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Chabacanería exclusiva

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Son las diez de la mañana. Ahí le ves todo perifollao con su foulard y su chaleco de seda, apretando el botón con el que abre la persiana automática de seguridad con que protege su centenario negocio familiar. Sale −aunque internamente desorientado− de busca y captura. Es una tienda de ropa de lujo que empezó a andar con su abuelo el emprendedor. Él más bien la está sepultando. ¿Por qué? Pues porque su abuelo fue visionario, pero él se limita a ir tirando sin renovar más que “lo que nos da nuestro distribuidor”. Y chupando del bote está esperando su jubilación.

Hace muchos años que te armas de paciencia y te pasas por ahí en busca de algo que sí tienen, que es cierta calidad: colores distintos y atractivos, tejidos que cuesta encontrar, detalles… ¡Pero qué corte! ¡Qué pena! ¡Qué pretensión esconden esos talles chocarreros que resaltan rompiéndolas las formas corporales de manera soez! Cierto es que eso le cae a él indirectamente, pues le viene de la moda que entrecruza el planeta en su vertiente occidental, aunque existen alternativas (como las que le sugieres) de las que él no quiere ni oír hablar, pues lo que vende es −según él− “lo que nos pide el cliente”.

No es verdad. Económicamente, el negocio tira patas arriba. Con su pretenciosa clientela está haciendo lo que le conviene a él, ajustando (más que embelleciendo) año a año el cuerpo de sus clientes a unos trapos que en lugar de vestir, incomodan: ajustados a la silueta, apretados por las más íntimas partes, con el talle roto… como si quisieran deformar la belleza del cuerpo humano que aunque no sea modélico, quiere tener categoría. Ellos, a mansalva. A hacer correr la moda no solo de lo antiestético, sino deliberadamente de lo antibello: la chabacanería exclusiva que nos invade.

Hinchazón plebeya

Aprende a vestir, hermano, mi hermana del alma. El concepto de belleza varía de una época a otra, pero, además de que la Naturaleza nos hace sentir por instinto −como en todo− unas reglas generales innegables, cada época tiene las suyas propias. Por eso, ante el desbarajuste estético actual, hay unas pautas objetivas alternativas. Así, no es el hábito lo que hace al monje, sino la esencia de cada quien, esa que le hace brillar el aura con una luz especial que enamora, o bien lo enmohece para sumarse al catre orgiástico.

Es por este motivo que, puestos a romper con todo, como hacen los signos de los tiempos que someten a la sociedad actual, hasta en la moda (y muy especialmente) se trasluce la falta de señorío de nuestra época. Es la misma falta de señorío que provoca que pocos son ya aquellos que traslucen señores de sí mismos, hasta de su cuerpo, que en la actualidad se vende por cuatro ochavos en busca de placer efímero. Como si ser señor fuera de quita y pon.

Cuando la gente se harte de ir con la incomodidad hecha bastez, será porque desde las entretelas de la moda nos dirán todo lo contrario que en la actualidad: “¡Libérate de verdad”, “¡Muévete amplio y confortable!”, “¡Se acabaron las estrecheces!”. Entonces estará cambiando de nuevo “nuestra percepción”, que no será la que más se ajuste a la realidad hasta que no reconozcamos la realidad como es: el ser humano imagen de Dios.

Debemos reconocer que no todos los cuerpos desnudos (más bien pocos) son modélicos y atractivos, al margen de las modas; de ordinario suelen ser bastos y carentes de ese algo más que no sea el subidón libidinoso de la fruición sexual que en la actualidad unos cuantos están atizando desde sus tugurios, para, por medio de su aguijón, atizar el instinto animal de los seres vacíos que repletan el planeta, que, si no lo controlamos, nos sale disparado dispuesto a arrasar con todo aquello que no halague nuestro ego.

Es esta la razón por la cual nuestras sociedades van a la deriva de sí mismas, desorientadas por los cuatro vientos que soplan al tuntún, y por eso en ellas todo es cada día más efímero: el tiempo que dura el subidón, convirtiéndonos en fugitivos de nosotros mismos. ¿Cómo vamos, así, a entregar nuestras vidas por amor al otro? ¿Cómo vamos a hacer caso a Dios? Solo con la hecatombe. Porque se habla y se canta mucho al amor, pero es un canto desvestido de toda autenticidad, un ansia más que una búsqueda, razón por la cual deambulamos perdidos en nuestro propio laberinto, que en la última ola ya se ríe incluso de sí mismo, como si se creyera amo de nosotros mismos.

Razón de época

Mira si nuestro espectro de modelo de hoy que se desparrama por las pasarelas de postín advierte que yo tengo razón, que, con algunas voces que reclaman lo que mis solicitudes de los últimos años a ese aprendiz de vendedor enmodado, la situación va haciendo intentos de cambiar en algunas personas, pero, como el problema de base es que es a él al que le falta categoría, no acaba de dar en el clavo. Cuando le advierto de la deriva a ninguna parte de su comercio, el tendero ese −engañado hoy, jubilado mañana−, me espeta con una evidente falta de tacto ante un cliente potencial, que desquicia: “Eso es percepción tuya”. ¡Y se queda tan fresco!

Es un pobre hombre. No se da cuenta de que es él el que se encuentra perdido en un mar de confusión, donde su identidad tanto decae como se arrastra, ¡que hasta espera ya la jubilación anticipada! Cierto que, cuando hablo con él a lo profundo, algo se mueve en el fondo de su corazón (la razón del ser creado a imagen de Dios), pero es un algo que él prefiere no distinguir, ni mucho menos dirimir ni aceptar. Se da cuenta de que está viviendo una mentira. Por eso le falta distinción, que cubre con trapos que se le antojan exclusivos porque se hacen pagar sin valerlo: es un quiero y no puedo.

No queda todo ahí. Porque incluso osa preguntarme las marcas que son de mi gusto, y cuando le ofrezco escribírsela en un papel porque no la entiende, me dice, con altanería despectiva: “¡Es igual!”, lo cual demuestra su desinterés por una moda cierta que no resalte las formas sino que vista la esencia más profunda, y su aferramiento a un estilo de vida tan acomodado como aburguesado, más vulgar que sugerente de una esencia: se encuentra cómodamente perdido en su propio enredo, sumergido en el caos de una deriva que nos lleva a todos de cabeza al abismo.

¡Que no te nublen la vista, hermano, mi hermana del alma! Porque por ese motivo hay tantos hoy que se rebelan cuando los confrontas con su propia realidad: “Ya sé que soy impertinente, pero yo soy así”. Nuestro vendedor de patatas está tratando −como todos− de sobrevivir al naufragio general, con tanto pesimismo, que hasta se enorgullece de atenderte tosiendo como un condenado mientras se pasea por toda su tienda sacando pecho con una infección pulmonar sin siquiera dignarse a ponerse mascarilla. Es lo que le inspira el servicio a su cliente. Está inmerso en eso que hoy se viene a llamar “empoderado”. Está perdido, y perdidos vamos todos. O cambiamos, o esa vida artificial que hemos “creado” −por más que nos riamos de ella y de nosotros mismos− nos cambiará. −Y con razón.

Twitter: @jordimariada

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