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Se llama consumo

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Tenemos nuevos dioses: la velocidad, la inmediatez y el placer, lo que supone que los jóvenes y no tan jóvenes libremos cada día varias batallas para intentar preservar nuestra alma.

Hablamos de esa lucha ardua, cotidiana, sorda y persistente, contra toda clase de formas de consumo que asedia el espíritu y debilitan el corazón.

Sirva de ejemplo la lujuria enriquecida con el consumo de móviles y pantallas, la pereza o falta de entrega escondida entre el consumo de miles de opciones de autocuidado, la soberbia presentada como autoafirmación o empoderamiento.

Hemos invertido nuestros valores más grandes en lo más bajo y efímero. Es absolutamente escandaloso percibir que todo se consume (cuerpos, relaciones, ideas, experiencias, ciudades…).

Tenemos un empacho de tal magnitud que no somos capaces ni de digerir la vida, y todo se nos hace bola, no podemos deleitarnos con nada. Todo nos es insuficiente.

Hemos dejado que se corrompan muchas palabras que derrochaban verdad y ahora todo va aderezado de una falsedad que esconde la esclavitud del deseo.

Combate

Aún así, en esta maraña de sin sentido, la Iglesia sale al encuentro.

San Pablo lo dejó claro: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,20).

Y justamente esta es es la buena noticia que necesitamos escuchar. Por supuesto que no se trata de obviar el mal o de tolerar lo que daña. Se trata de mirar con verdad, sin miedo, sabiendo el pecado no es el final, sino el lugar exacto donde Dios quiere comenzar su obra de sanación.

No es para nada casual que en las Escrituras  nos hablen de la vida cristiana como un combate. San Pedro advierte con claridad: “Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar” (1 Pe 5,8).

Es decir: no estás solo. Y no estás condenado a repetir errores. Hay otro camino. Pero exige lucha, mucha perseverancia y humildad. Y sobre todo, dependencia de la gracia, como nos ha recordado recientemente nuestro Papa León XIV.

El poder de la oración

¿Cómo se libra este combate? No con congoja ni con fuerza de voluntad solamente o con estrategias humanas. Sino con oración.

«Orad para no caer en la tentación” (Lc 22,40), dice el Señor.

Es muy necesario decirle cada día a Cristo: “No puedo, pero tú puedes”. Es fundamental invocar a María, madre que no se cansa de interceder. Es muy sanador dejarse consolar por Quien conoce hasta la última de tus heridas.

La belleza de la pureza

Una de las muchas batallas actuales es aquella que atañe a la sexualidad como parte integrada del verdadero amor. Vemos jóvenes desnortados en su vocación de amar, familias rotas, problemas de adicciones al porno…consumo y más consumo.

Se da por hecho que la castidad es una represión y no una virtud, se la cataloga como para raritos o algo pasado de moda.

Pero es sobrecogedor el poder experimentar que no existe acto de amor más libre, verdadero y magnánimo que decidir tu mismo a quien quieres entregarte el resto de tus días.

De ahí que se te abran los ojos y que dominio propio y el servicio no sea una mutilación, sino un acto absoluto de entrega.

La pureza o la castidad no son caprichos de santos raros, al contrario son una gran promesa de plenitud.

Y aunque a veces el camino sea estrecho es posible dejar de consumir placeres de muchitanga y amar de verdad

Comunidad

Evidentemente es tal la embestida social que es muy difícil vivir todo esto solo.

Necesitas hermanos, llámalo como quieras en cada circunstancia: un buen grupo de amigos, comunidad parroquial, movimiento de la Iglesia, familia, colegio… En cualquier caso seas jóven o mayor necesitas una Iglesia viva que te acompañe.

Los grupos juveniles, las fraternidades, las confesiones frecuentes, la dirección espiritual, los sacramentos: todo eso no es un accesorio será tu mejor armamento.

El secreto de los santos

La santidad no es solo para algunos. Es la vocación común de los hijos de Dios. Es también la tuya.

Santa María Magdalena, san Agustín, san Francisco, san Carlos de Foucauld… Todos conocieron el barro. Todos fueron personas heridas, tentadas y a veces vencidas.

En cada instante, diariamente, a cada uno de nosotros, Dios nos hace una propuesta de vida de aventura en la verdad, de radicalidad.

Tal vez tu respuesta sea: No puedo, pero quiero. Ayúdame, Señor. Esta respuesta, pequeña y honesta, puede cambiar tu vida.

No has nacido para consumirlo todo, sino para entregarlo todo. Que nadie ni nada te robe esa certeza ni esa esperanza.

Porque solo en Él, solo con Él, solo por Él, serás verdaderamente libre y gozarás de esa infinitud que es la vida eterna.

Deja que Cristo te conquiste y no que el mal te consuma por dentro.

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