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Decidió repudiarla en secreto

“Decidió repudiarla en secreto”: seguramente sea uno de los versículos de todo el Nuevo Testamento que más nos cuesta entender.

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“Decidió repudiarla en secreto”: seguramente sea uno de los versículos de todo el Nuevo Testamento que más nos cuesta entender. Un pasaje que ha sido sometido a todo tipo de interpretaciones y que, en definitiva, resulta duro a nuestros oídos.

Partimos de este verso bíblico para seguir reflexionando en torno a san José, esta vez a propósito de lo que se han venido a llamar “las dudas de san José”. ¿Qué es lo que nos da a entender el evangelista Mateo con esta afirmación tan concisa? ¿San José dudando acaso de la virtud de la Virgen Santísima? ¿San José – repele solamente el escribirlo – sospechando de la pureza de su Esposa?

Creo que todas las interpretaciones y corrientes teológicas en torno a esta prueba de san José, pueden agruparse en tres grandes corrientes.

Primera

En primer lugar, estaría la opción más fea y desagradable, la que, como he dicho, espanta solamente pensar en ella: que san José dudase de la virtud de María, que pasase tan solo por su imaginación que María habría podido “tener un desliz” – ¡qué expresión tan pobre solemos emplear para referirnos a la infidelidad matrimonial! –, o que María hubiese sido violentada y silenciase a su esposo su vergüenza y su oprobio.

Como digo, repele a la conciencia cristiana una interpretación tan burda y literal del texto evangélico, interpretación que no parece además se vea reforzada por las traducciones más recientes y afortunadas del texto sagrado.

José no podía dudar de María, la criatura más perfecta que había conocido.

Creo que se trata de una opción que no merece mayor comentario. José no podía dudar de María, la criatura más perfecta que había conocido. Bien veía el que esa perfección y virtud de su Esposa estaban cuantitativamente a años luz de toda la virtud y santidad que había visto hasta entonces y, además, tenía la convicción de que era de un nivel superior, una santidad no solo “mucho más grande”, sino ante todo, distinta, era una santidad “cualitativamente diversa”.

Tengamos en cuenta que María no solamente no pecó jamás, sino que nunca y de ninguna manera pudo sentir la más mínima atracción e inclinación al pecado. A buen seguro percibiría José esa virtud de su Esposa como algo por “completo excepcional”, imposible, por tanto, pensar mal de Ella. Además, José veía a María tan feliz – “Magnificat anima mea Dominum” –, con tanta plenitud de vida, tan desbordada por el Misterio, que era impensable para José ni tan siquiera pensar en algo similar, y así debería ser para nosotros. ¡Impensable!

Cerramos así la interpretación más “desagradable” que se puede hacer del texto, en la que el único aspecto que encontraríamos aleccionador es la decisión de José de no denunciar a María, sencillamente – espanta también escribirlo – para no ser lapidada, según la rigurosa legislación vigente.

Segunda

En el otro extremo, tendríamos la lectura que, de tan bonita, se nos antoja también algo improbable: según esta segunda corriente, José conoce prácticamente desde el principio la totalidad del Misterio de la Encarnación; comprende y conoce la misión y su papel en ella y, lógicamente, siente miedo ante la tarea que debe cumplir. José se considera indigno de custodiar al Hijo del Altísimo y a su Madre Santísima, ¡que era también su Esposa! Ante semejante misión – la más alta y gigantesca encomendada a un hombre, ¡exceptuando precisamente la de María, Madre del Redentor! – José se retira, decide poner distancia.

Aquí José habría emitido ya un juicio: “yo no soy digno, soy tan solo un pobre hombre, incapaz de tan altísima y soberana misión”. Uno de los argumentos típicos que pretenden reforzar esta interpretación se resume con facilidad: ¿cómo no iba María a contarle todo a su esposo?, la visita del ángel, el mensaje extraordinario, la gran alegría, todo eso, ¿se lo iba María a guardar sin compartirlo con su esposo?, podemos pensar.

María no había recibido ningún encargo del ángel de compartir la fabulosa noticia con su esposo José.

A mi juicio, este argumento es muy débil, y casi se vuelve en nuestra contra. María no había recibido ningún encargo del ángel de compartir la fabulosa noticia con su esposo José. Además, María, que “conoce” la manera de actuar de Dios; sabe que Dios es amigo del silencio, e intuye que el Altísimo sabrá cómo ir desvelando todo a su esposo mucho mejor que Ella. Con su silencio, María intuye que José va a sufrir, va a ser sometido a una prueba, pero sabe también que no le corresponde a Ella liberarle de la misma, ni ahorrarle ese sufrimiento, y deja actuar a Dios.

María no es irresponsable con su silencio, ni falta tampoco a la necesaria comunicación entre cónyuges. María simplemente vive desde su Inmaculada Concepción en un “nivel de confianza” en Dios Padre que nosotros apenas comenzamos a barruntar. ¡Nuestra Madre Santísima, con su manera de proceder y con su silencio, deja actuar a Dios!, algo que para nosotros supone siempre un reto heroico; nosotros, hombres de acción, tan dados a la iniciativa personal, dejamos siempre tan poco espacio al Misterio. Y es que María sabe que, en estas cosas, la iniciativa debe ser siempre de Dios.

Tercera

Llegamos así a la que constituye la tercera opción. No se trata de una opción intermedia, una lectura equidistante de las dos anteriores; creo consiste más bien en una interpretación que se sitúa en plano superior a ambas.

En ella José, sencillamente, se ve delante de un Misterio que le desborda. No sabe qué es lo que está ocurriendo, pues los signos del embarazo de María son ya evidentes, y él no es el padre de ese niño. Pero José es absolutamente incapaz de pensar mal de su Esposa – ni se le pasa por la cabeza –, y se ve ante una realidad y una situación que le superan por completo. Y claro, como era santo, “varón justo”, acude a Dios. ¿Cuál sería aquí, podemos preguntarnos, la virtud del esposo de María? Pues esa exactamente, el hecho de que acude a Dios, y no a su propio juicio, ¡incluso cuando hay evidencias para emitir un juicio certero!

Pero José no se fía de su propio criterio, ni juzga por apariencias, ni siquiera por evidencias. José decide fiarse solamente de Dios

Pero José no se fía de su propio criterio, ni juzga por apariencias, ni siquiera por evidencias. José decide fiarse solamente de Dios, y confía en Él. Y así, José suspende su juicio, algo para lo que, ciertamente, hay que ser muy santo. ¡Somos tan dados a andar opinando y enjuiciando todo y a todos!, además, esto le concierne a José de manera absolutamente directa, ¡imposible pensar en algo que le afecte de manera más frontal! ¡Algo tendrá que hacer!, pensamos nosotros. Pues así es, claro que José hace algo: esperar y fiarse de Dios, “Dios hablará y me hablará”, piensa José.

El esposo de María no es precipitado, como nosotros, él decide dar tiempo a Dios, opta por dejar a Dios ser Dios. Muchos podrán pensar que eso es cobardía, y que el bueno de José “anduvo dando largas”, y precisamente en un asunto que convenía abordar sin mayor dilación. Es comprensible, somos tan eficientes, tan prácticos, que no dejamos tiempo a la paciencia, al silencio, a la contención, no dejamos tiempo al Señor porque, claro, “hay que actuar, y rápido”. Es nuestra forma habitual de razonar, y de obrar.

En José todo es distinto: su corazón, su cabeza, todas sus potencias, van por otro camino, creo que muy alejado de los nuestros, y no me refiero al plano cultural o al cambio de época, sino a algo mucho más hondo; se trata, sencillamente, de santidad.

De esta manera, José decide enviar a María con su pariente Isabel; Zacarías, el esposo de Isabel, es sacerdote, y la Sagrada Escritura nos describe a ambos como “justos ante Dios” (Lc 1, 6). Un buen hogar para su Esposa María, dadas las circunstancias. De hecho, “María permaneció con ella unos tres meses” (Lc 1, 56).

Esta tercera interpretación encuentra un espaldarazo bíblico en un pasaje del Antiguo Testamento, en lo que constituye un hermosísimo paralelo a la situación con la que María y José se enfrentan. La escena la describen el segundo libro de Samuel (2 S 6, 1-23) y el primero de las Crónicas (1 Cro 13). En ella se narra el traslado del arca de la alianza ordenado por el gran rey David. Durante la trayectoria uno de los portadores toca el arca, puesto que los bueyes han dado un traspié y teme que el arca se caiga. Al instante cae muerto y el temor se apodera del rey David, que decide no seguir adelante con sus planes.

Su razonamiento es lógico: si por tocar el arca este ha caído muerto, ¿qué me puede ocurrir a mí si me atrevo a traer el arca conmigo? “Aquel día David tuvo miedo de Yahveh y dijo: “¿Cómo voy a llevar a mi casa el arca de Yahveh?” Y no quiso llevar el arca de Yahveh junto a sí, a la Ciudad de David, sino que la hizo llevar a casa de Obededom de Gat. El arca de Yahveh estuvo en casa de Obededom de Gat tres meses y Yahveh bendijo a Obededom y a toda su casa” (2 S 6, 9-11).

Los mismos tres meses que, unos mil años después, María estuvo en casa de Isabel y Zacarías, también sacerdote, como Obededom. A la vuelta, el arca vuelve a la Ciudad de David, y María, ¡Arca de la Nueva Alianza!, es recibida en su casa por José, su esposo, de la Casa de David, que ha sido ya advertido por el ángel de la santidad de su Esposa, le ha confortado en su misión y con su visita, aunque en sueños, ha disipado sus lógicos temores. Dios ha intervenido, porque ambos, María y José, le han dado tiempo y lugar en sus vidas.

San José, esposo castísimo de la Virgen María y padre virginal de Jesús.

 Ora pro nobis.

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • ¡Excelente artículo!
    La traducción correcta debe ser consistente con los atributos de María y José que anteceden en la biblia.
    Son dos palabras griegas las que tergiversaron el sentido: gar (= porque, ciertamente, si bien) y apolysai (= repudiar, abandonar, dejar en libertad). Un buen traductor usa las acepciones apropiadas al contexto global.
    El texto quedaría: José, su marido, que era un hombre justo y no quería difamar a María, decidió DEJARLA EN LIBERTAD en secreto.
    Mientras él pensaba en esto, un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer. SI BIEN lo que ha sido engendrado en ella es del Espíritu Santo y dará a luz un hijo, tú le pondrás EL nombre».
    Si José era justo, tenía que cumplir la ley y denunciarla (Deut 22,23). Pero como no dudaba de María, lo justo era no denunciarla, dejarla libre de responsabilidades matrimoniales y no estorbar en la sublime relación entre Dios y ella. Lo que él no sabía era que sí tenía un papel en esa relación. Por eso el ángel le informó que tenía que ponerle el nombre al Niño, que equivalía en la época a ejercer como padre (Lucas 1,57).
    José y María estaban en la etapa kiduchín, que prohibía la convivencia, pero no que conversaran a diario.
    Cuando María le contó del anuncio del ángel, José recordó la profecía: la señal de la venida de Dios era que una virgen concebiría y daría a luz (Isaías 7,14). Y cayó en cuenta que en María se cumplía la profecía.
    Si Isabel sabía del embarazo sobrenatural, lo lógico es pensar que José lo sabía también. De ahí que el ángel no le dijo «no dudes», sino «no temas», pues sentía el temor reverencial ante tamaño anuncio celestial, y no se sentía digno de interferir.
    Y también le le dijo «si bien», que implica «como ya sabes».
    Recomiendo ver en Internet la Biblia Católica Latinoamericana en Mateo 1,20; enciclopedia católica Mercaba «Problemas entre José y María», el artículo «Por qué José quiso separarse de María», del biblista Ariel Álvarez; el video «Lo que no sabías de San José. Conferencia espectacular», del Padre Fernando Umaña.

    Y a las referencias se suma lujosamente este maravilloso artículo de Alfonso Die. Para ir enderezando las cosas y abandonar la vieja creencia —provocada por una mala traducción— de que José dudó de la pureza de María y de que pensó divorciarse de ella por sospecha de infidelidad. Eso empequeñece injustificadamente la reputación de la Virgen y San José.

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