Nada menos que la vicepresidenta del gobierno Carmen Calvo quiere aplicar la perspectiva de género a la Justicia, y de hecho extenderla a todos los ámbitos del Estado, y todo ello en nombre del feminismo, del que el gobierno Sánchez se declara seguidor. De hacerlo, se cometería un abuso contra la Constitución que un Poder Judicial independiente no puede asumir. Porque la perspectiva de género es una ideología concreta, una forma de interpretar al ser humano, su naturaleza y relaciones sociales y como tal ideología no puede impregnar la justicia sin afectar a la neutralidad del estado, a su laicidad, que es lo que ser neutral significa: no promover ninguna creencia, cuestión que no se ciñe solo al ámbito de Dios, sino a toda otra interpretación del mundo y de la vida. La Justicia no puede ser marxista, ni kantiana, ni cualquier otra doctrina sistémica. En el momento que sea así, el contrato institucional deja de existir, y el Estado deja de ser liberal, y pasa a ser iliberal, como por otras razones critican a Hungría. La liquidación de la tradición liberal del Estado no es una exclusiva, como la historia constata hasta la saciedad, de una visión conservadora, sino también de progresismo, más cuando, como en el caso de la perspectiva de género, hereda categorías y modos del marxismo. No se puede vulnerar aquella neutralidad y esperar la aquiescencia de los ciudadanos a tal ruptura. Eso es un gran abuso que solo tiene como respuesta la desobediencia civil. Porque la perspectiva de género significa esto: ver aquí.
Y de ahí el otro gran abuso, que la vicepresidenta y muchos más cometen: trasformar aquella ideología en un feminismo, es decir, en una defensa de los derechos de la mujer, cuando precisamente lo que hace es deconstruir tanto la noción de hombre como la de mujer como categorías naturales y determinadas, y dejarlo todo sujeto a una cambiante modulación de roles culturales donde cualquiera puede serlo todo. De esta perspectiva nace la inacabable sopa de siglas LGBTI+, donde prácticamente el hombre y la mujer desaparecen bajo un océano de pretendidas identidades debido a su rol sexual. Lo que si hace el Gender es utilizar las desigualdades reales o presuntas contra el varón. Y en esta demolición sistemática de la persona y de sus funciones sociales, marido, padre, abuelo, se presenta como defensora de la mujer. Y así ha desmesurado el feminicidio de pareja porque conviene a su relato ideológico, desviando la atención de otras grandes violencias contra la mujer, la laboral con la embarazada, la viuda y sus pensiones penosas, la traficada que quieren “legalizar”, los homicidios de mujeres por sujetos distintos a su pareja, la violencia familiar contra menores y ancianos
Y este abuso contra el hombre atañe a todos los órdenes de la vida bajo una palabra mágica: machismo. Todo aquello que contraríe a una mujer lo es, aunque sea obvio que no es así, porque si el hecho no lo avala, lo avalará la teoría del patriarcal y del abuso “in genere”.
Está en marcha una causa general contra el hombre, que va cobrándose victimas de la injusticia. La última el acreditado juez internacional de tenis, el portugués Carlos Ramos, que arbitró la final del US Open donde se enfrentaban Serena Williams y Naomi Osaka. Serena fue derrotada y además sancionada por una triple falta: Por coaching (las instrucciones del entrenador a pie de pista están prohibidas), por romper la raqueta y por insultar, “¡Eres un mentiroso y un ladrón!”, amenazando, “¡no volverás a arbitrar nunca más!” y recurriendo a la acusación de machismo, “¡es porque soy una mujer, si fuera un hombre no me harías esto!”. Con Navaratilova a la cabeza, extenista formidable y destacada militante lésbica, diversos medios y mujeres han atacado al pobre arbitro que tuvo la desfachatez de sancionar a una multimillonaria del tenis. Solo la Federación Internacional de Tenis ha salido en defensa del árbitro subrayando lo correcto de la sanción y su calidad mundial contrastada.
Cada vez más, cuando un hombre es denunciado aun contra toda evidencia -como en el caso de Serena- por una mujer o un homosexual tiene de entrada la batalla perdida, porque por definición la culpa es suya. Si eso no lo arreglamos esta será una sociedad invivible para la inmensa mayoría de hombres, y por extensión para las propias mujeres.