Nada volverá a ser como antes: la globalización del mundo acelera todo, incluso las epidemias, y nos muestra que estamos todos en el mismo barco. Si hace 60 años un virus desde Hong Kong tardó año y medio a llegar a Europa y el SARS 2003 unos meses, ahora todo se acelera, llega en semanas. Y las redes sociales funcionan de transmisores del miedo. Las mentiras y errores del gobierno chino han agravado el problema, pero tampoco en Europa parece que hemos acertado mucho las medidas; además cada uno va por su cuenta y prima el egoísmo (Alemania acaba de prohibir le exportación de mascarillas). Ha habido en la historia otras crisis mucho más graves (con decenas de millones de muertos) y la sociedad reacciona de la misma manera que hace 4 siglos con la peste, como nos mostró genialmente Manzoni en ‘Los Novios Prometidos’. Sólo la ciencia está algo más avanzada, pero no lo bastante para evitar los problemas; y por supuesto no sirve para evitar la psicosis del miedo.
Con su habitual inteligencia El Roto muestra todos los límites de nuestra presunción seudocientífica, mostrando un científico al microscopio que afirma: “Sabemos todo del virus, menos el origen y el fin”. Se podría parafrasear la frase a cualquier ámbito de la ciencia que se topa inevitablemente con un muro desconocido frente a lo infinitamente pequeño, lo infinitamente grande, lo infinitamente lejano en el espacio y en el tiempo. Esta crisis pone al descubierto la fragilidad del hombre y de las sociedades modernas; y aún antes del bofetón económico en términos de caída del crecimiento, aumento del paro, probable recesión, etc..; y puede no ser leve y causar mucho más daño que el virus. Sólo se han visto los primeros prolegómenos con caídas de las bolsas, crisis de turismo y transporte aéreo, previsiones de crecimiento.
Pero todo esto puede ser la ocasión para cada uno de nosotros de volver a lo esencial. Encerrarnos en nuestro castillo defensivo pretendiendo que todo el mal se quede fuera no funciona, se demuestra un castillo de naipes, como la pretensión de autonomía del hombre moderno: somos seres dependientes, somos relación en todo (la vida, la economía, la cultura,… necesitamos de los otros). Es una ocasión (que además coincide con la Cuaresma…) para recuperar la interioridad, la reflexión, la meditación de las verdades de la vida; dedicando espacio y tiempo al Dios escondido en el fondo del alma de cada uno de nosotros.
Os propongo la carta que ha escrito a sus fieles Mons. Massimo Camisasca, hace ya una semana, en cuanto se han activado en regiones de Italia medidas drásticas como aconsejar (¿prohibir?) ir a misa. Puede ayudarnos a recuperar el valor de las cosas, a recapacitar, a darnos cuenta que vivimos en una burbuja de falsa seguridad y volver a tener el coraje de mirar a la cara el miedo, gracias también al testimonio de personas que son capaces de afrontarlo y vencerlo. Los primeros son el personal médico y de enfermería, que se sacrifican hasta la muerte para ayudar a los enfermos, verdaderos mártires aunque varios sean laicos. Como ha hecho siempre la Iglesia socorriendo los apestados, los leprosos, los marginados de todas las épocas. Puede que no podamos – ni personalmente ni socialmente – evitar el mal del corona-virus. Pero podemos vivir sin miedo.
Una última reflexión: los efectos mortales del corona-virus parecen concentrarse en los ancianos, dejando prácticamente exentos los niños. En última instancia el resultado se asemeja bastante a lo que se busca con la ley de la eutanasia: eliminar los más viejos. Si lo decidimos nosotros, pensamos que está bien (hay una cierta mayoría social sustancialmente favorable a la eutanasia); pero si nos llega por otro lado, imprevista, como el virus, ya no lo aceptamos y caemos en el miedo (sobre todo porque nos puede tocar a nosotros…). Así de coherentes somos los hombres.
Carta de Mons. Massimo Camisasca, Obispo di Reggio Emilia – Guastalla, a sus fieles:
Queridos fieles, queridos amigos,
En este momento marcado por una cierta confusión inevitable, deseo transmitirles a todos vosotros el pensamiento y las preocupaciones del Obispo que, como un padre, comparte las ansiedades de todos sus hijos.
¿De dónde viene el corona-virus? Del corazón de China, ciertamente no del corazón de Dios. Pero también es cierto que Dios lo está usando para llamarnos a todos a una mirada más profunda sobre nuestra vida. De hecho, descubrimos de repente que somos frágiles: a menudo cerrados en las certezas que nos vienen de los grandiosos descubrimientos de la ciencia y de su aplicación tecnológica, conectados con todo el mundo y ilusos pensando de ser los amos del mundo, bruscamente se nos ponen frente a un escenario más realista: el hombre es débil, frágil y puede encontrar su grandeza y su fuerza solo en el amor hacía sí mismo, hacia su destino personal, temporáneo y eterno, y en el amor hacia los demás y hacia Dios.
Por necesidad, somos así llevados a una esencialidad de vida que puede crear benévolos momentos de silencio, de reflexión, de cuidado. Oremos en nuestras casas, por nosotros mismos, por los enfermos del mundo, por los muertos, por sus seres queridos. Oremos por los médicos y los trabajadores de la salud, oremos por los hombres de la seguridad y del ejército, llamados a un extra de fatigas. Oremos por nuestros gobernantes, busquemos salvar tiempos de lectura, de reflexión, de cercanía con los necesitados. Aquello que casi ya no sabemos hacer ahora casi estamos obligados a retomarlo.
El corona-virus no dejará las cosas como antes: ¿seremos mejores o peores después de su paso? Depende de nosotros. Al igual que las grandes enfermedades que han marcado la historia de los pueblos, puede convertirse en ocasión de contrición y de conversión. El hombre sin Dios pierde por completo la brújula de su vida. Con Dios puede reencontrarla. Puede aprender a considerarse a sí mismo no sólo como un buscador de satisfacciones baratas, sino un buscador de infinito, un hermano y amigos de los demás hombres, un habitante respetuoso de este planeta, que espera ser completamente transformado con nosotros, para ser rescatado de su caducidad (cf. Rm 8, 19-22).
En estos días, y probablemente también en los siguientes, será difícil o incluso imposible participar en la Liturgia Eucarística. Vamos a remplazarla con la oración del Santo Rosario: invoquemos de maría la protección para nuestra ciudad, nuestra provincia, nuestra región, nuestro país. Si nos es posible, pidamos la curación de los corazones así como de los cuerpos, también a través del ayuno, en las formas que cada uno decida emprender. Pongamos patas arriba el mal del corona-virus en un bien para todos nosotros. Estoy cerca a los enfermos, a sus familias, a las comunidades probadas. Sobre todos pido la bendición del Señor.
Hoy a las 18 lamentablemente no podré celebrar el momento de oración en la Basílica de la Ghiara como estaba previsto. Sin embargo rezaré el Santo Rosario a la misma hora junto con mis secretarios en mi capilla privada: les pido que se unan a mi oración desde sus hogares.
Descubrimos de repente que somos frágiles: a menudo cerrados en las certezas que nos vienen de los grandiosos descubrimientos de la ciencia y de su aplicación tecnológica Share on X