Se han cumplido 75 años de la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de las Naciones Unidas; acontecimiento que marcó un gran hito en el caminar histórico en defensa de los derechos del hombre, fundamentados, como consta en su preámbulo, en la dignidad y el valor de la persona humana.
Setenta y cinco años son muchos en estos tiempos donde los cambios en todos los ámbitos de la vida y de las sociedades son tan profundos y vertiginosos que hoy día se suele decir que vivimos en “un cambio de época más que en una época de cambios”.
Su recorrido en todos estos años está marcado por las dificultades de su aplicación en muchos de los 47 países que firmaron la Declaración -no digamos en los que no la firmaron-; pero también por las dificultades de una interpretación ideologizada de algunos de sus artículos, o por intereses y conveniencias políticas del momento. Desde esta perspectiva de cambio de época es desde donde hoy hay que realizar toda reflexión sobre el Documento.
Ya el artículo primero que define al ser humano como racional y, por tanto, comprendido solo desde sus capacidades y habilidades, sin pensar en sus limitaciones y consecuentemente en sus situaciones de vulnerabilidad y padecimiento, nos hace caer en la cuenta y matizar de qué hablamos cuando decimos hombre.
Las experiencias vividas en todos estos años en los que se está promoviendo en muchas sociedades una cultura del descarte de la que tanto habla el Papa necesita de una nueva definición antropológica del concepto. De la misma manera, necesitan reflexión y discernimiento algunos de sus artículos.
Por citar algunos, el referido al derecho a la vida cuando el aborto se ha declarado en algunos países como un derecho constitucional, o el que se refiere al derecho de migración, o al trabajo y a sus condiciones equitativas y satisfactorias cuando la mayoría de ellos están catalogados como precarios, o el referido a la libertad religiosa…
Esta reflexión la ha realizado en estos últimos días la Iglesia Católica a través de la Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe «Dignitas infinita sobre la dignidad humana«.
La Iglesia a través de su DSI siempre ha tenido en gran estima la Declaración de 1948. Desde Pacem in Terris en 1983, pasando por Gaudium et Spes hasta hoy, los documentos del magisterio social han utilizado el lenguaje de los derechos humanos como modo privilegiado para realizar lo que al hombre le es debido en virtud de su dignidad.
San Juan Pablo II definió el Documento como “una de las más altas expresiones de la conciencia humana”; Benedicto XVI como “garantía de la dignidad humana” y El Papa Francisco lo considera “la referencia más cercana al principio de la dignidad inalienable de la persona”.
En estos momentos, tal como recoge la Introducción del citado documento, “la Iglesia ve la oportunidad de proclamar una vez más su convicción de que, creado por Dios y redimido por Cristo, todo ser humano debe ser reconocido y tratado con respeto y amor, precisamente por su dignidad inalienable”. Y a través de su contenido -de lectura obligada para los católicos y hombres de buena voluntad y en procesos de búsqueda y crecimiento- recoge importantes reflexiones sobre la dignidad humana y refleja trece violaciones graves de ella en nuestro mundo actual.
Representa una llamada a trabajar y visibilizar los derechos de todo hombre como “realización concreta y efectiva de la dignidad humana”.
El documento recoge importantes reflexiones sobre la dignidad humana y refleja trece violaciones graves de ella en nuestro mundo actual Share on X