La laboriosidad no está de moda. La laboriosidad ha tomado en la sociedad actual un tono negativo cuando en realidad se trata de un escalón hacia la santificación. Hoy en día la palabra procrastinar está en boca de todos. Paradójicamente, la sociedad demanda una alta eficiencia en nuestros quehaceres pero, al mismo tiempo, desde pequeños, se nos priva de esta virtud.
La laboriosidad implica hacer las cosas bien, no por rutina, sino como el fruto meditado de un modo de trabajar propio de un hijo de Dios.
No existe mejor fórmula para acabar con éxito todo lo que se empieza que huir de un activismo vacío y ofrecer nuestra labor, pero sin dejarnos dominar por ella. La virtud de la laboriosidad lleva implícito el esfuerzo por sacar partido a los talentos personales que nos han sido regalados.
Acabar las cosas bien exige primeramente un cambio de actitud ante el trabajo que tenemos delante. Ya lo decía san Josemaría “Haz lo que debes; está en lo que haces”.
Cuatro son los grandes fantasmas que actualmente intentan comerse la virtud de la laboriosidad: el ocio, la pereza, la rutina y la desidia.
Nuestros niños y jóvenes están siendo alimentados en estos vicios, algo que a la larga les causa grandes problemas de frustración, ansiedad y pesadumbre. En definitiva, les deja huérfanos de mecanismos para dar solución y enfrentarse a los percances propios de la vida. Pues «La mente verdaderamente humana se nutre de tiempo, trabajo y disciplina» (El despertar de la señorita Prim).
Benedicto XVI en la audiencia del 12 de octubre de 2011 decía, “es necesaria la laboriosidad del hombre, pero luego se debe entrar en una espera impotente, sabiendo bien que muchos factores determinarán el éxito de la cosecha y que siempre se corre el riesgo de un fracaso. No obstante eso, año tras año, el campesino repite su gesto y arroja su semilla. Y cuando esta semilla se convierte en espiga, y los campos abundan en la cosecha, llega la alegría de quien se encuentra ante un prodigio extraordinario”.
A continuación brindamos cinco consejos que te ayudarán a cultivar la virtud de la laboriosidad y no caer en la procrastinación:
- Estamos llamados a vivir la laboriosidad en tono de esperanza. Como padres tenemos que valorar el esfuerzo y la motivación de nuestros hijos teniendo en cuenta que el éxito no está totalmente en nuestras manos, sino en las de Dios.
- Buscar objetivos a corto plazo y realistas para así conseguir dominar las pasiones antes de que cobren fuerza. “ Si no quieres que tome fuerzas la pasión, aplastala al despuntar” (San Agustín).
- Valorar y trabajar la fortaleza “Más se estima lo que con más trabajo se gana”. (Aristóteles). Sentirse agradecido por el éxito en acabar lo que empieza.
- Evitar la ociosidad para que no se convierta en un talón de Aquiles. Como nos indica san Juan Pablo II, en Christifideles Laici, “el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.”
- Sin oración no hay virtud. Sólo así haremos de los quehaceres humanos algo divino y descubriremos la cercanía de Dios en la cotidianidad de nuestro trabajo. Crecerá en nosotros el espíritu de servicio. “Estudio, trabajo, oración: he aquí tu lema, que te conservará bueno” san Juan Bosco.
1 Comentario. Dejar nuevo
Opino lo mismo sobre la laboriosidad. Es fundamental para el ser humano y más aún para un cristiano que busca ser santo con su quehacer diario en todos los aspectos de su vida