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Catecismo de combate (9). La gran desvinculación

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La cultura  de la desvinculación es el problema crucial de nuestro tiempo, la madre de todas las rupturas con nuestra civilización, la causa de las crisis que se acumulan, de la anomia que generan, y de la incapacidad de los gobiernos y las sociedades para resolverlas.

La cultura desvinculada brota de las ideas de aquella parte del proyecto ilustrado, que persigue sustituir a Dios por la razón, que se desarrolla en el siglo XVIII y que construye la Modernidad con sus grandes crisis. Con ella da comienzo el periodo más violento, mortal y destructivo de Europa, que empieza con las Guerras Napoleónicas (1803-1815) y alcanza hasta 1945, con el fin de la II Guerra Mundial.

La respuesta a tanto desastre es un nuevo renacimiento que conduce a la progresiva unidad europea, en un proceso institucional ininterrumpido, y a “los treinta gloriosos años” desde el punto de vista económico y social.

A medianos del siglo XX eclosiona con fuerza la desvinculación como cultura de masas, lo que llamamos “Mayo del 68”, como simplificación simbólica.

En realidad, se trata de un doble proceso desregulador. Primero relacionado con la dimensión sexual, que repercute en la familia. En los ochenta la desregularización se extiende al ámbito económico. Estos dos vectores, que surgen de espacios políticos contrapuestos, acabarán alcanzando en nuestro siglo una alianza objetiva, y con ello el desarrollo máximo de la cultura desvinculada.

La eclosión “sesentaochentista” es el resultado del progresivo deslizamiento que Freud ya enunciaba en 1915: «Allí donde la comunidad se abstiene de toda censura, cesa también la yugulación de los impulsos perversos».

Hay que reseguir atentamente a Taylor y sus Orígenes del Yo para ver cómo acaba configurándose esta nueva ideología.

Cuando de la interioridad cristiana surge la subjetividad, esta se encuentra orientada hacia Dios. Esta relación es su cauce y su límite, pero con la Ilustración que, en su vertiente contraria a la fe, pretende substituir a Dios por la razón, se destruye  el marco de referencia de la  razón objetiva occidental establecido por el cristianismo, bajo la pretensión que solo con la  razón instrumental basta para construir un nuevo orden armónico entre deseo, razón y sociedad. Esta  es la función que desarrolla el pensamiento ilustrado en Europa.

Pero pronto su pretensión razonadora es arrollada por un poder subjetivo más fuerte que ella: la de la pasión del deseo; la realización humana desprecia lo racional y se concibe mediante la satisfacción de las pulsiones del deseo, que conduce a la percepción de la realidad mediante los sentimientos; la emotividad desbordada.

Se forja así la nueva sociedad desvinculada que conserva aspectos de nuestra herencia cultural, pero desarticulados, sin fuentes que les aporten sentido porque han sido canceladas o menospreciadas, convertidas en relictos del pasado. De todo ello traté en La Sociedad Desvinculada (2014; 2023).

La cuestión de la razón objetiva y la razón instrumental

La razón objetiva

La razón objetiva está construida como un relato colectivo en torno a un bien y un fin superior al de nuestras propias vidas, a las que dota de mayor sentido, trascendencia y armonía. Las vidas personales, las sociedades, se construyen con relación a ellos, sea la vida eterna en Dios, la sabiduría, o la sociedad perfecta sin clases, por citar tres ejemplos vinculados a la civilización Occidental: el cristianismo, la filosofía platónico–aristotélica y el comunismo.

Este relato, que nos relaciona con nuestro fin superior, nos permite articular el tiempo y da sentido a su paso, que deja de ser una carga para convertirse en una realización humana y colectiva, sobre todo en el orden platónico- aristotélico y sus variaciones, y el cristianismo. Promueve vínculos fuertes relacionados con el fin último y facilita la consecución del bien común porque existen unos fundamentos morales compartidos. La razón objetiva piensa en términos de fines, y no excluye la razón instrumental, solo acota y delimita su papel para aplicarla al ámbito de los medios, como la ciencia y la técnica.

La razón instrumental

Por su parte, la razón instrumental establece fines individuales y subjetivos, y ordena los medios a ellos.

La dinámica de la historia reciente ha radicalizado la subjetividad. Por esta causa la única forma de alcanzar acuerdos, la única razón de autoridad, son los procedimientos que se expresan en “contratos”, lo que judicializa a la sociedad y a la vida humana hasta extremos insostenibles, a la vez que multiplica los costes derivados de su funcionamiento, porque todo contrato entraña un coste de transacción.

Los fines ahora pasan a ser dominados por los procedimientos. Basta con dominar el procedimiento para alcanzar el fin propuesto. Quienes los controlan definen y deciden qué es el bien, la verdad y la justicia. Vuelven a ser los césares, el poder, quienes definen nuestro bien.

Los vínculos, en un sistema social de razón instrumental guiada por el deseo, son necesariamente débiles. La ley natural desaparece porque ya no hay forma de favorecer el bien y evitar el mal, porque ambos responden solo a la conveniencia emotiva y pasional de cada individuo, lo que concuerda con el interés del poder, que ha comprendido que la mejor forma de dominación es atender a la pasión del deseo de los individuos.

Lo que identifica al bien es algo tan fungible como la ley; entonces, el bien es lo “legal”, y el estado, como en los sistemas totalitarios, se convierte en garante de la moralidad porque solo él posee la capacidad de legislar. Y como el “bien» es la ley que establece el estado, se da en el ser humano la trivialización de su conducta. Ya no necesita del examen de conciencia para guiar su camino de bien y hacia el bien y buscar en la perfección, basta con cumplir la ley; mejor todavía: se trata de ocultar su incumplimiento, o de construir argucias legales que permitan vulnerar el espíritu (?) de la ley, pero no la letra. ¿Acaso no es esto la ingeniería fiscal?

Catecismo de combate (8). La sexualidad y la consideración de la mujer

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