Vivir una crisis de sociedad y de sus instituciones, una crisis de la cultura hegemónica impera un gran desconcierto moral porque existe una gran dificultad colectiva para identificar el bien, lo justo, y diferenciar lo necesario de lo superfluo. El resultado es la anomía: una sociedad que nos plantea una serie de exigencias sin aportarnos los medios necesarios para lograrlas.
La causa principal de la crisis de sociedad nace de la cultura de la desvinculación que impera. Desvinculación de las fuentes, de toda tradición, norma, deber, compromiso, comunidad, porque se opone a la satisfacción del deseo de posesión, la concupiscencia, como único camino para la realización personal. Es la crisis del triunfo agobiante de la vulneración radical del noveno y décimo mandamientos del Decálogo, convertida en norma de vida y cultura hegemónica. La crisis de sociedad es consecuencia de la ruptura con la ley natural.
Vivimos también tiempos en los que la verdad está en crisis y, con ella, la libertad, porque esta ya no tiene como fin lograr aquella, sino multiplicar las opciones con independencia de su calidad.
Vivimos una crisis de la identidad, de la del ser persona, de la forjada por el cristianismo a causa de la descristianización, de la del trabajo destruida por el precariado y el deterioro del ascensor social, y de la del ser humano, ocasionada por la ideología de género.
Ante la dramática situación que vivimos hay que proclamar la esperanza. No es un optimismo humano, sino la virtud de la esperanza que proviene de Dios. La respuesta empieza en su busca y en la vida orientada hacia Él, siguiendo el camino, la verdad y la vida de Jesucristo. A partir de esta prioridad brotan todas las demás.
Los cristianos hemos de ser decisivos en la construcción de la alternativa transformadora de la sociedad del malestar y de la desvinculación en la que vivimos, para ganar la comunidad basada en la verdad y las virtudes, el amor, el compromiso y el deber, la acogida, la celebración y la fiesta. Capaz de construir la sociedad del bienestar que se expresa sobre todo en el valor radical de toda vida humana, la familia y la comunidad de memoria, vida y proyecto. Una sociedad en la que todo el mundo que lo quiera pueda realizarse en “una vida tranquila y serena”
Para superar la situación crítica hay que partir de un diagnóstico, un relato que explique cómo hemos llegado hasta los actuales callejones sin salida, y que nos muestren las causas de la crisis, de su crecimiento y de las relaciones entre ellas. Sin un diagnóstico que exprese bien la realidad que vivimos no hay proyecto transformador válido, eficiente. Y esta es una tarea necesaria: ¿cuál es el diagnóstico compartido de los cristianos de la realidad actual? ¿Sobre qué aspectos existen acuerdos fundamentales?
A partir de este diagnóstico, nuestra acción debería proyectarse a un doble nivel: como comunidad cristiana y como ciudadanos.
Como cristianos podemos aportar la que fundamenta el diagnóstico y el proyecto regenerador.
La acción tiene que partir de la intensa vinculación con las fuentes y con la vida de la fe vivida con coherencia. Sobre este cimiento se levanta la condición necesaria del compromiso personal y el trabajo en común.
En el ámbito de la fe parece necesario
- Reconstruir la identidad católica. Solo si recuperamos en plenitud de nuestra fe, tradición, magisterio y práctica, sabremos quiénes somos, y sobre este cimiento construiremos la nueva tierra. Recuperamos los sacramentos, especialmente el de la reconciliación, tan abandonado, la oración, el ayuno, el estudio y el vigor físico de una vida saludable. Redescubramos la Iglesia y su mensaje, a la vez íntimo y humilde, y también grandiosamente cósmico de ser el pueblo de Dios al que le ha sido librada la Tierra, para procurar, a la vez, su propia bienaventuranza y su preservación. Vivamos así la alegría del reconocimiento del don de la fe.
- Contribuyamos a la evangelización ayudando a aquellos que evangelizan, porque esta es la acción distintiva de la fe (Mt 28,19-20). La evangelización constituye la condición objetiva para la construcción del bien común, de los bienes comunes y de los bienes generales, y de la posibilidad de llevar a cabo una vida realizada en el bien. Evangelización como práctica, revisión del trabajo efectuado y valoración de los resultados. Evangelización como dimensión necesaria de toda comunidad eclesial y signo del pueblo de Dios. Como estímulo para la formación de la fe de los evangelizados en los fundamentos y sus aplicaciones. Como signo exigente de la unidad, cohesión interna, sentido de pertenencia a la Iglesia, y el necesario fortalecimiento de la identidad católica.
La dinámica de evangelización necesita a la vez una triple liberación:
- De las condiciones que impiden reconocer toda la realidad desde la mirada de lo sobrenatural, y solo la plenamente visible.
- De las estructuras del mal, de la injusticia, de las alienaciones y dependencias, de la explotación de las personas y de la naturaleza.
- De todo lo que hace inviable el desarrollo de las dimensiones y las vocaciones de cada persona, de sus comunidades y de los bienes comunes.
A la sociedad desvinculada contraponemos la comunidad responsable basada en el vínculo que se expresa en el amor, el compromiso y el deber. A un modelo económico que deja al margen a mucha gente, la cultura del “descarte” a la que se refiere Francisco, anteponemos una economía reformada basada en el bien común y basada en la doctrina social de la Iglesia. A la cultura de la muerte que pretende resolver los problemas aplicando una “veterinaria para humanos” con el aborto, la eutanasia, construimos la cultura de la vida digna, desde la concepción hasta la muerte natural, y en todo el periodo de vida vivida. Ante la ideología de la perspectiva de género propugnamos el proyecto cristiano fundamentado en la práctica de las virtudes y la perspectiva de lo humano. Ante el feminismo desvinculado que impulsa la ideología de género recuperamos el feminismo del compromiso y la defensa y promoción de los derechos civiles, sociales, políticos y económicos de las mujeres.
1 Comentario. Dejar nuevo
Siento que somos muchos los que estamos muy solos, unos más que otros. Desempleos, desarraigos familiares (no solo en el matrimonio, entendedlo, todas las relaciones familiares tienen su potencial conflictiva)… Y en las parroquias como comunidades de base las personas en esa condición no se encuentran a gusto, porque no se sienten comprendidas. Quisiera vivir en una comunidad católica, en un barrio católico, donde haya opción de compromiso temporal para trabajar y crecer en la fe, ora et labora, y que todos los que quisieran pudieran unirse.