Cierto, ambos candidatos van al 50%, y además el republicano lleva seis semanas al alza y aventaja —dentro de los márgenes de error de las encuestas— en cinco de los siete estados clave; pero, a pesar de eso y de los aires deprimidos del cuartel general de Harris, es dudoso que le permitan ganar las elecciones. El “sistema” —una expresión tópica pero real— no puede permitírselo, porque es un personaje lo suficientemente insólito como para arrumbar sus posiciones y prerrogativas.
El sistema, que la supremacía estadounidense exporta a todo el mundo —dejémoslo reducido solo al ámbito occidental—, está formado por el liberalismo de desvinculación, cosmopolita y globalizado, y la progresía de género, que tienen en la perspectiva de género, el homosexualismo político y la doctrina woke sus concreciones políticas, y que han modificado a su servicio, y todavía lo harán más, las instituciones sociales y políticas.
Su base común, la razón de que sea posible una alianza objetiva entre todos ellos, es que, a pesar de sus diferencias, les une algo tan decisivo como es el modo de vida que se ha impuesto como la componente fundamental de la agenda gubernamental, política y mediática, de manera que todo lo relacionado con el modo de producción —y, por tanto, las causas de la creciente desigualdad social— se ha esfumado del debate y la razón política.
Lo woke y el gender, con su interseccionalidad, lo disfrazan aún más y parecen producir un lenguaje de pseudoizquierdas que evita que la desigualdad económica, de clase, aparezca clara y sin coberturas ante los ojos de los ciudadanos. Así, ganan todos. Unos se ahorran el enojoso debate sobre la distribución de la ganancia; los otros disfrutan del poder para sus excesos antropológicos y siguen autoconsiderándose de izquierdas. En nuestro país, el tándem Sánchez-Díaz es la versión local de esta fuerza.
La atención está fijada en Musk y su apoyo a Trump, pero a quien realmente apoya la gran empresa es a Harris, que disfruta de más donativos que nadie en su campaña. Se trata de Google, Microsoft, Yahoo! o, bien, PepsiCo, Starbucks. En otro orden, James Murdoch, exdirector ejecutivo de 21st Century Fox; Laurene Powell Jobs, directora del Emerson Collective y viuda de Steve Jobs. En definitiva, un grupo de más de 800 inversores de capital riesgo se ha comprometido a apoyar a Harris, representando activos gestionados por un valor total de aproximadamente 276 mil millones de dólares. Ejecutivos de Wall Street también han firmado cartas de respaldo a la candidatura de Harris, ampliando su base de apoyo más allá del sector tecnológico. Este amplio respaldo del mundo empresarial, que abarca desde gigantes tecnológicos hasta firmas de inversión y grandes corporaciones de diversos sectores, refleja la confianza que muchos líderes empresariales tienen en las políticas económicas propuestas por Harris y su potencial impacto positivo en el entorno de negocios estadounidense.
Pero a pesar de todo ello, para nuestros políticos y medios de comunicación, Harris es la Izquierda.
El estado profundo de Washington, altos funcionarios de carrera, cuadros dirigentes de la CIA, el FBI, la agencia de seguridad y el conglomerado industrial-militar temen un desmantelamiento con un gobierno de Trump, que tiene el inconveniente de que no pacta o lo hace poco si puede mandar a su antojo.
Un grupo socialmente numeroso y extendido en el mundo de la cultura, la academia, los medios de comunicación, las fundaciones e institutos —que John Grey, en Los Nuevos Leviatanes, denomina élites excedentarias— sabe que, si gana el republicano, sus rentas se verán mermadas. Son los extractores de rentas: también asesores, consejeros, “expertos” en género, feminismo, violencia de género, interseccionalidad, personas trans, cultura anticolonial, laicismo y demás inventos.
Y, naturalmente, los demócratas, que unen su causa a las minorías de género y al aborto como nueva encarnación de los “oprimidos”, son los partidarios del “estado policial rosa con características liberales”, a los que se refiere Ross Douthat en La Sociedad Decadente y que siempre echan mano de Putin para justificar todos los males, aunque ellos tengan mucho que ver con las causas.
Se quejan de las fake news de Trump, con razón, pero nunca asumen que ellos las practican también con gran perfidia, como el anuncio a favor del aborto en Florida —que tiene una legislación restrictiva—, Caroline, donde una mujer narra que tiene un cáncer cerebral pero la ley no le permite abortar, algo que es rotundamente falso, pero que, a pesar de ello, se emite por orden de un juez federal, Mark Walter.
Todos ellos temen a Trump como a la peste, no solo por su programa sino por su forma de hacer. Este ambiente explica que sea el candidato que más intentos de atentado ha registrado en campaña: tres, el primero de los cuales no lo mató por milímetros, ante las narices del Servicio Secreto. Y ya se sabe qué sucede en Estados Unidos con los presidentes o candidatos muy molestos. Además, nunca se termina de saber quién es “la mano que mece la cuna”.
Es difícil que pueda haber más intentos; demasiado riesgo. Entonces queda el otro mecanismo: el fraude electoral. Kamala puede ganar sin él; eso es obvio viendo las encuestas, pero si es necesario, se contará con él. Tampoco es tan difícil. Dado el sistema electoral americano, con tantas elecciones presidenciales como estados, donde quien gana —aunque sea por un voto— se lleva todos los compromisarios electorales, excepto en un par de estados más proporcionales, y dado que todo se juega en siete estados clave y dentro de estos en unos distritos concretos, el big data y la IA permiten señalar en qué colegio electoral hay que empujar un puñado de votos de más para producir una reacción en cadena. El método no necesita demasiada sofisticación. Uno se tiene que identificar con cierto detalle para registrarse, pero son poco exigentes en la identificación a la hora de votar, además del voto por correo, que es una fuente fantástica para la creatividad.
No, Trump no puede ganar y me gustaría equivocarme. Entre otras razones, porque sería una muestra de la salud de la democracia en aquel país.
Un grupo de más de 800 inversores de capital riesgo se ha comprometido a apoyar a Harris, representando activos gestionados por un valor total de aproximadamente 276 mil millones de dólares Share on X