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Cada cosa en su momento

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¿Te has fijado en el talante de algunas personas? ¡Se piensan que estás esperando en permanente oferta a servirles champagne sublime! (por aquello de la norma divina de que “hay que hacer el bien”, pero para ellas parece que solo seas tú en quien recae la norma. ¡Ellos a vivir, los muy bon vivant!).

¿Recuerdas el otro día? La conoces por una curiosa coincidencia (que no casualidad), y se dedicó hora y media a tirarte de la lengua a fin de sacarte todo tu conocimiento y toda tu imaginería que su majestad pudiera aplicar al producto de sus sueños que se está elaborando en bambalinas. Le demostraste lo necesario que era para ella contar con tus servicios de comunicador para hallar clientes al terminarlo, cosa que ella previamente ya intuía, por lo que ansiosa y deliberadamente recurría a ti. Con tu perorata le quedó más que claro. …Y seguía y seguía chupando sangre fresca en busca de alimentar su sistema circulatorio vacío y debilitado.

No tenía suficiente, te tiraba y te tiraba de tus observaciones al mil por mil. La mujer se implicó en asumir de antemano −la muy cara dura− que tu obligación era contentarla. Te seducía con preguntas al uso, paseando por sus instalaciones entre físicas y virtuales, exigiéndote pelos y señales de todo lo que tú “harías”. ¡No tenía con nada suficiente! ¡Iba a piñón fijo! Seguía la técnica de que hacen gala los manipuladores: hacerse pasar por inocentes indolentes, como los pobrecitos que están siendo desorientados y abusados por “el abuso de autoridad que hay en la actualidad”, y que, encima, “estaba buscando un buen profesional”.

Parecía como que tú eras su tabla en un naufragio. Te perseguía, te cuestionaba, te acosaba… Te mandaba fotos y más fotos por WhatsApp en diversas franjas horarias más que intempestivas, y a todo esperaba tu opinión y consejo. Chupaba y chupaba. Tu sangre parecía vivificarla, pero se emborrachaba sobrepasando el punto justo que no encontraba, como una viuda alegre en busca del plan del fin de semana. Pero se acabó.

Falso oro

¿Recuerdas el final? Pasada la hora y media, al constatar que no aflojabas como para darle la guinda que le faltaba y a la vista de que ya había sacado de ti cuanto podía, te salta contundente y agresiva, como si hubieras estado acosándola: “¡Mira qué hora es! ¡Hace más de hora y media que estás hablando! ¡Venga, que tengo cosas que hacer!”. La nariz se le había puesto hasta roja. Sorprendido por su mala fe y asumiendo que te encuentras hoy mucho chupóptero de esta calaña, ¿qué ocurría? Sencillamente, la mujer era eso: una chupóptera: va de reina consorte de un mequetrefe pardillo que ha sabido cómo hacerse millonetis abusando, y ahora abusa ella: le viene de familia a la mujer…

Está claro. No estaba dispuesta a pagar, sino que se está dorando el producto de sus sueños con tiempo robado, para aplicarlo ella en su joya de la corona, que aparte de las piedras y el yeso, le habrá salido a precio de coste, eso es, prácticamente cero.

La obligada selección

Hay cada día más personas abusonas así, pues estamos en la era de la confusión; se quejan de “los otros”, pero ellos son más de lo mismo. No hay que darles cancha, sino cortar al menor desplante… antes de la hora y media, que ese fue −otra vez, así soy de inocente− mi error. Con ellas debes actuar como con aquellas otras que a la primera de cambio te cierran la puerta de golpe en las narices o te cuelgan el teléfono despóticamente dejándote con la palabra en la boca (eso, si no te lo tienen ya bloqueado). Ellos mismos se autoseleccionan. Porque el día que te cansas, los dejas −por más que vuelvan a venirte detrás− con la puerta cerrada mirando a otro lado, y ellas se quedan sorprendidas y aún se quejan de tu “drástica decisión injusta”, mientras tú te vas −sin mirar atrás− en busca de personas equilibradas, que son las únicas que pueden dar paz y sosiego a una sociedad histérica y neurótica que va de cabeza al abismo. Ese es el problema, no la política.

No es gustoso mantenerse firme, porque en un momento dado dan pena, pero sí es tu obligación y rentable actuación. Tómate un respiro, y sin ir más allá del buen ánimo que contagias a quien te quiere y te acepta, no te tomes la justicia por tu mano. Debes dejar que sea Dios quien, cuando Él lo considere oportuno, te haga justicia. Ciertamente, será inapelable.

Eso sí, actúa decidido. Ve a lo tuyo, pues hay muchas personas que necesitan de verdad tu dedicación y amparo, y no te hacen pagar entrada por acercarte a ellas, peinarles la peluca y encima decirles lo guapas que son. Lo decía claro un chiste de una publicación de hace unos meses en X: “Papá, ¿al psicólogo van los que tienen problemas?”. / “No, hijo, no. Todos tenemos problemas. Al psicólogo van los que quieren arreglarlos”.

Efectivamente. Dar sin esperar… pero a quien haya de darle buen uso a lo que le das, eso es, tu tiempo cada día más escaso. No te creas perdedor, porque dando se recibe, pues al darse el amor crece y se multiplica dentro y fuera. Si uno no te acoge, te acogerá otro. Has lanzado la semilla a voleo; Dios hará el resto, si tiene que hacerlo. Has cumplido, has vencido. Y lo más importante: al fin, no lo olvides, Dios, el Justo, sin demora te hará justicia: demolerá toda apariencia de falso oro e impondrá su Justicia, y con ella, vencerá el Amor. El que hayas acumulado, te sonreirá.

Twitter: @jordimariada

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