Gombrich ha llegado al gran público por su famosa Historia del Arte, un magistral esfuerzo de síntesis que logró lo que pocos consiguen: decir cosas profundas con una narrativa sencilla. Un lectura de esta obra podría transmitirnos la equívoca impresión de que Gombrich es un mero divulgador. Pero nada más alejado de la realidad.
La presente obra que reseñamos es una demostración de la inmensa cultura que emana de Gombrich, su capacidad de reflexión y relación. Quizá lo único engañoso de las páginas que ofrecemos al lector sea el título: Breve historia de la lectura. Este título ya vio la luz en lengua castellana en 1977 y corresponde a una serie de conferencias impartidas por Gombrich a diferentes auditorios durante el decenio de los sesenta y publicados en inglés en 1969.
Como decíamos, lo engañoso del título es creer que nos vamos a encontrar una obra homogénea y centrada en una historia de la cultura. Sin embargo, encontraremos tres síntesis dirigidas a públicos diversos. Por ende, la ruptura temática es evidente. Ello no obsta para que cada una de las conferencias constituya en sí misma un verdadero y profundo “tratadito” que despliega la sabiduría de nuestro autor; y que la lectura de las mismas no produzca un deleite consistente en descubrir que todavía quedan autores que piensan y aman la cultura.
La primera conferencia es la que da título al libro: Breve historia de la cultura. En este excurso Gombrich toma los derroteros antropológicos y filosóficos para desentrañar la complejidad del término cultura y su posible aplicación a la historia del arte. En el meollo de la cuestión está el sentido de cultura como contrapuesto al de civilización. La primogenitura de esta postura la hallamos en el primer gran antropólogo Tylor que la refirió a las culturas primitivas. Sin quererlo, la palabra cultura quedó denostada y sumergida un “proceso temporal” que venía a diferenciarla del “avance” de la humanidad que culminaba en la civilización. Hegel retomó el planteamiento para querer “sintetizar” el concepto de cultura.
La culpa es de Hegel
De la influencia de Hegel, Gombrich retoma los conceptos de etapas y movimientos que tanto han condicionado a los historiadores occidentales y sobretodo a los historiadores del arte. Fue Burkhardt el que –sin quererlo- mejor asumió los planteamientos hegelianos, pretendiendo otorgar a los historiadores del arte el privilegio de ser los más capacitados para entender las culturas desde su propia disciplina. En su haber, Burkhardt tiene el “mérito” de haber incitado a una comprensión del arte descarnada de su sentido religioso. La “crítica” hegeliana de una arte objetivado y desprendido de “imperfectos” despliegues del Espíritu como la religión, llevaron a muchos autores a pretender objetivar la religión como una mera manifestación cultural que debía ser estudiada como eso: mera cultura.
La sagacidad de Gombrich le lleva a afirmar que lo más perjudicial del planteamiento hegeliano, aceptado alegremente por buena parte de la intelectualidad europea a lo largo de casi dos centurias, es su “etapificación” de la historia. Si bien es cierto que el Renacimiento asume buena parte de las características que Hegel pretende conferir a un “período” histórico, semejante encorsetamiento no podría aplicarse al arte gótico o al manierismo.
La profesionalización no es la solución
El gran problema de la cultura, cuando se trasplanta al mundo académico, es que la “profesionalización” de la cultura ha caído en el juego hegeliano. Mientras que las Universidades no se dedicaban a impartir ni historia ni historia del arte ni literatura ni historia de la música, la “cultura” era aprendida en las propias moradas de los fascinados por ella o en los viajes. Esta aprensión de la cultura permitía escaparse de los artificios hegelianos de las periodificaciones, en lo que tan fácilmente han caído las universidades. Gombrich termina su conferencia con un miedo: las universidades posiblemente no podrán asumir el papel que las familias desempeñaron en la transmisión de la “cultura”.
La segunda conferencia es titulada La tradición del conocimiento general. Gombrich parte de una reflexión no exenta de gravedad: “Creo que esa tradición del conocimiento está desapareciendo”. Pero la lamentación de Gombrich no es tanto por el peligro de la pérdida de la transmisión cultural, sino por los posibles remedios que estamos articulando.
Menos cultura griega
Hay que reconocer que el planteamiento de nuestro autor es audaz en el mejor de los sentidos. Se atreve a dudar de que lo que llamamos “cultura clásica”, en sus contenidos, sea lo esencial a transmitir. De ahí que el empeño por querer recuperar en nuestras universidades la cultura griega, por ejemplo, quizá sea una obcecación alejada de la solución ideal. Para entender este planteamiento, quizá debamos bucear –cosa a que nos invita Gombrich- en el verdadero sentido de “cultura” que nos permite considerarla como algo fundamental para nuestra supervivencia en cuanto que civilización.
Recurriendo a ciertos planteamientos psicologistas, nuestro autor descubre en la esencia de la cultura la posibilidad de mantener una sistema compartido de referencias y valores que nos permitan constantemente ahondar en las significaciones de realidades más profundas que la propia exteriorización material de la cultura que sería un mero conocimiento histórico. Por tanto, no es tan importante, para Gombrich, haber leído el Quijote como entender el significado de lo “quijotesco”. Ciertamente que los contenidos materiales deben ser transmitidos, pero la transmisión de la cultura consiste en algo más profundo: “articular e interpretar nuestro propio mundo”. Este planteamiento no debe confundirnos. No podemos confundir “tener cultura” con “estar al día”. La herencia clásica “constituye un mercado común de símbolos e ideas que trascienden las fronteras tanto nacionales como de una época”.
Nuevamente Gombrich alerta que la “burocratización” del sistema universitario tiene dos riesgos: por un lado simplemente generar alumnos que “estén al día” de conocimientos, por otro lado ser transmisores de conocimientos muertos que no permitan usarlos como redes de interpretación de la realidad.
La historia de Occidente, en un Credo de una página
No exento de originalidad a Gombrich se le presenta una última ocurrencia en su conferencia. Admirado, y así lo reconoce, de la capacidad de la Iglesia por generar un Credo, aboga por la creación de un Credo cultural. El Credo eclesial consigue en una maravillosa formulación que puede ser leída en tres minutos y memorizada por el aldeano más sencillo, la síntesis de complejísimos postulados teológicos. Gombrich, sorprenderá al lector con una propuesta de Credo cultural que en poco menos de una página resumirá la historia de Occidente.
La penúltima conferencia toma como título: La historia del arte y las ciencias sociales. En esta conferencia Gombrich entra en su terreno preferido. Esto es, en las condiciones y condicionantes que debe debería tener un historiador del arte. Sin entrar en dogmatismos (Gombrich es de los que no imponen sino que sus sugerencias te arrastran) nuestro autor propondrá las más sugerentes cuestiones para ser reflexionadas. Entre ellas destacamos la necesidad de reconocer –o al menos repensar- lo que significa el “canon”.
A fuer de ser considerado elitista, no puede menos que proponer que todo historiador del arte es un reconocedor del “canon” y que no todo el mundo es capaz de penetrar en lo que verdaderamente transmite el arte. Asimismo, Gombrich sabe que debe reinterpretarse la historia del arte, pues esta no es la historia del “Espíritu de un pueblo”, sino que es la historia de los maestros artísticos.
La última conferencia será un replanteamiento del historicismo acompañado de su amigo Popper (con el que no deja de dialogar en todas las conferencias). Quizá, hoy día el historicismo parece una reliquia del pasado intelectual, pero en la época de Gombrich y Popper era el caballo de Troya que el marxismo había introducido en la intelectualidad occidental. Leyendo la última conferencia uno no puede menos que reconocer que todo lo que expone Gombrich no se aleja en nada de un combate intelectual de importancia sin igual.
Ernst H. Gombrich
Breve historia de la cultura
Traducción de Luis Alonso López
Península/Atalaya
207 págs.