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¿Derechos de los niños o explotación sexual?

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Una ministra del actual gobierno de España se ha despachado afirmando que los niños tienen derecho a mantener relaciones sexuales con quien quieran, bastaría su consentimiento. Y, por tanto, también con adultos.

No se le escapa a nadie que el consentimiento a esa temprana edad puede ser fruto de la manipulación del adulto, pues el niño es fácilmente manipulable. Pero, aun suponiendo que se dé dicho consentimiento, ¿acaso dejaremos conducir un coche a un niño si él manifiesta que lo quiere? La ministra puede argüir, en su delirio, que el niño tiene derecho a conducir si lo desea. Pero, sabemos que precisamente para evitarle un fatal accidente, el adulto responsable no dejará a un niño conducir un coche.

O, supongamos que un niño desea probar una droga dura. El niño no valora, no discierne, el infierno en vida que supone la adicción; del mismo modo que no valora ni discierne el infierno en vida de una relación sexual con un adulto.

No resulta demasiado fuerte la expresión leída en un reciente artículo: “(la izquierda caniche) quiere también reconocer el único derecho sexual, que aún no ha logrado consagrar legalmente, que es el derecho a profanar y desgraciar niños, el derecho a devorar sus almas y sus cuerpos” (J.M. de Prada, ABC, 22-10-2022, p. 7)

Esta tremenda pretensión se enmarca en una ley de educación sexual (ley Celáa) que habla de la iniciación sexual (!) de los niños menores de 6 años. Y en el marco general de una filosofía epicúrea   hedonista, y materialista, que concebiría al hombre como mera máquina de placer. Así como de determinadas teorías psicológicas que postulan un monismo (u obsesión) sexual.

Determinados iconos de la izquierda han defendido abiertamente las relaciones sexuales de niños con adultos: Así Simone de Beauvoir defendía la pedofilia más o menos edulcorada. Y Daniel Cohn-Bendit, líder del mayo del 1968, blasonó de haber mantenido relaciones con menores.

Nociones, como respeto a la inocencia de los niños, resbalan por la piel correosa de estos adictos al peor sexo, de estos nuevos bárbaros. Gracias a Dios aún es delito legal el abuso de menores.

Y estos salvajes modernos proyectan sobre el indefenso niño su obsesión epicúrea y sensual: su obsesión sexual. Lo mejor que se puede decir de ellos es que son enfermos mentales.

Y, para quienes hacen un uso melifluo del Evangelio, recordemos las durísimas palabras que expresa Jesús sobre quienes propician la degeneración de los menores: “Y al que escandalice a uno de esos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar” (Marcos, 9, 42)

Eso, claro, respecto a quienes lo hacen con plena conciencia, y no se arrepienten y remedian, en lo posible, el mal realizado.

Esta tremenda pretensión se enmarca en una ley de educación sexual (ley Celáa) que habla de la iniciación sexual (!) de los niños menores de 6 años Share on X

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