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Catecismo de combate: (1) El inicio

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Donde no se ve a Dios, el hombre decae y decae también el mundo. En este sentido, el Señor nos dice “buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura” (Mateo 6,33) Benedicto XVI. Jesús de Nazaret 2007;180.

Nos explican que en Occidente vivimos bajo una guerra cultural. No es cierto, porque en buena parte de Europa la guerra ya se ha producido y hemos sido derrotados. Solo a partir de este reconocimiento podemos comprender lo que sucede. Pero lo peor no es el haber perdido, sino la negación de la evidencia y el acomodo de demasiados vencidos a los dictados del nuevo Imperium.

Ahora lo que corresponde es volver a alzarse

Todo gran suceso tiene su datación, por lo general más simbólica que real, pero útil para comprender la dinámica histórica. Nuestra capitulación tuvo un inicio claro.

Fue cuando los paises miembros de la Unión Europea, aceptaron mayoritariamente un  preámbulo de la pretendida  Constitución europea de 2004 sin referencia alguna al cristianismo como uno de los fundamentos de Europa, a pesar de la reiteradas peticiones, incluida la de San Juan Pablo II, y de medio millón de firmas de la Convención de Cristianos para Europa.

El ulterior Tratado de Lisboa, que entró en vigor el 1 de diciembre de 2009, modificó el Tratado de la Unión Europea y el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea, mantuvo inalterada la exclusión cristiana. Todo quedó reducido a estos  pobres términos: la “herencia cultural, religiosa y humanista de Europa. Visto en perspectiva, era la condición necesaria para garantizar la degeneración de la UE que ahora vivimos.

Pero entonces, como en tantas ocasiones, simplemente no se apreciaron bien las consecuencias del empeño cancelador de una verdad histórica: el cristianismo ha configurado Europa. No solo él, pero si él decisivamente. Y así fue como, la institución comun de los europeos, que mantiene como bandera una alegoría al manto de la Virgen Maria y sus estrellas, rechazó no ya al Dios Cristiano, sino a la propia cultura cristiana.

Después en una secuencia inacabada Europa ha padecido en el  2008, los efectos europeos de la “Gran Recesión”. En el  2020, la  crisis Covid -19. El año siguiente, 2021 reaparece la inflación por el coste de la energía y la ruptura de las cadenas de suministros. En 2022 la  Guerra de Ucrania, y las grandes sanciones a Rusia… que han dañado en gran medida a Europa ¿Y después? El rearme, la llamada  «prepararse para la guerra», el enviar soldados europeos, Macron lo proclama a luchar a Ucrania.

Nunca como ahora la posibilidad de una acción nuclear táctica en suelo europeo ha sido tan grande, desde los tiempos más obscuros de la Guerra Fría. Son muchos años de crisis, que aún no han terminado, solo que ahora por su complejidad hemos acuñado nuevas palabras para describirlos, policrisis, permacrisis.

Necesitamos salir de esta secuencia de grandes dificultades acumuladas y para ello es necesaria la acción. Pero una accion nueva, que lo regenere todo; una accion cristiana.

Este es un texto para la acción.

La acción coherente de aquellos que desean vivir la vida como cristianos de acuerdo con su fe y  de aquellos otros que sin el don de la fe, tienen en la cultura cristiana su marco de referencia y asumen como propia la  antropología,  cultura, valores y virtudes forjados por el cristianismo, porque reconocen que en él se encuentra  el mejor camino para vivir una buena vida, una vida realizada en el bien.

No se trata de un texto académico; ¡cómo iba a serlo un texto para el combate!, lo que no significa que no sea riguroso en sus planteamientos. Por esta razón, no contiene otras citas que las que figuran en el propio texto; si bien al final he preparado una selección de los autores y libros con los que este proyecto es deudor en mayor medida.

Los cristianos, el pueblo de Dios, la propia Iglesia Católica, viven como toda la sociedad, un tiempo que, es a la vez de crisis acumuladas e irresueltas y de transición hacia lo incierto.

Ante este estado de cosas se han desarrollado dentro de la propia Iglesia tres respuestas divergentes.

Primera respuesta

Una, postula como camino, asemejarse más al mundo Occidental tal y como es ahora, dominado por la cultura y moral de la desvinculación. Esta es la solución que preconizan una buena parte de las iglesias reformadas, precisamente aquellas que viven de manera más exangüe la fe, y  también una parte de la Iglesia Católica, con un buen número de obispos alemanes a la cabeza. La crítica a esta concepción, la de los valores mundanos actuales como guía del devenir cristiano y eclesial, es tan obvia que cuesta entender que tal visión tenga carta de naturaleza.

¿Cómo puede esperarse  que la solución a las actuales crisis de la sociedad proceda precisamente de la cultura causante de todas ellas y, de su la incapacidad para aportar soluciones?

¿Cómo puede ser razonable encontrar en una fugaz circunstancia histórica, basada en la politización de la sexualidad, la irracionalidad del deseo y el subjetivismo más desenfrenado, la respuesta a una fe bimilenaria, que configura la única moralidad realmente universal?

¿Como puede existir la tentación de considerar que esta cultura, instalada en un rincón del mundo, rechazada por su mayor parte posee el valor de respuesta universal?

Es un error parecido al que que algunos cristianos cometieron en los años 60 y 70 del siglo pasado, cuando creyeron que su fe se encarnaba mejor bajo la guía del marxismo. Ahora, yacen en los márgenes de la historia. Pero ahora el error es mucho mayor, no solo porque busca la respuesta a lo perenne en la fragilidad de la actual cultura hegemónica Occidental, sino porque el marxismo construyó un edificio cultural mucho más coherente que la actual ideología dominante, que comparten el liberalismo cosmopolita de las élites y el progresismo de género.

Segunda respuesta

Un segundo tipo de respuesta consiste en todo lo contrario. Buscar la seguridad de la propia fe manteniéndose alejado de este mundo, tan opuesto a lo que significa vivir en cristiano. Se trata de ir construyendo comunidades que levanten sólidas barreras ante aquella sociedad. Islotes; como monasterios en tiempos de barbarie.

Pero los monasterios, sobre todo los de la expansión benedictina, nunca vivieron al margen de la sociedad. Al contrario, se proyectaron con fuerza hacia el exterior y constituyeron una de las fuerzas más poderosas de la transformación religiosa, cultural y económica de su tiempo, como colonizadores de tierras de reciente conquista o conversión, e irradiadores de cultura. Santes Creus y Poblet, en los lindes entre la “Catalunya vieja” y la “Catalunya nueva”, en los limites de la Marca Hispánica, son ejemplos vigorosos, testimonios en piedra de estos motores de la transformación social de su tiempo.

La concepción de una vida más disciplinada espiritualmente, vivida no a la intemperie del mundo, sino al resguardo de una comunidad que se aparta de él y de su colapso moral y religioso, entraña una cierta idea de ghetto, contraria al mandato de ser levadura en medio de la sociedad.

Es, además, una salida en falso en tiempo de infinitas opciones de televisión y redes sociales, cuando indefectiblemente lo público penetra en el hogar

Es, además, una salida en falso en tiempo de infinitas opciones de televisión y redes sociales, cuando indefectiblemente lo público penetra en el hogar, de manera que, solo viviendo al margen de toda esta dinámica tecnológica, fuera de la propia época, por tanto, es posible una cierta protección ante sus embates.  En realidad, lo que encontramos al final de este camino es el relicto de los Amish, a la vez pintoresco y marginal en cuanto a su fe.

Esta crítica no significa el menosprecio al necesario fortalecimiento de la vida comunitaria religiosa y moral de nuestras comunidades cristianas; claro que no. La crítica es al intento de convertirlas, no en “monasterios”, sino en algo muy distinto; una especie de burbujas de fe en un medio social desolado.

Tercera respuesta

El tercer camino es el de la fidelidad al mandato. En ningún lugar está escrito “observad y sed como el mundo” y sí todo lo contrario. No se nos ha dicho “escondeos, apartaos del mundo para vivir la fe porque si no la perderéis”. El mandato es muy claro en las últimas palabras de Jesús antes de ascender al Cielo, (Mateo 28,19-20): “Id, pues, a todos los pueblos y hacedlos discípulos míos”. Ese es el mandato, sobre el que nos advierte el evangelio de Juan (15,18-27), que ese mundo nos odiará porque no pertenecemos a él, pero que ante esta situación nuestro deber es transformarlo como hace la levadura con la masa.

Aquella animadversión mundana surge a causa del nombre de Jesús, de seguirlo a Él como testimonios suyos. Porque los testimonios no se ocultan, sino que se yerguen en la plaza pública y predican en el templo adverso, y de ahí la petición de los discípulos: “Ahora señor fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía” (Hechos 4, 29).  No pedían acomodación, sino valor.

Esta es la respuesta cristiana, la del pueblo de Dios, y este es el camino, y para seguirlo, en lugar de lamentarnos porque el mundo no nos quiere, hay que plantarse ante su poder y cuestionarlo en nombre de la fe en Cristo.

Algunos cristianos les repugna hablar del poder. Otros ni tan siquiera se lo plantean. Creo que en el trasfondo de esta actitud hay menoscabo de la exigencia, temor ante el mundo o acomodación, porque si hay poder en Dios y nosotros estamos hechos a su imagen y semblanza, ¿cómo vamos a negarnos a uno de sus atributos? ¡Claro que hemos de hablar de poder!, pero del poder cristiano, que no se rige por la lógica mundana, pero que transforma la materia, la realidad, la sociedad, la vida; lo transforma todo.

la sociología de vía estrecha y el lenguaje clerical codificado, sustituyen al desafío de evangelizar y de afrontar las estructuras de pecado en el espacio público

Es el poder de amar y servir. Hay que conquistar este poder y ejercerlo con decisión y valor, algo solo posible por la gracia de Dios. Porque a base de tanta reluctancia a asumirlo y ejercerlo, abandonamos a la humanidad en manos de otros. Ahora es necesario “El Desafío Cristiano “(2005) y por qué no, una relectura nada dogmática del Afrontamiento Cristiano” de Emmanuel Mounier, para despertar del adormecimiento y la indiferencia, donde la sociología de vía estrecha y el lenguaje clerical codificado, sustituyen al desafío de evangelizar y de afrontar las estructuras de pecado en el espacio público, de construir marcos de referencia culturales y políticos, basados en la cultura cristiana, que solo exige de la razón y de su asentimiento, para ser propuestos a una sociedad plural.

Para no caer en el  error de rechazar el poder, debemos prestar atención a esta escena: Jesús y sus discípulos han subido a la embarcación, y de pronto se levanta una gran tempestad en el lago hasta el extremo de que las olas cubren la barca, pero Jesús duerme tranquilamente. Muy alarmados los discípulos le despiertan y le dicen: “¡Señor sálvanos que nos hundimos!”. Y Jesús les responde con una expresión que no es infrecuente en su boca:Por qué sois tan cobardes, gente de poca fe.

Y esto se lo dice a sus propios seguidores, a los más próximos de entre ellos. Uniendo sus palabras a la acción, el Evangelio relata que “entonces se levantó, increpó a los vientos y al agua y siguió una gran bonanza”. La tempestad desapareció repentinamente. ¿Se quiere mayor poder que este, que maneja a las grandes fuerzas de la naturaleza? Con esta sencillez impone su fuerza.

La misma que resucita a una niña (Mt 8, 24) o a Lázaro y sana a los paralíticos (Mt 9, 1), a los enfermos, y actúa contra el Mal y lo expulsa, como con los dos endemoniados de Gadara (Mt 8, 23). Poder absoluto sobre la materia, sobre la naturaleza, sobre la Malignidad. Algo que no está al alcance de Roma, del Imperio más poderoso, ni tan siquiera ahora resulta concebible tal fuerza. Pues, Jesús tenía esta capacidad como nos lo cuentan los evangelistas, tanto Mateo (8, 23-27) como Marcos y Lucas.

Y ahora, si comparamos el escenario anterior con lo que sucede en la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní, preludio inmediato de su detención y encarcelamiento, el contraste resulta brutal.

Porque allí Jesús muestra toda su debilidad humana y los evangelistas no intentan disimularla. Siente una tristeza y un abatimiento demoledor al acercarse su hora y al tener la percepción, o el conocimiento, de cómo será de cruel su muerte, y de amargo el abandono de sus discípulos. Es una angustia que abate al hombre, Jesús, y que le lleva a rezar diciendo: “Padre mío sí es posible que esta Copa se aleje de mí”. Pero añade: “que no se haga mi voluntad, sino como tú quieres”.

Todo el relato de su detención podía haber ido de otra manera de haber aplicado Jesús su poder sobre quienes intentaban detenerlo. Su fuerza sobrenatural se habría impuesto al Sanedrín y a las legiones romanas. Todos ellos no hubieran sido impedimento para aquel que calma las aguas y el viento. Tal fuerza, de ser aplicada, podía haber conquistado el Imperio, el mundo entero y entregárselo a sus seguidores.

Podía hacerlo, no solo utilizando la fuerza que se impone a la energía desmesurada de la naturaleza, sino también empleando aquellas otras energías maravillosas que curan lo insanable, liberan lo que está cautivo, alimentan  las multitudes, despertando así el entusiasmo y la entrega absoluta de sus seguidores multiplicados por el atractivo de tantos prodigios.

¡Qué distinta hubiera sido la historia si Dios hubiera aplicado su poder ilimitado de acuerdo con una lógica humana!

Pero, Dios es Dios, y al actuar de la manera que lo hizo, con un triunfo abrumador, pero que pasa por la cruz y no se impone a nadie, porque en la raíz de todo se encuentra lo que el cristianismo llama libre albedrio, exclusivo del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Es esta libertad, la que señala las características de la vía cristiana. Es un poder que se quiere discreto, ”mirad que nadie lo sepa” (Mt 9, 30) advierte a los ciegos a quienes les ha devuelto la visión. Pero poder, a fin de cuentas.

preservar la libertad del ser humano y, al tiempo, construir el poder y ejercerlo como acto de amor

Es discreto porque vela para que no prospere una visión mesiánica mal entendida, precisamente aquella que está orientada al ejercicio del poder tal y como el ser humano lo entiende. Es una manifestación de Dios suficiente para mostrar la fuerza insuperable de Dios, al que nada detiene, pero sin abrumar lo que es humano, porque si así fuera no quedaría espacio psíquico para la libertad y la fe perdería sentido. Porque esa es la cuestión de fondo, preservar la libertad del ser humano y, al tiempo, construir el poder y ejercerlo como acto de amor.

De todo ello debe deducirse una premisa. La acción cristiana ha de preservar, proteger y ejercer la libertad que va de la mano de la verdad. No somos libres sin lo verdadero. La libertad, siempre amenazada, hoy más que nunca, porque los medios permiten colonizar la mente, domesticar los corazones, y matar el alma. Y Poder para enfrentarnos a todo esto bajo la lógica del amor.

De eso se trata y de transformar las estructuras del mal de este mundo, las estructuras de pecado, de manera colectiva organizada y sistemática, mediante el poder de la entrega, del servicio, del deber, del amor a los demás incluso por encima de las razones de uno mismo. De eso se trata y ese es el combate cristiano, necesario y urgente.

Cuando en el 2014 publiqué “La Sociedad Desvinculada”, que era una interpretación sistemática de las causas de nuestras crisis, no pensaba que la hegemonía de esta cultura y su proyección política se impusieran con tanta rapidez, hasta quedar asentada como ideología de estado, que incluso ya valida la política de la Unión Europea.

De ahí la necesidad y la urgencia de la alternativa, que para ser tal ha de significar mucho más que una reacción, porque debe contener el proyecto de una nueva cultura capaz de configurar otra sociedad. Esta alternativa solo puede surgir de la única concepción humanista que se mantiene en pie, sigue viva y operante, a pesar de su deterioro, y contiene todo aquello que realmente nos hace humanos, verificado por su papel en la historia y en el mundo. La cultura, la moralidad cristiana.

Este Catecismo de Combate está dirigido a servir a este fin y a la necesidad histórica de construir un nuevo sujeto colectivo que libera del mal y lo transforma con un exceso de bien. Este es el Catecismo de Combate para transformar el Imperio de la desvinculación.

Catecismo de Combate (2) La misión es extender el Reino de Dios

Twitter: @jmiroardevol

Facebook: josepmiroardevol

Nos explican que en Occidente vivimos bajo una guerra cultural. No es cierto, porque en buena parte de Europa la guerra ya se ha producido y hemos sido derrotados. Solo a partir de este reconocimiento podemos comprender lo que sucede Share on X

 

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