El conflicto ruso-ucraniano está teniendo, entre muchos otros efectos, el de despertar un nuevo interés por la geopolítica como método de análisis de las relaciones internacionales.
El olvido de la geopolítica en las décadas anteriores, resultado en parte de la rigidez producida por la política de bloques durante la Guerra Fría y más aún por engañosos conceptos posteriores como «el fin de la historia» o «el nuevo orden internacional», fue un error de consecuencias nefastas, como muestra, por ejemplo, el lamentable papel de Occidente en los conflictos con el mundo islámico.
En una época en que las ciencias naturales aplicadas, la economía y la tecnología ejercen una despótica hegemonía cultural, una arrogante cortedad de miras ha hecho creer a la mayoría que el poderío de este complejo instrumental convierte en superflua la consideración de cualquier otro factor en la vida social en general y en la política mundial en especial. Aspectos de la realidad como la religión, la historia, la filosofía, las tradiciones culturales, etc. con todo lo que pueden conllevar, sea bueno o malo, han sido ignorados. También el equilibrio ecológico ha sido menospreciado trágica y sistemáticamente.
Los resultados de esta ceguera están a la vista. La geopolítica no es solamente una combinación de los términos que componen su nombre. Necesariamente debe considerar también los ya mencionados factores y muy especialmente la historia. En este sentido, el actual conflicto en la Europa Oriental debe ser contemplado en un contexto no sólo contemporáneo, sino también en sus raíces en el pasado. Éstas son extremadamente complejas.mundo islámico
Aquí intentaremos exponer una de las diversas facetas de ese conglomerado de hechos pasados.
A finales del siglo XVII Rusia está saliendo de una grave crisis provocada por las convulsiones acaecidas durante el reinado de Iván IV el Terrible en el siglo XVI y por el perído de confusión que siguió y duró décadas. Poco a poco, a partir del advenimiento de la dinastía de los Romanov, el país se va estabilizando en el ámbito interno, se expande hacia Siberia y recupera la perdida soberanía sobre los territorios fronterizos sudoccidentales, que en aquellos años empiezan a recibir el nombre de Ucrania. Es ésta la situación cuando Pedro I el Grande llega al trono en 1689.
La principal aspiración de su política es sacar a Rusia del aislamiento, en buena medida determinado por su posición geográfica, e incorporar el país al concierto europeo, en el que hasta entonces ha representado sólo un papel marginal. El zar es consciente de que para lograr sus fines debe proporcionar a su imperio una salida al mar segura y crear una flota tanto militar como mercante lo bastante poderosa para hacerse respetar por el resto de potencias europeas.
la primera campaña militar de Pedro el Grande se dirigió contra el dominio turco en los límites meridionales de Rusia y contra el kanato tártaro de Crimea
Hasta entonces, la única franja costera bajo dominio ruso de modo estable había sido la del Mar Blanco, que proporciona una salida hacia el Ártico, una región marginal y desfavorable para la navegación debido a las severas condiciones climáticas. Así pues, la primera campaña militar de Pedro el Grande se dirigió contra el dominio turco en los límites meridionales de Rusia y contra el kanato tártaro de Crimea. En 1696 el zar logró conquistar la fortaleza de Azov, a orillas del mar del mismo nombre. Poco después se desató un conflicto entre Suecia, la potencia dominante en el mar Báltico, y Rusia. Ésta salió vencedora y pudo así asegurarse una posición de predominio en este mar, en parte gracias a sus conquistas costeras, en parte por la creación de una potente flota de guerra.
Como no podía ser de otro modo, ambos conflictos, el ruso-sueco y el ruso-turco, acabaron vinculándose e implicando a otros países, como Polonia y el reino alemán de Sajonia, pero sobre todo a los cosacos ucranianos, llegando a extenderse hacia los Balcanes, sobre todo hacia lo que hoy es Moldavia. En el sur Rusia acabó perdiendo el dominio de Azov y volvió a ganarlo en diversas ocasiones, pero sin lograr consolidar su posición en el Mar Negro. Sin embargo, se expandió en la región del Mar Caspio a costa de Persia.
No hace falta un gran análisis para advertir que los actores de aquellos conflictos son los mismos del actual contencioso entre Ucrania y Rusia, a los que se han sumado los Estados Unidos y China.
También hoy se produce una lucha por el dominio del Báltico, representada por el propósito de expansión hacia Suecia y Finlandia claramente manifestado por la Alianza Atlántica, así como por el intento lituano de bloquear el enclave ruso de Kaliningrado. También Alemania y Polonia tienen un papel destacado en este conflicto, como lo tuvieron en los siglos XVII y XVIII. En los Balcanes las tensiones en Moldavia y Bosnia, así como la alianza serbio-rusa recuerdan los intentos rusos de entonces de ganar influencia en esta región. Turquía y el Irán siguen siendo figuras de importancia, si bien en posiciones diferentes. La simpatía húngara por Rusia evoca la alianza entre Austria-Hungría y Rusia en el siglo XVIII.
¿Cómo es posible que en el siglo XXI se reproduzcan conflictos como los de los siglos XVII y XVIII?
Sin duda, las causas del actual contencioso son muy complejas y variadas, incluídas las históricas. Pero el aspecto clave de esta coincidencia y, por lo tanto, de las viejas y nuevas disputas, es la geografía. Una mirada al mapa nos ayudará a entender buena parte de los problemas que ocuparon a los europeos de hace tres siglos y de los que hoy nos afligen a nosotros.
El ámbito en el que se desarrolló Rusia abarca una región muy amplia y cuyos límites fueron muy variables a lo largo de su período de formación en la Edad Media. Uno de los puntos que acabarían por constituir su centro político y geográfico es Moscú. Este territorio, inmenso, está abierto hacia los cuatro puntos cardinales, sin barreras que le pongan límites ni lo defiendan. Por este motivo resulta vulnerable y accesible a posibles invasores, especialmente pueblos nómadas procedentes del este. El único modo de lograr un alto grado de seguridad para el núcleo central es alejar de él las fronteras todo lo posible. Ello explica en buena medida la extrema dilatación del territorio ruso. Ahora bien, la enormidad territorial implica también aislamiento del centro respecto al exterior, lo que obliga, como decíamos, a buscar las costas como frontera natural y como vía de comunicación con el mundo.
Alcanzado el objetivo de consolidar un dominio costero y marítimo en el Báltico, Pedro el Grande funda San Petersburgo y traslada allí la capital, alejándola del centro geográfico e histórico de su imperio y situándola en una posición marginal desde el punto de vista interno, pero relativamente cercana a las demás grandes metrópolis europeas y fácilmente comunicada con el extranjero por vía marítima. Se trata de una posición expuesta, que requiere un poderío naval considerable que garantice su seguridad.
Es muy revelador el hecho de que los bolcheviques, combatidos militarmente desde el exterior por potencias europeas como Inglaterra, Francia, Italia, Alemania y Polonia, así como por los Estados Unidos, volvieran a llevar la capital a Moscú, buscando el aislamiento como defensa.
En 1762, es decir treinta y siete años después de la muerte de Pedro I, llega al poder Catalina II la Grande. Con ella se inicia una nueva serie de enfrentamientos bélicos por la hegemonía en el Mar Negro contra Turquía y su aliado, el musulmán kanato tártaro de Crimea. En esas guerras Rusia logrará afianzar definitivamente su posición en la Región, hacerse con el dominio de Crimea, de las costas del Mar de Azov y de las riberas septentrionales del Mar Negro entre las bocas del Danubio y el Cáucaso, lo que permite iniciar una expansión por esta última región. El dominio ruso sobre las citadas costas del Mar Negro se mantiene prácticamente inalterado durante dos siglos.
En 1991 la desintegración de la Unión Soviética y la consiguiente secesión de Ucrania cambian radicalmente la situación, privando a Rusia de todo el territorio costero que se extiende desde Crimea hasta las bocas del Danubio.
En la actual guerra ambos contendientes luchan precisamente por la posesión de esta franja de litoral marítimo. Desde un punto de vista estratégico, a largo plazo la costa del Mar Negro y en especial la península de Crimea es el objetivo principal. No es casualidad que la ciudad de Azov, la antigua fortaleza que fue la primera conquista de Pedro el Grande, haya sido el escenario de un asedio y de una defensa especialmente encarnizadas, ni que la milicia ucraniana (de inspiración neonazi) que se había hecho fuerte en la ciudad, ya desde mucho antes de esta batalla hubiera tomado el nombre de «Regimiento Azov».
Ahora bien, si Rusia bajo Catalina la Grande controlaba ya un buen trecho de costa en el Báltico ¿por qué el empeño de hacerse también con gran parte de la costa del Mar Negro, corriendo en esta empresa grandes riesgos y sacrificando cuantiosas vidas y medios materiales? Una vez más la respuesta nos la dan la geografía y la historia.
Continuará en un próximo artículo.
¿Cómo es posible que en el siglo XXI se reproduzcan conflictos como los de los siglos XVII y XVIII? Share on X