Durante la reciente Navidad y semanas previas un punto de lucha de los cristianos conscientes ha sido, al menos en España, hacer visible la esencia de la Navidad, la venida de Cristo, frente a todos los intentos laicistas de convertirla solo en un tiempo de orgía de consumo alejada de todo vínculo trascendente. Fue un ir a contracorriente que exige firmeza y continuidad.
Solo ha sido un inicio, ya que desde muchas instituciones públicas a todos los niveles se ha borrado intencionadamente el carácter religioso, la mayor parte del mundo empresarial y comercial hace lo mismo no tanto por motivaciones ideológicas como crematísticas y para no comprometerse, y a nivel social sectores laicistas lo borran en los colegios, los centros culturales, las relaciones sociales y hasta de las postales navideñas.
Tal ofensiva anticristiana trae en positivo que, tras años de pasividad ante la tendencia descendente en la expresión pública de la religiosidad navideña, diversos sectores cristianos han reaccionado por fin de forma rotunda y en algunos casos han exigido hasta en las calles revertir la situación. Aunque sea de signo distinto, y se haya expresado de maneras más o menos efectivas y serenas, la protesta por la insultante imagen del Sagrado Corazón de Jesús en el programa de Fin de Año de RTVE muestra que va penetrando en la conciencia de muchos cristianos que no se puede seguir así y hay que actuar.
Entre no pocos incluso está en declive algo tan sustancial y tradicional como el reencuentro familiar
En otro orden de cosas, la época navideña ha puesto más en evidencia el contraste de la opulencia con la miseria. Para la mayor parte de población son días de orgía de consumo, regalos, comilonas copiosas e interminables, dejando de lado otras cosas. Entre no pocos incluso está en declive algo tan sustancial y tradicional como el reencuentro familiar, por las rupturas matrimoniales generalizadas y por las ofertas de ocio que en sí mismas son positivas pero que, según se adopten, pueden convertirse en medio y coartada de desvinculación del resto de la familia. Lo ejemplarizo en algunos que se marcharon a esquiar estos días, dejando a los familiares mayores.
En paralelo al gasto sin freno de una mayoría, la pobreza extrema se mantiene en nuestra sociedad. Basta pensar, a título de ejemplo, en las siete mil personas que viven en la Cañada Real, en Madrid, que llevan incluso cuatro años sin luz eléctrica. O el retorno de las barracas en diversas zonas de Barcelona, entre ellas el entorno de la estación de La Sagrera, previsto como un área céntrica de la ciudad cuando terminen las obras. O los miles de personas que viven y duermen en las calles, o el gran número de los que van hurgando en los contenedores de basura.
Merece la pena ver qué pasa en nuestras sociedades opulentas para que una parte de la población siga en la miseria extrema, y actuar en consecuencia. Siempre he recordado que, hace más de 40 años, la primera vez que vi homeless durmiendo en un crudo invierno bajo los cajeros de un banco fue en un emporio de riqueza, en una de las más céntricas y chic calles de Manhattan, en Nueva York.
Es una realidad que mucha gente se moviliza por Navidad para ayudar a los necesitados, y nadie hace tanto como los cristianos, pero aun así queda corto. Debe aumentar la entrega tanto a título personal como desde las organizaciones, pero también hacen falta desde las instituciones públicas políticas dirigidas tanto a atender en inmediatez las necesidades de aquellas personas como a dar salida laboral a todos cuantos sea posible.
Miles de parejas que no tienen hijos o lo limitan a uno por buscar una vida más cómoda se darán cuenta de su soledad al llegar a mayores
Otro gran vacío que se hace más evidente en esta etapa navideña es la soledad de muchas personas, especialmente ancianas. La vida tiene sus situaciones complejas, pero un elemento que aboca a no pocos a tal soledad son las rupturas familiares y la falta de hijos. Está claro que tal déficit irá en aumento. Miles de parejas que no tienen hijos o lo limitan a uno por buscar una vida más cómoda se darán cuenta de su soledad al llegar a mayores.
Combatir la soledad surge de forma especial del corazón de las personas, de su amor y solidaridad, de la amistad, de la disposición a acompañar o acoger a otros. Vale en toda situación y todo el año, pero puede ejercerse de manera especial en la Navidad. Aunque sea algo pequeño, no está de más recordar la práctica hoy casi desaparecida de invitar a casa a comer por Navidad a un pobre (o una familia pobre) o a alguien que, sin ser económicamente miserable, está solo. O llevarles regalos y comida en este día. Quizás es algo paternalista y se puede ver en ello tranquilización de la conciencia, pero lo cierto es que la mayoría no hace siquiera esto.
También desde la política se puede hacer algo para combatir la soledad, y no solo con la creación de un Ministerio de la Soledad, como han hecho en algún país. Además de la labor de los Servicios Sociales, que está muy bien, son ingredientes básicos ayudar a la familia y fortalecer su estabilidad e incentivar la natalidad.
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Esa es la verdadera Navidad