Tontamente se exalta al ser urbano moderno, al ciudadano permanentemente online, como si de un oráculo encarnado se tratase. Para él, la distancia entre lo que ignoramos y lo que deberíamos conocer parece ser un trivial susurro, algo fácilmente salvable.
El mito del hombre online
Quien inicia su día revisando las notificaciones en el móvil, leyendo de forma rápida los titulares de los diferentes medios o empieza su jornada frente a la pantalla de la aplicación X, cumple —así se nos hace creer— con un acto de responsabilidad ciudadana.
Estar constantemente conectado se presenta como una virtud social, como un valor del buen ciudadano.
El mito del hombre online impone que mientras queden individuos que se mantengan al tanto de los hechos, el mundo funcionará mejor.
Pero detrás de esta epopeya moderna se esconde una peligrosa equivalencia entre estar conectado con el mundo y conocer la verdad.
Los medios de comunicación y las redes sociales pretenden ofrecernos no solo datos, sino vendernos las entrañas mismas de su realidad, aquella que quieren hacer nuestra.
Como si el contenido de un medio digital, o X, la plaza digital global de confianza para todo el mundo, fueran de hecho la esencia de la vida misma.
La esencia de lo importante
Leer los titulares del día o saber el trending topic, está muy bien pero no es equiparable a la razón de ser que mueve el mundo, a arrancar de él su verdadero sentido.
Ya lo expresó Milan Kundera en «La insoportable levedad del ser»: el hombre moderno vive atrapado en la inmediatez, donde la rapidez y el exceso de información terminan por ahogar la verdadera esencia de lo importante, que solo puede apreciarse con tiempo, profundidad y calma.
Así, el hombre online —ese que se atiborra a plataformas, y redes sociales— no está necesariamente más cerca de la sabiduría; muchas veces se halla peligrosamente lejos de ella.
La representación más fidedigna de la realidad, de ese acontecer cotidiano en el que lo ordinario, lo persistente, lo heroico, lo bello, lo común, conforman el tejido primordial del mundo, no aparece con frecuencia bajo el mundo wifi.
La vida online comete el pecado de elevar a categoría de importante lo raro, lo insólito, confundiendo relevancia con excentricidad. Y así, quien se sumerge cada mañana en su Instagram, no se entera de lo que ocurre; se entera de lo que rara vez ocurre. Sólo percibe una anormalidad dentro de un mundo en el que sigue sucediendo el milagro de lo cotidiano.
La permanencia de la humanidad
En eventos como la reciente DANA en Valencia, ha acontecido un impresionante derroche de humanidad que ha desafiado el enfoque sesgado de los titulares más mediáticos. La fuerza de la realidad ha vencido y muchos medios no han podido ocultarlo.
La verdadera esencia de la realidad cotidiana del mundo se manifiesta en los innumerables gestos altruistas de Valencia: vecinos que ofrecen techo a los afectados, voluntarios que se organizan para repartir comida y agua, servicios de emergencia que trabajan sin descanso para proteger a los demás.
La belleza de estos gestos cotidianos, muchas veces invisibles para los medios, es lo que realmente sostiene la vida.
Es ahí, en el servicio desinteresado, donde encontramos la verdadera grandeza del ser humano.
El hijo que cuida a su padre en sus últimos años, la profesora que acaricia los oídos de los bebés de guardería con sus nanas, celebran la permanencia de la humanidad, la cual es más fiel al motivo de la existencia del mundo.
Si buscamos comprender la verdad de la condición humana, no podemos ignorar que la mayoría de los padres darían la vida por sus hijos, que los matrimonios se fundan en el amor y respeto. No podemos obviar que existen jóvenes dispuestos a servir y salvar al mundo.
Es imprescindible poner en valor las pequeñas maravillas cotidianas que dan forma al mundo
Pues quien se jacta de estar constantemente online pero es insensible a estos actos sublimes, no merece proclamarse conocedor de la realidad.
1 Comentario. Dejar nuevo
Lo de la dana también fue excepcional. Los jóvenes no se implican tanto habitualmente