Con el paso de los años, he llegado a ser consciente de que hay momentos, olores, o la aparición inesperada de una mariposa, en los que sientes algo más que un simple recuerdo, algo que te acompaña de manera inexplicable. En noviembre, la Iglesia nos guía sobre cómo debemos actuar en esos instantes mágicos, dedicando este mes a que seamos conscientes de la necesidad de rezar por las almas, a ofrecer misas y a consagrar nuestros actos a Dios en su nombre, ofreciendo todo lo que podamos.
Hace unos años, tuve una larga conversación telefónica con una amiga, poco antes de que falleciera. Hablamos sobre cómo debía de ser el momento de morir, y le compartí algo que había leído: morir es como tomar un vuelo de Coruña a Madrid. Te despides, pero en un abrir y cerrar de ojos ya estás saludando a quienes te esperan al otro lado. Las despedidas, las lágrimas y los abrazos finales se entremezclan con las sonrisas de bienvenida, en un instante tan rápido que apenas lo percibimos. Creo que a veces usamos mal el lenguaje, especialmente quienes tenemos fe católica, cuando decimos que alguien “ha partido”. No es una partida; es una llegada, es el retorno a casa. Es importante recordar y repetir: ya llegó, no se ha ido, sino que ha llegado.
En mi libro Calendario, donde hablo de cómo vivir la Navidad en familia de una forma profunda y completa, menciono que nuestra primera Navidad juntos, la de verdad, llegará cuando el último de nosotros deje esta tierra. Y espero que en el cielo, entre la Virgen, San José, y algún santo querido, celebremos todos juntos alrededor de una gran mesa, al calor de una hermosa chimenea, esa primera Navidad. Debemos soñar con esa casa, nuestra casa verdadera, y empeñarnos en conseguir que todos aquellos que hemos despedido lleguen a ella cuanto antes, sin retrasos, sin esperas, sin aduanas.
La Iglesia nos invita a ofrecer este mes de noviembre oraciones y acciones por esas almas queridas, enseñando también a los niños a hacerlo. Podemos motivarles a que con pequeños gestos y sacrificios ofrezcan ayuda a esas almas que están deseando llegar, a nadie le gusta pasar la noche en el aeropuerto esperando su vuelo, y nosotros podemos evitarles esos retrasos.
Por ejemplo, podríamos decirles:
“Come esta cucharada por el abuelo, la abuela, o algún ser querido; o por el alma de alguien en el purgatorio que desconocemos”.
“Ofrece unos minutos de tu tiempo para ayudar a quien lo necesite, como un compañero en clase o un hermano en casa. Hazlo pensando en ayudar a un alma que está a punto de alcanzar el cielo”.
“Si tienes algún deseo o algo que quisieras recibir, espera un poquito y ofrécele a Dios ese pequeño sacrificio para que, a cambio, un alma pueda llegar más pronto al cielo”.
“Durante el recreo, evita alguna pelea o enfado y ofrécele ese esfuerzo al Señor, pidiendo por aquellas almas que anhelan paz y consuelo”.
También podrían dedicar algún momento de su día, como su hora de estudio, o incluso renunciar a algo que les gusta, como una golosina o un juguete, pensando en que su esfuerzo permita que un alma termine el viaje.
Debemos recordar a esas almas, y enseñar a nuestros hijos a hacerlo también, y que todo el año nos acordemos de ellas, nuestras amigas las benditas ánimas del purgatorio. Esas que a veces, cuando menos te lo esperas, se hacen presentes con un aroma familiar, o una ráfaga de brisa inexplicable. Why not?
Debemos recordar a esas almas, y enseñar a nuestros hijos a hacerlo también, y que todo el año nos acordemos de ellas, nuestras amigas las benditas ánimas del purgatorio Share on X