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Catecismo de combate (7). La alternativa

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El cristianismo sigue siendo raíz y modelo. Tanto es así que cuando Antonio Negri, el que fue un famoso revolucionario italiano en los años sesenta, presenta una alternativa al sistema en su libro «Imperio» (2000), que para algunos de sus admiradores es el equivalente a la obra de Marx en el siglo XIX, no acude para fundamentarla al fundador del marxismo, o a Lenin, o Trotsky, sino a una concepción pasada por la secularidad de San Agustín y su «Ciudad de Dios», con aromas de San Francisco de Asís.

La persistencia del cristianismo en la sociedad actual

Que el cristianismo sigue presente en nuestra sociedad lo señala también el terrorismo islámico. Como declaraba Rémi Brague en una entrevista a «Le Figaro» del 1 de noviembre del 2020: “No importa que muchos de nosotros rechacen este legado con disgusto. Así como llamamos “musulmanes” a todos aquellos que viven en o provienen de países islámicos, también ellos perciben como «cristianos» a todos aquellos que viven en países cristianos o excristianos”.

Decía al inicio que compartía la tesis de Holland de que Occidente es el cristianismo, pero añadía como visión personal que lo era de una manera fragmentada y desarticulada.

Consecuencias para las instituciones

Naturalmente, todo esto afecta a las instituciones, a todas, las civiles y políticas, que tienen un sentido en un marco de referencia cristiano y lo pierden o queda muy debilitado cuando este marco es incompleto o inexistente. El caso más espectacular es la política: la consecución del bien común, una alta manifestación de amor. Todo esto hoy son palabras vacías porque han perdido su sentido. La crisis de las instituciones es una de las consecuencias del abandono del cristianismo. Es lo que sucede cuando se construye sin Dios.

La pérdida de las raíces culturales y morales, y de sus marcos de referencia, implica la degradación de nuestras instituciones. De la familia a la Universidad, pasando por la Justicia. Si la bóveda cristiana que ha acogido a nuestra civilización se hunde, todo queda destruido o maltrecho. En eso estamos.

Necesitamos recuperar el tensor cristiano como horizonte de sentido personal y en la vida pública, porque es en ella, en el espacio público político, donde más se ha censurado.

La voz de Jünger Habermas

De ahí que sea importante escuchar la voz de un gran pensador secular del republicanismo kantiano, Jürgen Habermas, que nos señala unas exigencias concretas:

  1. El patriotismo constitucional no significa solo que los ciudadanos hagan suyos los principios abstractos de la Constitución, sino que hagan propios esos principios en el contenido concreto que tienen en el contexto histórico de su propia historia nacional. Y esto, referido a la Constitución española, tiene consecuencias sobre la familia, el derecho de los padres, de las confesiones religiosas, y muchos otros aspectos que son traicionados o manipulados.
  2. La expresión “postsecular”, con la que se designa nuestro tiempo, debería devolver culturalmente a las comunidades religiosas el reconocimiento público que se merecen por la contribución funcional que hacen a los motivos y actitudes deseadas, es decir, que vienen bien a todos.
  3. El hecho religioso no puede reducirse a una adaptación a las normas impuestas por la sociedad secular, en términos tales que el ethos religioso renunciase a toda clase de pretensión.
  4. Las cosmovisiones naturalistas que se deben a una elaboración especulativa de informaciones científicas, no gozan prima facie de ningún privilegio frente a las concepciones de tipo religioso que están en competencia con ellas.
  5. La neutralidad cosmovisional del poder del Estado, que garantiza iguales libertades éticas para cada ciudadano, es incompatible con cualquier intento de generalizar políticamente una visión secularista del mundo.
  6. Los ciudadanos secularizados ni pueden negar en principio a las cosmovisiones religiosas un potencial de verdad, ni tampoco pueden discutir a sus conciudadanos creyentes el derecho a hacer contribuciones en su lenguaje religioso a las discusiones públicas.
  7. Por último, señalar su afirmación, que demasiados cristianos han olvidado, de que la normativa con la que el Estado liberal confronta a las comunidades religiosas concuerda con los propios intereses de estas, en el sentido de que con ello les queda abierta la posibilidad de, a través del espacio público-político, ejercer su influencia sobre la sociedad en conjunto.
    Aún se puede añadir un octavo punto básico: la sociedad, desde el punto de vista religioso, es plural y no laica, y por consiguiente la neutralidad (laicidad) del Estado no significa negar la relevancia y colaboración con ellas, sino el no estar adscrito a ninguna de ellas, reconociendo, como afirma Habermas, en relación con la Constitución, la importancia que tienen “en el contexto histórico de su propia historia nacional”. La neutralidad confesional del Estado en ningún caso puede confundirse, como sucede en España, con la existencia de un ateísmo práctico que cancela la referencia a Dios en todo acto en el espacio y las instituciones públicas.

Recuperación de los fundamentos cristianos

Es una necesidad recuperar la totalidad de sentido de los fundamentos cristianos de nuestra sociedad, porque son los únicos que la dotan de consistencia. Es una tarea para compartir con muchas personas que no viven en la fe, ni tan siquiera lo pretenden, pero son conscientes de la importancia de esta base cultural y moral cristiana, como cultura y moral secular.

Es una tarea que se desarrolla en tres planos distintos pero complementarios: el de la fe, y esto significa la evangelización y la extensión del Reino de Dios; la alternativa cultural como proyecto para toda la sociedad, y la participación organizada en la vida política y sus instituciones, con objetivos bien acotados de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia.

Ese es el deber, esa es la llamada, este es el desafío. Es la respuesta de lo que Dios dice, me he “reservado siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal” (Romanos 11, 4) (1 Reyes 19:18). Negarse a asumir el deber, la llamada, el desafío, significa convertirse en aquellos a quien se dirigen estas palabras del Apocalipsis: “Yo conozco tus obras, no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Ap 3, 15-16).

La sexualidad y la consideración de la mujer

En el orden de las cosas personales, pero que nuestro tiempo permite apreciar en toda su importancia colectiva, es decir, política, el cristianismo produce otra revolución. Esta se da en el ámbito de la sexualidad. Es la renuncia al abuso, a su utilización por el más fuerte, a su aplicación al dominio. Porque la sexualidad aparece como una expresión del amor dirigido a engendrar la vida, y es en este ámbito donde el cristianismo sitúa el placer. La sexualidad cristiana es inherente al desarrollo afectivo sexual de la persona y la consideración a su dignidad.

También cobra fuerza la castidad como sublimación de la entrega a Dios. Es el no dejar los impulsos al albur de su lógica estricta, sino situarlos en un marco de fines y bienes superiores. En último término, se puede entender como aquella cultura moral que encauza la pulsión instintiva del sexo que, en el ser humano, al no estar sujeto a las restricciones de los periodos de fertilidad como sí sucede en los otros mamíferos, cobra una fuerza ilimitada si ninguna razón virtuosa la contiene.

El cristianismo imprime un cambio radical en la consideración de la mujer. Desde el primer momento, desde la predicación en Galilea, las mujeres tienen un papel destacado en el texto evangélico, incluso al final, cuando algunas de ellas acompañan a Jesús hasta su muerte en la cruz, como puede constatarse en el pasaje del Evangelio de Marcos 15, 40-41. La importancia única, excepcional de la Virgen María, que, según la tradición católica y ortodoxa, es el único ser humano que accede a Dios sin pasar por la muerte, determina el papel destacado que alcanza la mujer en la sociedad que construye el cristianismo. Ellas cobran una presencia propia, que termina con la consideración de eterna menor de edad que tenía bajo Roma, y por esta razón en el periodo de la Cristiandad abundan las mujeres con responsabilidades de gobierno, junto a sus maridos, o por sí mismas.

La lista es larga, pero quiero destacar dos: Isabel I de Castilla, y otro nombre menos conocido pero que ocupa un lugar decisivo en torno al crítico primer milenio, un momento crucial de la construcción de lo que hoy denominamos Europa. Me refiero a Teofano, en su múltiple papel de esposa, madre, emperatriz y regente, que fue clave en la construcción y asentamiento del segundo renacimiento el otoniano.

En el segundo renacimiento europeo, el otoniano en las cercanías del año mil, las mujeres tuvieron una aportación imprescindible. Fueron las mujeres de la dinastía otoniana, más que los hombres, las responsables del florecimiento cultural y la educación en aquel periodo. Señoras feudales, abadesas, mujeres impulsoras de la cultura. Esto hubiera resultado imposible en la sociedad griega y romana, donde la mujer nunca fue una persona de plenos derechos, siempre sujeta a lo que establecía el hombre, padre, hermano, marido.

Twitter: @jmiroardevol

Facebook: josepmiroardevol

En vacaciones es el momento de entender por qué pasa lo que pasa.

Es el momento de leer La Sociedad Desvinculada de Josep Miro i Ardèvol

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