casualidad que los niños que crecen sin la referencia paterna sufran inseguridad, falta de dominio, desconcierto y, en muchos casos, la desorientación moral.
¿Qué es un padre?
El padre encarna la firmeza, el amor sin excesos sentimentalistas o asfixiantes y el sacrificio sin exhibicionismo.
Es quien nos enseña a caer y a levantarnos, a distinguir entre el capricho y el deseo legítimo, a comprender que la vida es un campo de batalla donde cada decisión tiene un peso. Es el que nos protege sin sofocarnos y nos suelta sin abandonarnos.
Quienes lo niegan, quienes lo reducen a un actor secundario de la crianza, lo hacen de forma ignorante.
El «Día del Padre»
Borrar el «Día del Padre» es más que un acto simbólico; es un atentado contra la estructura emocional y social de la humanidad.
Porque celebrar este día no es un gesto sentimentalista, sino un reconocimiento a una labor que nunca busca aplausos ni recompensas.
Celebrar el «Día del Padre» no es una mera cuestión de costumbre, sino un acto de justicia y reconocimiento a una figura que, más allá de cualquier circunstancia familiar, sigue siendo un pilar insustituible en la construcción del ser humano.
El mundo no puede permitir borrar la imagen del padre, porque la paternidad no es solo una función biológica, sino un modelo, un símbolo de dirección y entrega. No importa si en la historia personal de alguien esta presencia ha sido sustituida o ausente. Mostrar al mundo la belleza de la paternidad es un bien.
Celebrar el «Día del Padre» no es excluir, sino abrir un horizonte, ensanchar la mirada, ofrecer al mundo un modelo del que todos pueden nutrirse.
La paternidad, como la verdad, es ineludible. Se puede intentar esconderla, se puede pretender su irrelevancia, pero sus efectos son insoslayables.