fbpx

La nueva inquisición: el absurdo de renombrar un colegio para no ofender a nadie

Educación

COMPARTIR EN REDES

En el Colegio de Educación Infantil y Primaria La Inmaculada de Cádiz, el tiempo se ha detenido. Desde su inauguración en 1972, cuando abrió sus puertas en la Avenida Duque de Nájera, y hasta su traslado a Cortadura, ha mantenido inalterable su nombre, La Inmaculada, en honor a la advocación mariana que, desde hace siglos, ha definido el espíritu de España. 

Pero en la España de hoy, el nombre de un colegio se ha convertido en una ofensa intolerable, un insulto contra los nuevos dogmas del laicismo feroz y la tolerancia impostada.

El centro ha convocado un concurso para cambiar su nombre, pero lo ha hecho bajo una condición absurda y autoritaria: el nuevo nombre «no puede ser ni contener simbología religiosa ni política».

No hay que ser muy avispado para ver que se trata de un cambio de nombre por connotaciones religiosas y, a la par, castrense.

Así de sencillo. La sentencia, dictada con el más escrupuloso puritanismo secular, refleja el delirio en el que vivimos, un tiempo en el que cualquier vínculo con la tradición, con lo sagrado, debe ser expiado y erradicado.

Lo religioso es ofensivo

No puede el nombre del colegio contener religiosidad alguna, porque lo religioso es ofensivo; y, en consecuencia, todo rastro de nuestra historia debe ser borrado.

Poco importa que el nombre actual, La Inmaculada, no sólo evoque a la Virgen María, sino también a las miles de generaciones que durante siglos se han sentido amparadas por esa advocación. Poco importa que ese nombre sea el eco de un tiempo en el que la fe impregnaba cada rincón de la vida. Hoy, para algunos, ese eco es una amenaza.

La paradoja es grotesca. Resulta que bajo una falsa tolerancia, se niega la posibilidad de que una comunidad escolar conserve su nombre original, un nombre que durante más de cincuenta años no ha molestado a nadie. ¡Qué fascinante ejercicio de coherencia!

Para no ofender a unos pocos, se obliga a todos a doblegarse ante las exigencias de un laicismo militante, que convierte lo religioso en tabú y lo tradicional en un objeto de censura.

Nos dicen que el nombre debe ser neutral, despojado de cualquier índole religiosa o política. Pero, ¿qué significa esa neutralidad? ¿Qué nombre, libre de connotaciones, podría satisfacer a esta nueva inquisición? ¿De verdad queremos un nombre anodino, insulso, como los tiempos que vivimos? Nombres que son como envoltorios vacíos, incapaces de transmitir raíces, tradición o sentido alguno.

Nombres neutros, para una sociedad que ha decidido vaciarse.

Porque esa es la clave del asunto: vivimos en una era que confunde tolerancia con ausencia de identidad, respeto con silencio y diversidad con mediocridad.

Nos aterra ofender, y por miedo a la ofensa hemos creado un mundo aséptico y sin sustancia, un mundo en el que un colegio religioso no puede llevar el nombre de la Virgen porque alguien, en algún despacho, ha decidido que eso es inaceptable.

Lo más inquietante de todo este episodio no es la prohibición misma, sino lo que representa: la destrucción sistemática de todo lo que fuimos. Porque un nombre no es sólo un nombre. Es memoria, identidad, tradición.

Es el puente que une a los vivos con los muertos, a los jóvenes con sus antepasados. Cambiar el nombre de un colegio como La Inmaculada es, en cierto modo, borrar una parte de nosotros mismos. Es mutilar la historia para no incomodar a unos pocos.

Decía Chesterton que «el mundo moderno está lleno de viejas virtudes cristianas convertidas en locuras». Aquella tolerancia que antaño nacía del amor al prójimo, hoy se ha transformado en un dogma histérico que exige la desaparición de cualquier símbolo que recuerde a lo cristiano. No se trata de convivir, sino de renegar. No se trata de respetar, sino de censurar. Y así, con cada concesión, nos volvemos más pequeños, más frágiles, más incapaces de reconocernos en lo que fuimos.

Los padres, profesores y alumnos del Colegio La Inmaculada saben que su nombre no es un capricho, sino una herencia. Cambiar el nombre de un colegio como La Inmaculada es un acto de cobardía, una concesión al absurdo y una renuncia a lo que somos. Porque un pueblo que borra su historia, tarde o temprano, acaba desapareciendo.

¿Te ha gustado el artículo?

Ayúdanos con 1€ para seguir haciendo noticias como esta

Donar 1€
NOTICIAS RELACIONADAS
No se han encontrado resultados.

7 Comentarios. Dejar nuevo

  • Jesús Mª García Albi
    18 diciembre, 2024 12:12

    Totalmente de acuerdo.
    ¡El despropósito al poder!
    Acabo de recibir la felicitación de un Banco en el que tengo «los cuatro duros ahorrados» y me felicitan las fiestas.

    Como la dirección desde la que me lo han remitido permite contestación , eso he hecho.

    Les he dado las gracias y les he añadido que hecho de menos las frases «FELICES PASCUAS» o, en su defecto «FELIZ NAVIDAD».

    Que han perdido una ocasión maravillosa.

    No espero contestación, pero la mía se la he enviado.

    ¡FELICES PASCUAS!

    Responder
  • Javier Durán
    18 diciembre, 2024 16:08

    Buenas tardes Miriam.
    Comentarte que el colegio al que quieren cambiar el nombre está en Cádiz y no en Málaga.
    Me ha gustado que hayas utilizado frases mía de la carta enviada y publicada en La Voz de Cádiz y en el Diario de Cádiz.
    Saludos,
    Javier Durán

    Responder
  • Patricio Gomez
    20 diciembre, 2024 12:41

    un nombre adecuado a esas cláusulas y gaditano cien por cien , colegio No, Ni, Na.

    Responder
  • Patricio Gomez
    20 diciembre, 2024 12:42

    Colegio No, Ni, Na

    Responder
  • Patricio Gomez
    20 diciembre, 2024 13:40

    Centro escolar CARNAVAL DEL NO NI NA.

    Responder

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.