Confío en Dios, y no en los poderosos, sean políticos o gente de dinero; periodistas o famosos, científicos o intelectuales.
Quiero seguir tus mandatos, buscar tu voluntad en el espejo del Evangelio que me habla a mí y me explica la vida, donde examino mis actos cotidianos, alegres y tristes, de éxitos y fracasos, de anhelos y frustraciones.
Busco la voluntad de Dios en su palabra y en mi conciencia que construyo en la comunidad del Pueblo de Dios, tu Iglesia, que es una, santa y también pecadora en los hombres y mujeres que la formamos.
Ayúdame señor a forjar mi conciencia, que es mi verdadero yo inmortal, en la Tradición y Enseñanza de tu Iglesia milenaria, trasmitidos en una continuada renovación en torno a sus esencias. Que sepa apreciar todo su inacabable valor, verificado por su perduración en la historia y en su alcance universal.
Ayúdame a no caer en la enfermedad del alma de nuestro tiempo, que no respeta a nadie, ni tan siquiera a las personas consagradas, y que destruye al ser humano, a su capacidad real de amar y a todas las instituciones, desde el matrimonio y la familia al Estado, y que daña a la Iglesia que tú constituiste. La enfermedad de la subjetividad desaforada, de la desvinculación, de la concupiscencia del yo, que confunde el amor, el bien, la justicia y la necesidad, con su propia y exclusiva conveniencia y beneficio.