Pocos meses después de mayo de 1968 se publicó «Introducción al Cristianismo», de Joseph Ratzinger, una de las grandes obras de la teología del siglo XX. Un año más tarde el libro ya iba por su décima edición. El libro se inicia constatando la dificultad que suponía, ya entonces, hablar de la fe cristiana a la gente. Lo ilustra con la parábola utilizada por Kierkegaard y Harvey Cox: se prende fuego en un circo, y su director manda a un payaso, vestido para actuar, que vaya corriendo a pedir ayuda al pueblo de al lado. Los vecinos se toman el payaso a broma, y cuando más dramáticamente suplica ayuda el payaso más se ríen de él. Al final, se quema el circo y el pueblo entero.
Según Ratzinger, este relato muestra la grave dificultad que tiene la teología en el mundo contemporáneo para romper los clichés del pensamiento y del lenguaje. Dificultad que, tal como indica el propio autor, no se supera cambiando la vestimenta eclesiástica por la civil, ni adoptando un lenguaje secular. Yendo más al fondo de la cuestión, Ratzinger advierte que en nuestro tiempo el creyente debe convivir con la duda y la inseguridad. La duda afectó dramáticamente santas de una fe tan admirable como Teresa de Lisieux en sus últimas semanas en este mundo, y Teresa de Calcuta, durante casi 50 años de su vida.
Pero del mismo modo que en nuestro tiempo el creyente se puede sentir amenazado por la incredulidad, también la fe, el «tal vez sea verdad», será siempre una tentación para el no creyente. Y así Ratzinger concluye que «es ley fundamental del destino humano encontrar lo decisivo de su existencia en la perpetua rivalidad entre la duda y la fe». Y que, precisamente por eso, “es la duda que impide que ambos se cierren herméticamente en lo suyo, y pueda convertirse ella misma en lugar de comunicación». Según Ratzinger, por la fe afirmamos, o sentimos, «que en la intimidad de la existencia humana, hay un punto que no puede ser sustentado ni sostenido por lo visible y comprensible, sino que limita de tal manera con lo que no se ve, que esto le afecta y se convierte en algo necesario para su existencia «.
Ratzinger expone que desde la antigüedad y hasta el inicio de la edad moderna prevaleció la ecuación verum est ens , «el ser es la verdad». Después, la modernidad contrapone verum quia factum, «los hechos son la verdad». Unos siglos más tarde, con Karl Marx, se impone el verum quia faciendum, «la verdad es lo que podemos hacer». Con el predominio de la técnica en nuestro tiempo, se extiende la opinión de que todo lo que es técnicamente posible se presume que es moralmente aceptable.
Volviendo a la «Introducción al Cristianismo», el autor cita a Isaías 7, 9: «Si no tenéis fe, no os podréis mantener firmes». Que en la versión griega del Antiguo Testamento se traduce como «Si no creéis, no comprenderéis». Y que Lutero expresó así: «Si no creéis, no permaneceréis». Ratzinger destaca que la fe se sitúa en un nivel completamente diferente del «hacer» y del «poder hacer». Remite a la contraposición entre pensamiento matemático y pensamiento conceptual. El primero tiene que ver con la factibilidad, el segundo con el sentido. En un momento en que triunfan el pensamiento matemático y toda la tecnología que sustenta, es cuando más amenazados nos encontramos por la falta de sentido.
Para Ratzinger, la fe nos permite situarnos ante el conjunto de la realidad, es la orientación que precede a todo cálculo y a toda acción humana. «El hombre no vive sólo del pan de lo factible …, sino de la palabra, del amor y del sentido. El sentido es el pan que alimenta al hombre en lo más íntimo de su ser «. Sin embargo, «la fe cristiana es mucho más que una opción a favor del fundamento espiritual del mundo». No es creer en algo, sino creer en un tú. La fe es encontrar un «tú» que me sostiene: Jesús de Nazaret.
Con la colaboración de una joven humilde de Israel, Dios se hizo hombre. Vivió y murió sin ahorrarse el dolor y la humillación que forman parte de la condición humana. «Lo que no es asumido no es redimido» (San Ireneo). Jesucristo asumió plenamente nuestra humanidad, su redención objetiva es plena y se ofrece a todo el mundo. Pero no se impone a nadie. El sí de María permitió la acción salvadora de la humanidad de su Hijo Jesucristo. Para consumarse personalmente la salvación, es necesario el sí de cada uno de nosotros. «Dios, que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti» (San Agustín).
Publicado en el Diari de Girona, el 15 de agosto de 2021
Para Ratzinger, la fe nos permite situarnos ante el conjunto de la realidad, es la orientación que precede a todo cálculo y a toda acción humana Share on X
1 Comentario. Dejar nuevo
El título del artículo es «CREER, comprender, salvarse».
Pero si entendemos que creyendo se crece, podemos dar por buenos el error de transcripción.
Saludos y buenas vacaciones.