Los seguidores del feminismo radical de Simone de Beauvoir y su mantra “no se nace mujer, se llega a serlo”, se están topando con las conclusiones de una serie de expertos que desmontan la ideología de género al afirmar que no hay cerebros unisex.
Diferentes estudios y expertos constatan que es el sexo y no el género el que define el cerebro. Entre ellos, Larry Cahill, profesor de Neurobiología en la Universidad de California, asegura que “el cerebro de los mamíferos está muy influido por el sexo”.
Afirmaciones como esta vienen a coincidir con otro nuevo estudio al que nos referíamos el pasado martes, 9 de abril, donde se probaba que existen diferencias entre el cerebro masculino y femenino incluso antes del nacimiento.
“La categoría de ‘niña’ y ‘niño’ son categorías significativas, no son una simple construcción social como Judith Butler nos quiere hacer creer. Y son claramente significativas y reales antes del nacimiento”, concluía un experto en aquel estudio.
El neurosexismo no es un mito
El pasado mes de febrero la neurocientífica de la Universidad de Chicago Lise Eliot, bajo el título Neurosexism: the myth that men and women have different brains (Neurosexismo: el mito de que mujeres y hombres tienen cerebros diferentes), elogiaba en la revista Nature el libro The Gendered Brain, de Gina Rippon.
La conclusión subtitulada de Eliot era que “la búsqueda de distinciones entre hombres y mujeres dentro del cráneo es una lección de mala práctica investigadora”, según informaba Diario Médico el 6 de abril.
Sin embargo, un trabajo de la Universidad de Maryland, llevado a cabo con ratas macho y publicado en la revista Neuron el mes de marzo, explicaba cómo los andrógenos, los esteroides masculinos, esculpen el desarrollo cerebral, lo que explicaría diferencias de comportamiento entre sexos.
Esas diferencias tienen que ver con el número de células de la amígdala en recién nacidos: los machos tienen muchas menos, ya que son eliminadas por las células inmunes por influjo de la testosterona y los receptores de endocanabinoides.
Por otra parte, en agosto pasado se publicó otro estudio en Suecia, Proceedings of the Royal Society B, de la universidad de Lund, que también planteaba ese conflicto sexual en el sistema inmunológico de los animales.
Entre las hembras, la variación en los genes centrales del sistema inmune se mostraba demasiado alta, mientras que en machos era demasiado baja. De ahí que los varones contraigan más infecciones que las mujeres.
En cualquier caso, hay pocas dudas en cuanto a que el sexo influye en muchos aspectos, no solo morfológicos sino fisiológicos y patológicos. Por ejemplo, solo una de cada ocho mujeres siente dolor torácico durante un infarto; por no hablar de la distinta incidencia de trastornos neurológicos y psiquiátricos en hombres y mujeres.
En ese sentido y en respuesta al libro de Rippon, el neurobiólogo Larry Cahill no duda en afirmar en la revista Quillette que sí hay neuroxismo, en el sentido de que “durante décadas, la neurociencia, como la mayoría de las áreas de investigación, ha estudiado de manera abrumadora solo a los hombres, asumiendo que los resultados valdrían también para las mujeres”.
Cahill considera que esta discriminación ha perjudicado a las mujeres, e insiste en que “el cerebro de los mamíferos está muy influido por el sexo, aunque muchas de sus manifestaciones son a menudo difíciles de identificar (como para casi todos los problemas de la neurociencia)”.
También reclama la inclusión equitativa de ambos sexos en todos los ensayos y estudios, desde los celulares a los animales y, por supuesto, en los humanos.
Por su parte, la periodista y feminista británica Caroline Criado, autora del libro Invisible Women: Exposing Data Bias in a World Designed for Men, señala que “las diferencias entre mujeres y hombres operan hasta en el nivel celular. Las mujeres reaccionan de manera diferente a los fármacos y presentan síntomas peculiares en algunas enfermedades. Si basamos nuestro conocimiento en el varón, no podremos detectar y tratar las enfermedades en las mujeres”.
Volviendo a Cahill, el neurobiólogo denuncia en su artículo algunas de las tergiversaciones de Rippon, como la del ‘mosaico de rasgos femeninos y masculinos’ que todos llevaríamos en el cerebro, una interpretación errónea del equipo de Daphna Joel en Proceedings of the National Academy of Sciences y rebatida más tarde por otros tres grupos en la misma revista, como detalla la información de Diario Médico.
Con los mismos datos del grupo de Joel, el equipo de Marco Del Giudice, de la Universidad de Nuevo México, obtuvo resultados opuestos: mujeres y hombres divergirían en el 69-77% de las veces con las mismas variables cerebrales. “Otros equipos han informado de niveles aún más altos de distinción con respecto a la estructura y función del cerebro; sin duda que hay muchas similitudes, pero también muchas diferencias”, añade.
Cahill considera que el libro de Rippon “ignora además la mayoría de las investigaciones en animales, y las profundas implicaciones que tienen en la evolución y estudio de los humanos. Parece creer que la evolución humana se detuvo en el cuello”.
Aunque a Rippon le asusta que se usen los hallazgos con fines sexistas, “con esa lógica también deberíamos dejar a un lado la genética”, concluye.
“Irónicamente –razona Cahill-, la igualdad forzada donde dos grupos realmente difieren en algún aspecto significa una desigualdad forzada en ese sentido, tal y como vemos en la medicina actual”, señala.
“Hoy en día, las mujeres no reciben el mismo tratamiento que los hombres porque siguen recibiendo el mismo tratamiento que los hombres (aunque esto está empezando a cambiar). Rippon no se da cuenta de que, al negar e incluso vilipendiar la investigación sobre las influencias sexuales en el cerebro, consiente en que la investigación biomédica siga dominada por el varón como único modelo”, concluye.
La ideología de género niega lo obvio
En cuanto a la insistencia de la teoría de género por negar lo obvio, cabe mencionar también los argumentos de María Calvo Charro, doctora en Derecho y profesora titular de la Universidad Carlos III de Madrid, en su libro Hombres y mujeres. Cerebro y educación: las diferencias cerebrales entre los sexos y su importancia en el aprendizaje.
“La eventual existencia de cualquier otro tipo de diferencia asociada al sexo, al margen de las puramente fisiológicas o externas, es descartada de raíz por cuestiones de corrección política”, se puede leer en la presentación del libro.
“Sin embargo, los últimos avances de la neurociencia han puesto de manifiesto algo hasta hace poco impensable: los cerebros femenino y masculino, incluso desde antes del nacimiento, son iguales en inteligencia, pero sensiblemente diferentes en su estructura y funcionamiento”.
Ante todo lo dicho, cabe recordar el análisis de la ideología de género que en julio de 2018 hacía el doctor Fernando García-Faria, ex presidente de Médicos Cristianos de Cataluña.
Unos meses más tarde, el Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia publicaba un interesante artículo donde se hacía un análisis completo de los estudios existentes sobre los factores que pueden o no influir sobre la orientación sexual de las personas.
Una de las primeras cuestiones que planteaba es que “la identidad sexual, definida por el sexo de varón o mujer, y la orientación sexual, definida por el género, son cosas diferentes”.