Proselitismo viene de la palabra griega “prosélytos” que se usa en el Antiguo Testamento para designar al extranjero que se convierte al judaísmo. Es más, un texto del hebreo antiguo, el Midrash Rabbah, dice que “quien acerca a un pagano y lo convierte debe considerar que es como si lo hubiera creado” (Gen. Rab., 39, 14) (Cfr. Ernst Burkhart, “Vida cotidiana y santidad”, Madrid 2010, Tomo I, pág. 538).
Si nos vamos a los textos del Nuevo Testamento, la palabra “prosélytos” aparece cuatro veces, una en el Evangelio de Mateo (Mt. 23, 15) y tres en los Hechos de los Apóstoles (Hch. 2,11; 6,5; 13,43).
En los Hechos de los Apóstoles, la palabra “prosélytos” se refiere en todos los casos a los paganos convertidos al cristianismo. Los primeros cristianos hacían proselitismo para “ganar” almas para Cristo (1 Cor, 9, 19-23), y San Pablo, en la misma carta a los Corintios, afirma “¡Ay de mí si no evangelizara!”. El texto de San Pablo (1 Cor 9, 16-19) es claro: evangelizar es una obligación, un deber “porque si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, pues es un deber que me incumbe”.
Sin embargo, en alguna lengua, como el alemán, el término “proselitismo” equivale a convencer a una persona con coacción o engaño, pero no ocurre así en la lengua italiana, donde se afirma que “la actividad misionera es una forma organizada de proselitismo” (Lessico Universale Italiano, Vol. VIII, pág. 742).
En español el término proselitismo tiene dos connotaciones, una positiva y otra negativa, según la finalidad por la que se usa (Diccionario RAE, “proselitismo”). Es positiva cuando una organización quiere hacer adeptos diciendo la verdad y sin coacciones. Es negativo cuando se engaña a las personas y se coarta su libertad.
En el caso de la Iglesia ocurre que el proselitismo es el del “llamado” a la fe. La Iglesia sigue el mandato de Jesucristo de “predicad a todas las gentes” y “haced discípulos” (Mc. 16, 15 y Mt. 25, 19). En el Evangelio de San Marcos (3, 13-16) el texto es claro: “llamó a los que él (Jesús) quiso, y fueron junto a él. Y eligió a doce para enviarlos a predicar”. Por lo tanto, desde el mismo origen, la predicación del Reino de Dios es difundir el Evangelio y convertir a las gentes, por lo que está en el ADN del mensaje de Jesús. Predicar el Evangelio es lo mismo que informar, formar y convencer sobre el Evangelio a los demás. Y eso es proselitismo.
Mucho más claro está cuando Jesús elige a los doce Apóstoles. A Pedro y a Andrés su hermano, les dijo: “seguidme, que yo os haré pescadores de hombres” (Mt. 4, 19); a los hijos de Zebedeo, Juan y Santiago, “los llamó” (Mt. 4, 21), y lo mismo a Mateo sentado en la mesa recogiendo impuestos, y a Bartolomé y a Felipe y así a todos los demás (Mt, 10, 2-4). A Pedro, al final del Evangelio, cuando le prueba su amor durante tres veces, Jesús le dice: “Sígueme” (Jn, 21, 19). Y envió también Jesús a 72 discípulos a predicar (Lc. 10, 1-10).
A los Apóstoles Jesús les advierte que la predicación del Evangelio significa persecuciones, cárcel, incomprensiones: “os odiarán a causa de mi nombre” (Mt. 10, 22), y añade: “no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (ibídem).
Desde el principio la Iglesia ha cumplido con su misión de predicar a todas las gentes, a todo el mundo, sin distinción de razas, de pueblos, de lenguas, de edades, de sexos. La Iglesia comenzó a ensancharse en vida de Jesucristo, y los Apóstoles continuaron esta labor, abriéndose hacia los gentiles, donde San Pablo tuvo un papel predominante.
Y así continuó y continúa la Iglesia a lo largo de los siglos, de tal modo que evangelizar, predicar al Reino de Dios y hacer prosélitos, continuó y continúa impregnando a toda la Iglesia y como ocurrió con los grandes santos, como Benito, Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y todos los santos y santas fundadores hasta nuestros días. “¡Sigan misionando!”, dijo el Papa a los Misioneros del Instituto del Verbo Encarnado de Alepo (Siria).
La Iglesia no se puede encerrar en un cenáculo, ni en el templo, pues tiene que “misionar”, die el Papa. Necesita respirar aire de la calle, de los campos, de las oficinas, de las fábricas, ir al encuentro de las personas para arles a conocer el mensaje del Evangelio.
Luego ¿es correcto el proselitismo, entendido como predicar la fe católica a los hombres y mujeres de todo el mundo? El cristianismo, la Iglesia, habría desaparecido si no hubiera cumplido el mandato de Cristo de predicar el Evangelio desde el principio. En consecuencia, este proselitismo es bueno. Por eso muchos (sobre todo el laicismo) quieren que la Iglesia no tenga más “conversiones” y se encierre en sus templos y sacristías, o dentro de las casas –“en la intimidad”, dicen– que no salga en público, porque saben que así la ahogarán. Pero esto no podrá suceder, porque la Iglesia durará hasta el fin del mundo (Cfr. Mt. 28, 20).