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Cuatro autores para el Renacimiento Cristiano (II): Mounier

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Traté en Cuatro autores para un renacimiento cristiano: Maritain, Mounier, Taylor, MacIntyre y un poco de sociedad desvinculada (I), sobre todo, la figura de Maritain. Amplié este análisis en el blog siguiente inmediato al actual, Los cristianos laicos, la situación de España y Europa, y la responsabilidad pastoral de la Iglesia: Una llamada al renacimiento, que seguía con la figura de Maritain, centrada en su influencia en la formación y desarrollo de la Democracia Cristiana. Esta constituye la formulación cristiana para actuar en el orden secular más importante de la modernidad, y la de mayor alcance.

Terminaba aquel último blog con un compromiso: La Democracia Cristiana, además de Maritain, recibió influencias diversas que se explorarán en próximos análisis. Su legado continúa ofreciendo un conjunto articulado de ideas útiles para enfrentar los retos de nuestro tiempo.

Quiero desarrollar este compromiso ahora, con otro filósofo francés, enlazando de esta manera con la continuidad de “Cuatro autores…”; con el segundo de ellos: Mounier. Este es otro filósofo francés y un ejemplo más del enorme potencial del cristianismo de aquel país durante el siglo XX, creador de una corriente de pensamiento: el personalismo comunitario. En esta corriente fluyen, además, otros muchos cursos de aportaciones, ya que el personalismo es un denominador común de la filosofía cristiana, que coloniza muchos otros ámbitos filosóficos, como, por ejemplo, Marcel y su personalismo existencialista.

A diferencia de Maritain, Mounier es más controvertido desde las propias sensibilidades cristianas, y su influencia en la Democracia Cristiana fue dispar: difícil de percibir en la centroeuropea, pero muy potente en los países latinoamericanos. En las condiciones objetivas de sus sociedades e instituciones, estos países convirtieron la “tercera vía” del socialcristianismo en una vía revolucionaria durante los años sesenta y setenta del siglo pasado. No ocurrió así en todos los lugares: por ejemplo, sí en Perú; para nada en Venezuela, donde la Democracia Cristiana, con el nombre de COPEI, fue un fuerte partido de gobierno hasta el golpe militar de Chávez.

Y es que Mounier inspiró un pensamiento de izquierdas mucho más allá de la Democracia Cristiana. Hoy, ante la sociedad desvinculada, sus rupturas y la policrisis que conduce al abismo a Occidente —sobre todo a Europa y, en particular, a España—, debemos recuperar su pensamiento para contribuir al renacimiento cristiano en el espacio y la vida pública.

Emmanuel Mounier, fundador del personalismo, concibió esta filosofía como una respuesta a la alienación del ser humano en una sociedad dominada por el individualismo y el colectivismo. En el plano político, el personalismo de Mounier promueve una organización social que priorice la dignidad y el desarrollo integral de la persona.

Esta es una característica clave del renacimiento cristiano. Ante la dinámica liberal que acentúa hasta extremos impensables por sus padres fundadores el subjetivismo —sosteniendo que los seres humanos deben definir sus propias identidades individuales prescindiendo de toda limitación objetiva, como la biológica del sexo, la de la ley o las instituciones, y también subjetiva, como la creencia, el compromiso, el deber, la tradición o la institución—, se culmina así la cultura de la desvinculación. Paradójicamente, esta postura es adoptada también por la postizquierda, que sustituye toda dimensión colectiva por el mito de “lo público”, alimentando el gigantismo de este Leviatán moderno.

Mounier aboga por una estructura social y política que respete y fortalezca la libertad individual, pero que también reconozca que la persona se realiza plenamente en la comunidad. Para él, el Estado tiene el deber de proteger y fomentar el bien común, pero no debe caer en la tentación de sustituir la autonomía de las personas ni de absorber su libertad o la de sus comunidades. Libertad, bien común y subsidiariedad serían el tríptico que estructura el planteamiento central.

El personalismo de Mounier defiende la justicia social, la solidaridad y la participación activa en la vida comunitaria y política, aspirando a una «revolución personalista y comunitaria». Esta revolución, según Mounier, no se basa en la violencia, sino en la transformación de las relaciones humanas, fundamentada en el respeto y el amor, creando un orden social que permita la plena realización de cada persona.

Mounier define a la persona como un ser libre, irrepetible y espiritual, con una vocación única que debe desarrollarse en relación con los demás. La persona no es una unidad aislada (como en el individualismo), relacionada en todo caso solo por la ley, ni una pieza de un engranaje social (como en el colectivismo), sino un ser que se realiza en la comunidad en el marco de una interdependencia positiva. Aquí, la comunidad no absorbe ni anula al individuo, sino que lo enriquece y lo complementa. En este sentido, no es rebuscado remitir a Aristóteles y su idea del hombre como zoon politikon.

Desde esta perspectiva, el personalismo se opone a la visión liberal de la sociedad, en la que el bien común es el resultado de la suma de intereses individuales. Para Mounier, el bien común es algo más profundo: es el entorno en el que cada persona encuentra la posibilidad de realizarse y de participar en la vida en común. Es decir, la persona encuentra su verdadera identidad y propósito en el servicio y el amor al prójimo, lo cual define la base de la ética personalista.

Mounier propone una «revolución personalista y comunitaria» como alternativa a los cambios sociales que, según él, degradan la dignidad humana. Esta revolución busca transformar las estructuras sociales y políticas en función de los valores personales y comunitarios, en lugar de imponerse mediante la fuerza o la manipulación. La idea es reformar desde la base las relaciones humanas, económicas y políticas para construir una sociedad en la que cada persona pueda florecer sin sacrificar a otras.

En este contexto, busca la transformación consciente de los individuos y sus relaciones, empoderando a las personas para que participen activamente en la construcción de la comunidad, en lugar de depender únicamente del Estado o de las estructuras de poder.

Mounier critica el individualismo y el colectivismo, ya que ambos, según él, deshumanizan a la persona. El individualismo, característico de la sociedad liberal capitalista, prioriza el interés propio y promueve una visión atomizada de la sociedad, lo que hoy ha llegado a límites demenciales que nos conducen al caos.

Por otro lado, el colectivismo anula la libertad individual en nombre del bien del grupo o del Estado. Esto es lo que sucede hoy con las nuevas ideologías totalitarias woke, las actuales formulaciones del feminismo y con la idolatría de lo público por parte de la postizquierda.

En la concepción política de Mounier, el Estado tiene un rol subsidiario. Debe intervenir para garantizar el bien común y proteger a los más vulnerables, pero sin suplantar la autonomía de las personas o de las organizaciones intermedias (como la familia, las asociaciones o las comunidades locales). El Estado debe ser un facilitador de la justicia y la igualdad, promoviendo un entorno donde cada persona pueda desarrollarse en libertad y dignidad, pero siempre desde una lógica de servicio y no de dominación.

Esta visión crítica del Estado lleva a Mounier a rechazar cualquier forma de paternalismo estatal. No se trata de un Estado que imponga o controle, sino de uno que garantice los medios y las condiciones para que los individuos y las comunidades puedan desarrollarse por sí mismos.

La justicia social es un pilar fundamental del personalismo de Mounier. Para él, una sociedad justa es aquella que reconoce y valora a cada persona en su dignidad y que actúa en función de esa dignidad. Esto implica luchar contra la pobreza, la marginación y las desigualdades, pero también construir un sistema económico que no sacrifique a las personas por el beneficio material.

La solidaridad es vista como una responsabilidad compartida entre las personas y no como una mera asistencia de los más favorecidos hacia los más desfavorecidos. La justicia social en el personalismo no es solo una política de redistribución, sino una construcción de relaciones justas que permitan a cada persona vivir dignamente.

La ética personalista implica un compromiso activo con el prójimo y con la sociedad. La persona no puede quedar al margen de los problemas de su comunidad ni limitarse a buscar su propio interés; debe involucrarse y participar activamente en la construcción del bien común. Esto incluye una responsabilidad política, donde cada persona tiene el deber de contribuir a mejorar las condiciones de vida y las estructuras de su entorno.

La participación en la vida política y social es una forma de expresar la libertad personal y de realizar el potencial humano. Para Mounier, el compromiso y la participación son también actos de amor y de servicio, en los que cada persona se entrega a los demás sin perder su propia identidad.

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