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El Catecismo es uno de los grandes legados de Joseph Ratzinger

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Recientemente se cumplió el aniversario de los 30 años de la la firma de san Juan Pablo II del Catecismo de la Iglesia Católica, un texto fundamental, que sirve de brújula a los cristianos de los tiempos que les tocan vivir. Un texto que fue desarrollado y liderado por el posterior Papa, el recientemente fallecido papa Benedicto XVI y que a la postre ha sido uno de sus mayores legados.

El cardenal arzobispo de Viena Christoph Schönborn recuerda el proyecto en Vatican News a través del siguiente texto:

Entre los grandes legados del Papa Benedicto XVI se encuentra sin duda el Catecismo de la Iglesia Católica. Desde aquí, con gratitud, hago memoria de recuerdos personales suyos. Es bien noto que el Vaticano II, a diferencia del Concilio de Trento, no había decidido publicar un Catecismo propio del Concilio. Los documentos del Concilio, en cierto sentido, eran de por sí la gran catequesis de la Iglesia. Veinte años después del Consejo, muchos empezaron a ver las cosas de otro modo. El Sínodo de los Obispos de 1985, entre sus propositiones, formuló una que instaba al Papa a redactar un Catecismo del Vaticano II. Entonces se hablaba de compendio, la expresión catecismo se había evitado, no era bien vista. La desorientación que se sentía por parte de muchos en el período postconciliar había sido decisiva en la formulación de los deseos de los padres sinodales. Una conferencia que el cardenal Ratzinger había pronunciado en Lyon y París sobre la «crisis de la catequesis» había desempeñado un papel importante. Este informe tuvo una resonancia mundial.

El cardenal Ratzinger no sólo había abordado el tema de la crisis del anuncio de la fe, sino que también había presentado un programa para la renovación de la catequesis de la Iglesia. Su referencia había sido el Catecismo Romano de 1566 y su preocupación era presentar la fe de la Iglesia en toda su belleza y de forma no polémica. En efecto, es sorprendente que, en una época cargada de controversias teológicas, la Iglesia haya presentado una exposición de la fe que renunciaba totalmente a la polémica, confiando plenamente en el poder luminoso de la representación positiva de la fe.

Las conferencias de Ratzinger en Lyon y París fueron indudablemente un fuerte impulso que animó a los padres sinodales a pedir al Papa Juan Pablo II que considerara algo similar para nuestro tiempo.

En 1986, el Papa Juan Pablo II empezó a hacer realidad la petición del Sínodo. A nadie sorprendió que confiara al cardenal Ratzinger la dirección de este proyecto. No necesito recordarles las etapas de este viaje que duró seis años. Se formó una comisión de 12 cardenales y obispos, con el cardenal Ratzinger al frente. Se creó un consejo de redacción formado por siete obispos diocesanos; como profesor en Friburgo, tuve el honor de ser su secretario.

Me parece importante destacar el papel del cardenal Ratzinger en la realización de esta obra. Su guía, su espíritu y su inspiración fueron decisivos. Lo primero y más importante es que creía en este proyecto. Desde el primer día, hubo una gran controversia sobre la racionabilidad, incluso la viabilidad, de un compendio de fe válido para todo el mundo. La pluralidad de culturas y creencias religiosas parecía hablar radicalmente en contra. En cambio, creyó en la posibilidad, con confianza y valentía, de que la unidad en la fe también hace posible la expresión común de esta unidad. Con esta premisa como guía, comenzó el trabajo. Un segundo punto de partida que ofreció para la realización del proyecto fue la convicción de que los cuatro pilares de la catequesis eran también fundamentales para hoy. También indicó el orden de sucesión: el Credo es el fundamento, desde los primeros tiempos de la Iglesia; los sacramentos son las puertas por las que entra la gracia en nuestras vidas; los Diez Mandamientos son los puntos de referencia seguros de una vida feliz; el Padre Nuestro representa la medida y la forma originales de todas nuestras oraciones. Y he aquí lista la estructura del libro de la fe.

La tercera indicación fue decisiva para el estilo de la obra. No se trataba de volver a plantear debates teológicos, ni de continuarlos. Su tarea consistía en presentar la doctrina de la fe de la manera más sencilla y clara. El Catecismo no debía tomar partido entre escuelas teológicas, sino ofrecer todo aquello que precede a toda teología y que es la base de toda teología: el depositum fidei. Era una preocupación particular del cardenal Ratzinger ver la doctrina de la fe como un todo orgánico, prestar atención al nexus mysteriorum, la conexión interna de cada doctrina de la fe, su sinfonía. El Catecismo no debía convertirse en una estructura doctrinal árida y abstracta, sino revelar algo de la belleza de la fe. Bajo su guía, aliento constante y paternidad espiritual, la obra creció hasta convertirse en lo que luego fue con su promulgación por el Papa Juan Pablo II: un criterio y punto de referencia seguro para la fe en nuestro tiempo. El Catecismo sigue siendo un gran testimonio del poder formativo del teólogo Joseph Ratzinger/Papa Benedicto.

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