Te fuerzan a amarlos a su manera y tragando esa quina estupefaciente de su montaje mental, tan distante de la realidad. Los más osados, con un retintín católico, te hablan de caridad. Pero se les escapa y no quieren ni oír hablar de que la caridad deja de serlo si no va fundada en la verdad, motivo por el cual, en caso de ceder tú, nunca te llegaría el entendimiento con ellos. Sería una casa hermosa, pero construida sobre arena, y por eso tarde o temprano caería derruida de todos modos, y sería peor.
Es condición sine qua non. Lo insiste Benedicto XVI de mil maneras en su encíclica Caritas in veritate. Explicó el Papa Francisco en su homilía el día de Reyes que “la luz de Dios va a quien la acoge”. Así, no debemos estar parados “como los escribas (…), que sabían bien dónde había nacido el Mesías pero no se movieron”. Abundó en que “no basta con saber, como Herodes, que Jesús nació si no lo encontramos. Cuando su dónde se convierte en nuestro dónde, su cuándo en nuestro cuándo, su Persona en nuestra vida, entonces las profecías se cumplen en nosotros”.
Lo demuestra la ciencia, en una expresión vívida de complementariedad, como afirma el sacerdote, médico y teólogo Alfred Sonnenfeld. “La teología siempre ha afirmado que llevar una doble vida no da la felicidad, sino todo lo contrario, y ahora lo ha demostrado la neurobiología. El autoengaño conlleva un daño para la persona, porque no le permite vivir en armonía consigo misma”. ¡Pero siguen engañándose! …Y de esa manera, siguen tratando a las personas –dijo- “como lo han hecho los nazis”, “como un objeto”, “sin empatía”, encerrados en sí mismos. Sin ver más allá de su nariz, “esto es narcisismo”. Entonces, no aceptan, por justicia, al pobre que solo puede dar su presencia y aliento.
Así, nos encontramos el patio patas arriba, con zombis tóxicos que se las ingenian para encontrarte a traición con lupa cualquier defecto que entre en conflicto con su montaje alucinante. Emulan las películas de Hollywood con ese autoengaño que esconden en su doble fondo. Donde nadie pueda descubrirlos, estafando con medias verdades al personal, montados ellos en su imaginada atalaya de superlativos máximos. ¡Y no se percatan (mejor lo pretenden) de que Dios les observa y les advierte por activa y por pasiva, esperando su conversión! Ellos, na: erre que erre con su peliculón, borrachos de sí mismos como van. ¿No se dan cuenta del final trágico que se siembran y están cultivándose ellos mismos? Caerán por simple justicia. Y luego, echarán las culpas a los demás (a esos a los que ahora oprimen) y a Dios. ¡Vaya negocio!