En el ámbito político nos encontramos cada vez más a menudo con actitudes que propician la crispación, amenazan la paz, atentan contra la razón y menoscaban la justicia. Un asunto muy preocupante es la inconsecuente actuación y toma de posición de muchos cristianos (o personas que dicen o creen serlo) participantes en la política, tanto ejerciendo cargos públicos como en calidad de ciudadanos particulares, independientemente del partido, tendencia o ideología a la que se adscriban o por la que simplemente sientan simpatía (izquierda, derecha, conservadurismo, liberalismo, socialismo, nacionalismo, etc.).
Al margen de que estas denominaciones han perdido una buena parte de su contenido, convirtiéndose así en palabras huecas, que sólo sirven para dar nombre a bandos enfrentados y movidos por la codicia y el ansia de poder; y también sin considerar el que sus ideales puramente teóricos contienen siempre principios difícil o imposiblemente compatibles con la doctrina cristiana ¿hasta qué punto puede un creyente comprometerse con el conjunto de un programa político de la tendencia que sea? ¿En qué medida puede un cristiano ser hombre de partido?
Todo programa político es la suma de una serie de posiciones frente a la realidad social e histórica de cada momento, con todas sus ventajas y desventajas, sus posibilidades y sus imposibles. Estas posiciones vienen determinadas por ideas, visiones del mundo, principios, intereses, presiones externas, aspiraciones máximas, pragmáticas concesiones tácticas, ardides para alcanzar el poder, etc. Ningún programa político es en su totalidad compatible con el cristianismo. Cuando nos decidimos por tal o cual partido, por tal o cual ideología hemos de ser conscientes de que en mayor o menor medida entramos en contradicción con el magisterio de Cristo. Esto es inevitable, la perfección no existe en este mundo.
No nos engañemos: ninguna corriente política tiene ni ha tenido como prioridad absoluta e irrenunciable ser reflejo incondicional de ese magisterio; y aunque la tuviera, la errabilidad de la naturaleza humana echaría a perder tal utopía.
¿Qué queda pues? ¿Renunciar a la política? ¿Lavarse las manos y rechazar la responsabilidad a la que todos estamos obligados? No, pues eso sería una traición todavía mayor. Lo que queda es lidiar con la incomodidad, con la contradicción, con el riesgo de equivocarse, con el riesgo de engañarse a sí mismo.
Ciertamente, ser cristiano y asumir la responsabilidad de hacer política, como simple votante o como actor con iniciativa propia, es una tarea ardua, ingrata, difícil, es una cruz que hay que aceptar y con la que hay que cargar, aunque no nos guste.
¿Cómo sobrellevar este peso, cómo no tropezar, cómo no extraviarse?
En primer lugar, teniendo consciencia de él y del riesgo que implica cada decisión. Meter un voto en una urna, ser candidato a un cargo público o asumir una función de gobierno son actos que conllevan un gran riesgo moral, que sin embargo es irrecusable.
En segundo lugar, considerando que toda adscripción ideológica, de partido, etc. es condicional, provisoria, relativa. Es decir, que depende de su grado de adecuación (inevitablemente imperfecta) a los principios del cristianismo.
En tercer lugar, debe existir una disposición a reconocer que el adversario político puede tener razón, que (paradójicamente incluso cuando sea un enemigo declarado del cristianismo) puede estar más cerca del ideal cristiano que nosotros mismos y nuestro bando; es decir, que por encima del partidismo debe estar nuestra capacidad de raciocinio, nuestra honestidad, incluso nuestra modestia; y paralelamente debemos estar dispuestos a reconocer que nos hemos equivocado cuando así sea, ser autocríticos, ser más exigentes con nosotros mismos y con nuestro partido o ideología que con los contrarios.
¿Difícil? Sin ninguna duda, pero eso ya lo advertimos desde el principio.
Lo más inquietante que podemos percibir actualmente en este contexto es el muy extendido olvido del modo de hacer política que hemos esbozado. Es preocupante el modo, frecuentemente agresivo, en que muchos que son o creen ser cristianos se aferran a ideologías y partidos. Erróneamente identifican a su tendencia con el cristianismo y niegan al oponente toda posibilidad de tener razón. Actúan por pura reacción: si mi contrario dice blanco, yo digo negro. Descartan que el otro pueda tener razón. Como se consideran a sí mismos cristianos, todo lo que dice o hace el otro debe ser contrario al cristianismo.
Y en este empecinamiento, acaban por falsificar el mensaje de Cristo, lo deforman, lo interpretan según les conviene, lo manipulan, lo violan, lo prostituyen, todo para adaptarlo a su ideología, a su posición política, a su partido, a sus intereses egoístas, a sus ansias de poder, a sus prejuicios o a su soberbia. No es otra cosa ese decir que todo izquierdismo o todo derechismo es anticristiano o cristiano, según convenga y según la posición política que se defienda. Se trata de una de las peores formas posibles de demagogia.
¿Puede un cristiano consecuente afirmar «soy de derecha» o «soy de izquierda» o cualquier otra cosa parecida?
Personalmente, diría que no. Lo que un cristiano puede, y de nuevo es ésta una apreciación puramente personal, es dar su apoyo a la tendencia que él honestamente considere más cercana o menos alejada de las enseñanzas de Cristo; y ello estando siempre dispuesto a rectificar, a corregirse. La manipulación ideológica del cristianismo no es, desgraciadamente, nada nuevo, hay miles de ejemplos históricos. El cristiano sincero debe estar siempre alerta, a la luz del Evangelio debe someter continuamente a examen las convicciones políticas propias, muchísimo más que las ajenas. En política no hay nada definitivo ni absoluto; en el cristianismo sí.
En política no hay nada definitivo ni absoluto; en el cristianismo sí Share on X
1 Comentario. Dejar nuevo
Es verdad que como cristiano me es muy difícil poder elegir a una determinada ideología…en un tiempo cuando el peronismo era con Peron no teníamos problemas la mayoría votamos a Perón…pero cuando ya no estuvo él con el tiempo se fue perdiendo esa Linia, aunque siguen usando el nombre del peronismo los políticos se tiran a la izquierda o la derecha extrema y se pierde la esencia…por eso es muy difícil decidir, pero como cristiano debemos cumplir con la democracia..sin entrar en los roses de los bandos políticos.. cumplir y retirarse y seguir confiando en la providencia de nuestro soberano DIOS.