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¡Despertad, aletargados! (I)

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Solo empezamos a experimentar –unos menos, otros más, pero todos- que no nos gusta sentir en nuestra propia piel o nuestro entorno más inmediato el dolor y la locura de lo que es una epidemia. Hasta ahora, para la mayoría de nosotros era algo que habíamos leído en los libros de historia y alguna que otra novela. Efectivamente -advertimos ahora-, hay para muchas novelas. ¿Alguien se anima a narrarlas?

Ya no es lo que suponíamos entender –y, como mucho, compadecer- a través de visualizaciones en los media desde el sofá de nuestra casa, de “aquello” que irreflexiva o equivocadamente llamamos “del Tercer Mundo” y “países subdesarrollados”, que es aquel dónde al que van algunos que buscan aventura y les queda bien que les llamen misioneros, sin serlo. Ser misionero es una vocación muy seria, necesaria y estimada por la Iglesia, pero una cosa es ser misionero y otra, aventurero, con lo cual los hay que se buscan excusas para dejarse greñas. Total, una fantasmada.

¿Queríamos misión? ¡Pues la tenemos aquí, entre nosotros y los nuestros! A contrapelo. Ya lo advierten los papas desde Pablo VI: somos campo de misión. De hecho, estamos sufriendo la consecuencia de que el ser humano es un ente muy imperfecto, imprudente y hasta loco (eso es, que hace locuras).

Somos un ser individual y social a la vez, pero también interdependiente: sin un “tú”, no somos ni podemos ser nada en plenitud. Lo afirma de cabo a rabo el Papa Francisco en la encíclica Laudato Si’ (Alabado seas), cuyo subtítulo es bien clarificador: “Sobre el cuidado de la casa común”. Efectivamente, ¡ecología integral es lo que necesitamos, camaradas! ¿¡No lo veis!? O nos aplicamos a nuestro cometido, o podemos ir esperando la que nos viene. Porque vendrá; no nos será necesario esperar demasiado.

Tenemos la revolución a la vuelta de la esquina, y a algunos hasta nos está llamando a la puerta. ¿Seremos capaces de seguir desafiando a Dios? ¿Os parece suficiente aviso con lo que estamos malviviendo, o queréis más? Podemos esperarnos lo que está profetizado: muertes, hambres, pestes, guerras: los cuatro jinetes del Apocalipsis. ¿Cuántas oleadas del Tsunami Covid-19 necesitaremos para reaccionar? Cada una de ellas nos dará una vuelta de tuerca; o dos, o tres… ¡Despertad, aletargados!

En efecto, estamos siendo cada vez más acorralados. Si antes fallaban cuatro cosas, ahora fallan diez; si caía el vecino, ahora caemos nosotros. Es cierto que una epidemia mayor que el Covid es “una vida sin sentido, sin esperanza y sin amor”, en palabras del Arzobispo de Santiago de Compostela, Julián Barrio. Así se expresó durante su homilía de la misa de ofrenda al Apóstol Santiago, Patrono de España, en su día litúrgico. ¿Queda alguien en el sofá? Oíamos cosas, rumores lejanos de eso con que irreflexivamente nos encogíamos de hombros y que nos permitía adormecernos el corazón y lanzarnos al consumir compulsivo y aletargado que está o estaba de moda hace dos días. Ahora, nos toca y hasta nos aprieta. Ya ni al súper podemos ir “seguros”.

Sigue afirmando D. Julián: “Arrancar las raíces de nuestro origen nos lleva a la pérdida del sentido ético y religioso, diluyendo la dimensión trascendente”. Y eso no es nuevo de ahora con la pandemia, sino que hace años, siglos que estamos cayendo, como nos advierte la Iglesia con amor de Madre desde siempre, pues ella es nuestra guardiana de camino a la otra vida, la eterna, aquella donde “los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de condena” (Jn 5,29).

Ciertamente, nos estamos autocondenando. ¿Cómo se entiende si no tanto mal en el mundo, actualmente sometido cada vez más a la mano negra de una economía salvaje de desencuentro? “Una economía sin moral destruye al hombre y, como consecuencia, pierde su identidad antropológica” (A. Sen. Cit. en pág. 171, Moral socioeconómica. Ángel Galindo. Madrid, 1996).

Determinantemente, no olvidemos que nuestra identidad antropológica es humana y divina, y algo hay que nos liga, nos ata a los demás seres y al Universo entero: seamos integrales con coherencia, no a lo Nueva Era. Dios Creador es el origen y el destino, “el Alfa y la Omega (…), aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso” (Apc 1,8). Si nos hacemos daño, lesionamos al Universo entero, y trastornamos el plan de Dios. Y eso es lo que nos estamos haciendo. ¿No ves que debemos volver a la fuente?

No olvidemos que nuestra identidad antropológica es humana y divina, y algo hay que nos liga, nos ata a los demás seres y al Universo entero Share on X

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