Querido Manolo:
Cuántas veces lohemos comentado. Querías tu revolución sexual y la tuviste. Querías el respeto social y sus correspondientes derechos civiles y los conseguiste. Querías normas que te permitieran vivir en pareja con otro hombre como unidad familiar y también lo lograste, sí, pero tú querías más. Tú querías una unión de prestigio, una homologación social, un reconocimiento público. Tenías claro que el matrimonio es todo esto, es naturaleza, es compromiso, es responsabilidad; es, en suma, el prestigio genuino del amor. Ahora piensas que también has conquistado el matrimonio para tu proyecto de convivencia homosexual, pero lamento decirte que eso no lo has logrado.
Querido Manolo, has de saber que te han engañado.
Un amor que por naturalezano es complementario, no puede ser matrimonial, del mismo modo que no es natural una prótesis que suple la función de un órgano ausente. Te lo dije siempre con afecto y delicadeza, pero tú andabas siempre buscando el resquicio por el que encontrar y reprocharme un atisbo de moralidad cristiana oculto entre mis razonamientos.
La carta de naturaleza que la ley puede dar a la unión homosexual no es más que una muestra de voluntad de convivencia cívica, de tolerancia hacia lo diverso, pero no es consecuencia de la armonía que contiene la ecología del amor. Ni tú ni yo ni el Estado ni la Iglesia hemos inventado la procreación sobre el encuentro de dos y solo dos personas, necesariamente de sexos distintos entre sí, dotados ambos de órganos genitales de diseños y funciones complementarios. Mientras la naturaleza sigue su curso, la ley puede decir lo que estime la mayoría parlamentariade turno. Siempre te dije que el papel lo soporta todo, pero por ley no pueden cambiarse el nombre de las cosas que preceden al derecho. Si un día sacaste de tu armario palabras como “homofobia”, seguro que tendrás guardada otra palabra —que sea más bonita, por favor— que defina esa unión tuya distinta, que en cuanto convivencia entre ciudadanos merece derechos civiles, pero que no es exactamente lo mismo que un matrimonio. El ser humano ha progresado identificando con nombres distintos cada cosa diferente, singularizando las realidades. No renuncies al progreso, Manolo, tú que presumes de estar pegado a él.
Aún te diré más. Tal vez detrás de la palabra “matrimonio” andes buscando un compromiso de amor. Si es así, tienes otra razón para olvidarte del matrimonio legal como institución satisfactoria. En España el matrimonio civil es una unión que no casa, no vincula ni crea derechos conyugales más allá de la mutua asistencia económica. Si a algo vincula ese falso matrimonio es al derecho a divorciarse, que se configura como irrenunciable, pero tu compañero es tan reemplazable como el ajuar doméstico. Con la unión de pareja legalizada en acta notarial tienes lo mismo. Si eliges el matrimonio, más que por un motivo legal, será por una razón cosmética, por ese irresistible atractivo que sientes hacia las celebraciones.
Finalmente, si en el matrimonio entre personas del mismo sexo buscabas responsabilidad familiar, te ruego que desarrolles de otra forma tu enorme valía humana. No dudo de que seas capaz de entender y asumir que no se puede negar a un niño los derechos que le da la naturaleza, ser hijo de un padre y de una madre y ser educado en una unidad familiar heterosexual.
Ya ves,Manolo, que si el matrimonio es la respuesta del sistema a la convivencia entre dos personas del mismo sexo, te han engañado. Si en el matrimonio buscas naturaleza, no la encuentras; si buscas compromiso legal, no se te reconoce; y si buscas responsabilidad familiar, no la puedes ejercer plenamente si niegas a una criatura un papá y una mamá.
Ya sé que en el fondo, eres consciente de que un “matrimonio” entre dos hombres no es lo apropiado. No te veo en un proyecto de rediseño de instituciones en función de una opción sexual. Lo tuyo ha sido siempre la innovación, la propuesta de palabras nuevas y distintas para realidades diferentes. ¿Por qué, entonces, ese empeño en aplicar todo el lenguaje y esquema del matrimonio a la convivencia estable entre parejas del mismo sexo? ¿Por qué esa osadía para la transgresión social y, en cambio, esa timorata sumisión a lo políticamente correcto?
Mucho me temo que, invocando el prestigio del amor en lugares equivocados, estés logrando un cierto desprestigio social oculto bajo un disfraz de tolerancia y respeto. Ya sabes que en público, el ser humano gana en cantidad, pero pierde en calidad.
Por cierto, a lo nuestro podemos seguir llamándolo “amistad”, si no te importa.
Cordialmente,
José-Jaime Rico Iribarne.
Autor de Comprometerse con el amor auténtico. Las claves del matrimonio (Ed. Palabra).