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Cuatro autores para el Renacimiento Cristiano (y V). La síntesis

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He presentado lo que, a mi criterio, son los perfiles estilizados de Maritain, Mounier, Taylor y MacIntyre, convencido de que su aportación es básica para el diagnóstico y la alternativa global de un renacimiento cristiano. Ahora se trata de dar un paso más y presentar una síntesis que integre aquellos perfiles de forma coherente en la doble vertiente necesaria de diagnóstico y soluciones. Una visión global que defina cuáles son los marcos de referencia que hemos de conseguir para alcanzar la gran transformación social y política, ni más ni menos, en el bien entendido de que se trata de un primer apunte, útil como documento de trabajo e, incluso, más allá, como guía inicial para la acción, que de eso se trata.

Durante el trabajo previo de elaborar los perfiles de lo que nos proponen aquellos grandes autores, me ha quedado claro que el esquema que presento en La Sociedad Desvinculada es metodológicamente de gran utilidad para efectuar aquella síntesis. Y más concretamente en los siguientes aspectos:

La ruptura como base de la crisis

Las crisis que atraviesa la sociedad actual tienen sus raíces en una serie de «rupturas» fundamentales que afectan diferentes esferas de la vida. Estas rupturas se refieren a la desconexión progresiva de las personas con los elementos básicos que solían dar sentido y cohesión a sus vidas.

Identifico varias rupturas clave, entre las cuales destacan:

Rupturas principales

  • Ruptura con el sentido de trascendencia, con Dios: La pérdida de una perspectiva trascendental en la vida, empezando por el “borrado” de Dios, es clave en la desvinculación. La desconexión de lo trascendental deja a las personas sin una dimensión que les permita ver su vida como parte de algo más grande, lo que contribuye a una crisis de sentido.
  • Ruptura con la familia: La familia ya no cumple su función de ser la base y escuela de los valores y la identidad de los individuos. La desvinculación se manifiesta en la fragilidad de las relaciones familiares y en la reducción del compromiso intergeneracional, lo cual afecta el desarrollo personal y el sentido de pertenencia.
  • Ruptura con la comunidad y la tradición: La sociedad actual se ha desvinculado de las tradiciones y de sus comunidades. Esta ruptura priva a los individuos de una narrativa compartida y de un contexto que solía ofrecer un marco para la vida moral y el sentido de responsabilidad mutua.

Rupturas secundarias

Junto y enlazadas con ellas, se han producido otras rupturas que caracterizan la desvinculación: la antropológica, en una doble vertiente; la biotecnológica y la ideológica; la ruptura cultural, que arrastra tras de sí la capacidad educadora; la ruptura económica, que da lugar a la desigualdad social manifiesta; y la ruptura política, junto con el abandono de las élites de su servicio a la comunidad para convertirse en un grupo autorreferenciado, que solo persigue sus propios fines, sin ninguna voluntad de propiciar nada que responda a las necesidades de su comunidad de pertenencia.

Estas rupturas no son fenómenos aislados; están interconectadas y contribuyen a una crisis de identidad y de cohesión en la sociedad contemporánea, dando lugar a la desvinculación, que se convierte así en la base de la crisis moral y cultural, debilitando el compromiso y el sentido del deber hacia los otros. Su traducción en el ámbito social y económico es ya muy evidente, a pesar de que exista el empeño de no verlo, como está claro en el difícil momento que atraviesa la UE, que, como mucho, busca soluciones solo en el plano económico, sin reparar en las interconexiones más profundas, de las que, a fin de cuentas, la economía, los sistemas económicos resultantes, dependen, dado que toda economía es también una antropología.

El término «desvinculación» describe un proceso de progresiva pérdida de los vínculos que unían a los individuos con sus familias, sus comunidades y la sociedad en general. Este proceso implica una ruptura con las relaciones y estructuras que antes daban sentido y propósito a la vida. La desvinculación se expresa en varios niveles:

  • Desvinculación ética: La moralidad, en la sociedad moderna, se ha vuelto cada vez más individualista. Esto significa que cada persona define su propio sistema de valores sin un marco común o una ética compartida. Esto lleva a una «ética relativista» donde los valores son cada vez más subjetivos y menos universales, dificultando el compromiso con los demás y el bien común.
  • Desvinculación social: Los lazos sociales también se ven erosionados. La comunidad ya no es un espacio donde las personas encuentran su identidad y apoyo, y el sentido de pertenencia se ha debilitado. La sociedad desvinculada promueve el individualismo y, con él, un modelo de vida más atomizado donde el éxito personal es más importante que el bienestar colectivo.
  • Desvinculación existencial: Finalmente, se observa que la desvinculación afecta también la forma en que los individuos perciben su propio sentido de vida. Sin un marco trascendental, muchas personas experimentan una pérdida de propósito y una falta de dirección en sus vidas. La ausencia de un sentido de conexión con algo mayor, ya sea espiritual o ético, crea un vacío existencial que afecta profundamente a la cultura moderna.

La desvinculación, según mi planteamiento, es un proceso multidimensional que afecta tanto la moral como la cohesión social, la capacidad económica y el sentido existencial. La desvinculación no solo describe la ruptura con instituciones y valores tradicionales, sino también la transformación cultural que ha llevado a un individualismo extremo y a una pérdida de compromiso hacia los demás y hacia un proyecto de vida compartido. Esta desvinculación es la causa de la crisis contemporánea.

A partir de este contexto inscribo la síntesis de los perfiles y autores relatados.

DIAGNÓSTICO

Pérdida de vínculos comunitarios y solidarios

Uno de los rasgos centrales que todos los autores destacan es la progresiva debilitación de los lazos personales y colectivos. Se observa cómo la vida en comunidad, la interacción vecinal y el sentido de pertenencia a un grupo humano se han ido diluyendo bajo la lógica de hiperindividualización concupiscente y hedonista.

  • Fragmentación de las relaciones humanas: La cercanía humana, antes canalizada por estructuras sociales como la familia extensa, el vecindario o las agrupaciones de base, pierde fuerza. Esto facilita la tendencia a relaciones «líquidas» o superficiales, más determinadas por la utilidad inmediata que por el compromiso mutuo. Podemos encontrar, sobre todo en Mounier y también en La Sociedad Desvinculada, las principales conexiones sobre este punto.
  • Soledad y aislamiento: Numerosos indicadores —aumento de personas que viven solas, trastornos de salud mental, etc.— reflejan que el deterioro de los vínculos conduce a un sentimiento generalizado de soledad. La ausencia de apoyo emocional y social se traduce en una falta de referentes y en menor resiliencia ante las adversidades de la vida cotidiana. En este caso, Emmanuel Mounier y Charles Taylor son las referencias principales.
  • Debilitamiento del tejido asociativo: Ante una cultura que privilegia la satisfacción personal y el logro individual, el tejido asociativo (voluntariado, cooperativas, iniciativas comunitarias…) se ve mermado. Los espacios de encuentro y participación se vacían o son mercantilizados, lo que repercute en la vida pública y en la posibilidad de afrontar juntos los retos colectivos. Aquí podemos encontrar, sobre todo en Maritain y en La Sociedad Desvinculada, los puntos de articulación.

Desarraigo cultural y relativismo moral

Otro aspecto que los autores subrayan es la erosión de los referentes culturales y morales que antes cohesionaban a la sociedad. Esta disolución viene acompañada de un relativismo que dificulta la construcción de consensos éticos.

  • Desconexión de tradiciones y patrimonios culturales: Muchas personas se distancian de su pasado, de sus raíces y de la herencia cultural que modelaba su identidad colectiva. El resultado es la pérdida de una base común a partir de la cual se compartían valores, costumbres o modos de convivencia; desaparecen o se debilitan los acuerdos fundamentales compartidos. Alasdair MacIntyre es el nombre clave en esta cuestión.
  • Relativismo y ausencia de referentes: La autonomía personal sin límites —que pone el énfasis en el “todo vale”— deriva en la imposibilidad de establecer un criterio firme sobre lo que es deseable o bueno para la comunidad. Esta «desorientación ética» favorece la incoherencia entre el ámbito privado y el público, y complica el diálogo social sobre temas fundamentales. Es, sobre todo, en Charles Taylor y también en MacIntyre donde podemos buscar las referencias.
  • Inmediatez y superficialidad: A nivel cultural, se advierte un crecimiento exponencial de la oferta de entretenimiento y consumo, que desplaza el espacio de la reflexión y la profundidad. Esto genera un escenario donde la cultura se banaliza y se reduce a la búsqueda de «impactos» o «experiencias pasajeras», relegando la formación integral de la persona. Maritain, leído desde la perspectiva de La Sociedad Desvinculada, y Taylor nutren en gran medida este diagnóstico.

Falta de objetivos trascendentes y crisis de significado

Ligada a la desvinculación y al relativismo, se halla una problemática más radical: la carencia de una finalidad que dé sentido a la vida, tanto a nivel personal como comunitario. Varios autores identifican en ello una forma de crisis espiritual, y, para ser más precisos, religiosa.

  • Búsqueda de plenitud insatisfecha: Al haberse debilitado las instituciones y el sentido de tradición que ofrecían respuestas de fondo (Dios, familia, religión), aumenta la sensación de orfandad existencial. Muchas personas se sienten desorientadas, sin un horizonte trascendente o un proyecto vital estable. Emmanuel Mounier es el autor clave.
  • Individualismo exacerbado: El énfasis en la autorrealización inmediata y la ruptura de compromisos a largo plazo fomentan una mentalidad de “cada uno por su lado”, que ignora la dimensión social y trascendente del ser humano. Se pierde la capacidad de saberse parte de algo mayor, que incluya tanto al prójimo como a futuras generaciones. Aquí la clave la encontramos en Alasdair MacIntyre y también en La Sociedad Desvinculada.
  • Alienación y consumismo como sucedáneos: Ante la falta de un propósito profundo, se recurre a compensaciones superficiales como el consumismo desmedido o el hedonismo. Esto puede conducir a un círculo vicioso de vacío interior y búsqueda incesante de novedad, sin lograr nunca una satisfacción plena o duradera. Charles Taylor y sus Fuentes del Yo son la referencia fundamental.

Fragilidad de las instituciones y polarización

Además, los autores ponen el acento en la creciente desconfianza hacia las instituciones sociales y políticas, las cuales parecen incapaces de canalizar el sentir ciudadano y articular un proyecto común.

  • Disminución de la credibilidad: Instituciones clave (familia, instituciones religiosas, escuela, partidos políticos, etc.) han sufrido una erosión en su legitimidad, ya sea por sus propias limitaciones, ya sea —y es la causa principal— porque son incompatibles con la lógica moral y antropológica de la cultura dominante, basada en la autorrealización y en la satisfacción de los deseos individuales sin límites. La consecuencia es un vacío institucional que deja a los individuos aún más expuestos a la incertidumbre. La lectura de los cuatro autores desde la perspectiva actual de la desvinculación es la fuente de este diagnóstico.
  • Polarización y beligerancia: Al desmoronarse los puentes de diálogo y la moderación en las esferas públicas, aumenta la radicalización. Surgen bandos enfrentados en torno a múltiples temas (políticos, ideológicos, identitarios…), fragmentando la capacidad de acción conjunta y enrareciendo la convivencia ciudadana. Charles Taylor es la referencia principal.
  • Deterioro del sentido de lo público: La falta de participación política real, el escepticismo ante las elecciones y una creciente tendencia a rechazar la vida pública son manifestaciones de la desconexión entre la ciudadanía y sus representantes. A mediano plazo, esto pone en riesgo la democracia y la cohesión social. Podemos entenderlo mejor desde la perspectiva personalista de Emmanuel Mounier.

Consumismo y cultura del descarte

La dimensión económica y ambiental tampoco escapa al diagnóstico. Se constata un modelo que prioriza la competitividad y la producción incesante, mientras descuida la sostenibilidad y la dignidad humana.

  • Uso instrumental de las relaciones: La lógica del «usar y desechar» se extiende a casi todos los ámbitos: se ve a las personas como recursos intercambiables, a las relaciones como transacciones y a los objetos como bienes temporales, sin valorar su impacto ecológico ni humano. La Sociedad Desvinculada es el relato básico, junto con el diagnóstico previo de Alasdair MacIntyre.
  • Falta de sostenibilidad como manifestación de la insolidaridad generacional: El gasto indiscriminado de recursos naturales, la excesiva generación de residuos y la alteración de ecosistemas reflejan una ética de la inmediatez. A falta de una visión de futuro que proteja la «casa común», las generaciones actuales ponen en riesgo el porvenir de las siguientes. La Sociedad Desvinculada aborda este aspecto.
  • Desigualdades crecientes: Se percibe, además, un agrandamiento de la brecha social, en la medida en que el sistema vigente privilegia a quienes ya poseen recursos y oportunidades, dejando a un número creciente de personas en situación de precariedad material y relacional. En este punto, las referencias principales son Mounier y Charles Taylor.

SOLUCIONES Y RESPUESTAS

Frente a este panorama, los autores convergen en la necesidad de reconstruir tanto el entramado social como la dimensión moral y trascendente de la persona. Las soluciones que proponen se orientan a restaurar la solidaridad, el bien común, la educación integral y el compromiso institucional, sin olvidar la sostenibilidad y la justicia.

Reconstrucción de vínculos y tejido comunitario

Para contrarrestar la ruptura de lazos sociales, se aboga por rescatar y fortalecer los espacios de encuentro y participación, desde la familia hasta las organizaciones barriales.

  • Fortalecimiento de la familia y las relaciones intergeneracionales: Es necesario generar políticas y dinámicas que protejan la estabilidad familiar y refuercen los lazos de parentesco. Se recalca la importancia de formar a los jóvenes en el valor de la fidelidad y el compromiso interpersonal. Aquí destacan las aportaciones de Emmanuel Mounier y Jacques Maritain.
  • Impulso del tejido asociativo: La aplicación del principio de subsidiariedad y el apoyo a las iniciativas comunitarias, comenzando por las de la familia, son fundamentales para restablecer la confianza mutua, la cohesión social y el capital social. MacIntyre, Mounier y Maritain son referencias clave en este punto.
  • Creación de espacios de diálogo y escucha: Es crucial ofrecer plataformas —como foros, casas de cultura o universidades populares— donde las personas puedan dialogar sobre su realidad cotidiana, compartir inquietudes y experiencias, y forjar lazos de solidaridad y empatía, sin excluir el respeto a quienes piensan diferente. Charles Taylor aborda estas cuestiones de manera destacada.

Recuperación de valores y principios compartidos

En lugar de imponer visiones únicas, se apuesta por recuperar los fundamentos culturales de nuestra sociedad, que tienen en el cristianismo sus raíces y su tronco común, respetando la pluralidad.

  • Educación en la cultura cristiana y en la ética de las virtudes: Es necesario revisar los currículos escolares para priorizar la formación humana y social, enseñando virtudes como la responsabilidad, la justicia, el respeto y la gratuidad. Estas virtudes son esenciales para formar ciudadanos conscientes y participativos.
  • Búsqueda de consensos básicos: Incluso en sociedades diversas, es posible acordar principios fundamentales —como la dignidad de la persona, el bien común y la solidaridad con los más vulnerables— que sirvan de anclaje ético. A partir de esta base común, se puede construir un proyecto de sociedad más amplio e inclusivo.
  • Reconocimiento del hecho religioso, en particular del cristiano, como componente de la vida pública: Esto debe hacerse en igualdad de condiciones con las visiones secularistas, respetando siempre la libertad de conciencia.

Promoción de la trascendencia y el sentido de la vida

Ante la crisis de significado, los autores proponen recuperar la dimensión espiritual o filosófica del ser humano, para que este no se limite a objetivos materiales o hedonistas.

  • Espacios de silencio y contemplación: Es esencial fomentar prácticas culturales y educativas que privilegien la reflexión, la introspección y la contemplación. Esto incluye desde la literatura y el arte hasta iniciativas de retiro o meditación, facilitando la interiorización de valores y la conexión con lo trascendente.
  • Formación espiritual y filosófica: Es fundamental revalorizar la enseñanza de la filosofía, la historia de las religiones y la espiritualidad en la educación formal y no formal, así como el conocimiento de la cultura cristiana. También se sugiere incluir la formación religiosa confesional en los centros escolares para quienes la elijan, y la creación de espacios adecuados para el culto religioso y la meditación personal en equipamientos públicos y empresas.
  • Testimonio de comunidades con sentido: Los grupos que viven de manera coherente un ideal —como comunidades religiosas, fraternidades laicas y congregaciones— son testigos de que es posible un estilo de vida centrado en la entrega, la esperanza y la apertura al otro. Promover su visibilidad y participación en la vida social puede ofrecer modelos alternativos al individualismo.

Fortalecimiento de instituciones y participación ciudadana

El desafío institucional pasa por regenerar la confianza pública a través de la transparencia, la participación y la eficacia, transformando las estructuras en agentes de servicio al bien común.

  • Reforma y adaptabilidad de las instituciones: Es urgente revisar los marcos legales, la organización interna de organismos públicos y privados, y los sistemas de rendición de cuentas, para que las instituciones sean fiables y respondan a las necesidades reales de la gente.
  • Fomento de la participación activa: Se debe favorecer sistemas electorales, mecanismos de consulta y foros deliberativos que permitan a la ciudadanía involucrarse más allá del voto puntual. La democracia participativa promueve el sentido de corresponsabilidad y evita la pasividad ciudadana.
  • Promoción de líderes éticos: Es fundamental educar a las nuevas generaciones de dirigentes —en política, educación y empresa— en la ética de las virtudes, para combatir la corrupción y propiciar una clase dirigente que actúe por convicción y no meramente por interés personal.

Economía del cuidado y cultura de la sostenibilidad

La necesidad de replantear el modelo económico y cultural hacia uno más humano, solidario y respetuoso con el entorno es un eje central en las propuestas. Los autores coinciden en señalar que solo a través de un cambio de paradigma económico será posible superar las dinámicas destructivas actuales.

  • Superar el consumismo con la responsabilidad compartida: Es imprescindible fomentar pautas de consumo más conscientes, promoviendo el comercio justo, el reciclaje y la reutilización de materiales. Este enfoque avanza hacia una economía solidaria en la que prime el cuidado de las personas y del medio ambiente. La Sociedad Desvinculada ofrece aquí un marco de análisis valioso.
  • Equilibrio entre competitividad y justicia: El desarrollo económico debe combinarse con equidad social y responsabilidad medioambiental. Se defiende una economía que incorpore el bienestar a largo plazo en sus cálculos, evitando la explotación de personas o recursos. Este enfoque integra las ideas de MacIntyre y Mounier, quienes destacan la necesidad de una economía que respete la dignidad humana.
  • Fomento de la innovación social y ecológica: Es vital impulsar proyectos que combinen innovación tecnológica con compromiso ético, como el desarrollo de energías renovables, la agricultura sostenible y las economías locales de proximidad. Estas iniciativas contrarrestan la “cultura del descarte” y promueven una visión integral de la persona y el planeta.
  • Política integral de la familia como eje de sostenibilidad: Dado que la familia es el punto de cruce de todos los vectores materiales e inmateriales, su fortalecimiento resulta determinante. Si la familia prospera, todo el tejido social lo hace. Desde esta perspectiva, las políticas sociales, económicas y culturales deben diseñarse con un enfoque centrado en la familia, reconociéndola como núcleo esencial del bienestar colectivo.

CONCLUSIÓN

Es evidente que las vías apuntadas no se agotan en los autores reseñados. No es ese el mensaje. Se trata de que, a partir de ellos, se construya una estructura básica, dotada de lógica y coherencia interna, y, sobre todo, orientada al servicio del nuevo impulso necesario para un renacimiento cristiano. Esta estructura, como toda construcción, debe ser revestida con otras aportaciones específicas que abarcan multitud de campos y aspectos. Estas aportaciones pueden provenir tanto de enfoques teóricos amplios, como la Doctrina Social de la Iglesia, como de corrientes más específicas, como la Nueva Economía Institucional, o incluso de propuestas prácticas, como la economía social de mercado revisada.

Nuestro universo conceptual y aplicativo constituye, afortunadamente, una alternativa real al modelo dominante. Partiendo de esta afirmación, el único camino viable es construir sobre esta base. Esta construcción exige un compromiso decidido para transformar la crisis actual en una oportunidad de renovación integral, tanto personal como social, bajo los principios del bien común, la solidaridad, la sostenibilidad y el sentido trascendente de la vida.

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