Las palabras, cuando son elegidas con tino, nos revelan no solo el espíritu de una época, sino también el poso malsano que se acumula en su fondo.
Oxford English Dictionary, con su agudeza filológica, ha coronado «brain rot» como la palabra del año 2024, y no podría haber encontrado un término más certero para definir el estado de la mente contemporánea: un estado de atrofia cognitiva, una extenuación intelectual inducida por la sobreexposición a contenidos digitales triviales y adocenados.
Se trata, en suma, de una pobreza mental tan extendida que se ha convertido en plaga.
No nos llevemos a engaño: el mundo digital, con tentadora conexión ilimitada y acceso inmediato al conocimiento, se nos impuso como el gran propulsor del progreso humano. Pero nos ha llevado a una red de trampas sutilmente urdidas por algoritmos insaciables, que nos empujan a un consumo compulsivo de «naderías».
Pasamos de leer con avidez a escanear con impaciencia, de la hondura analítica a la digestión apresurada de tips informativos que, lejos de nutrirnos, nos idiotizan. Y así, sin darnos cuenta, nos convertimos en zánganos de la inmediatez, en zombis de la gratificación instantánea.
El «brain rot» es la manifestación sintomática de una mente que ha renunciado a la lucha por la excelencia, que ha claudicado ante el hechizo de la pereza intelectual.
Es el resultado de una exposición descontrolada a la cascada de memes, vídeos insustanciales y titulares sensacionalistas que secuestran nuestra capacidad de concentración y reducen nuestra memoria a un almacén de datos inservibles.
«Doomscrolling»
Esta degradación cognitiva se refuerza con el hábito ya instalado del «doomscrolling»: ese afán enfermizo de deslizar el dedo por la pantalla en busca de noticias cada vez más alarmantes, como si la angustia informativa nos diera una ilusoria sensación de control sobre el caos.
Las cifras son elocuentes: el término «brain rot» ha experimentado un aumento del 230% en su uso entre 2023 y 2024.
Y es que, en el fondo, intuimos que nos estamos embruteciendo, que la era digital ha traído consigo una forma de analfabetismo sofisticado, un cretinismo ilustrado donde la información es abundante, pero el pensamiento escasea.
Estamos cada vez más conectados, pero más solos. Más informados, pero menos sabios.
¿Es posible revertir esta tendencia?
La respuesta es sí, pero exige disciplina y valentía.
La primera línea de defensa contra la pobreza mental pasa por establecer límites claros en nuestro consumo digital.
Los teléfonos móviles son amos imperceptibles de nuestras horas muertas.
Existen aplicaciones que permiten restringir el tiempo en redes sociales y sitios web. Dejar de mirar el móvil nada más despertar y resistir la tentación de deslizarse por la pantalla antes de dormir son pequeños gestos que, acumulados, pueden marcar una diferencia sustancial en nuestra higiene mental.
Pero la solución no es solo negativa, sino también positiva. La mente, como el cuerpo, necesita alimento de calidad.
Leer literatura de verdad (no sus sucedáneos digitales), escribir con lápiz y papel, mantener conversaciones largas y sin interrupciones, cultivar el pensamiento crítico y el silencio contemplativo: he aquí los antídotos.
Y, por supuesto, volver a poner la mirada en lo trascendente, en lo que nos ancla a la vida real y nos salva del loquero digital. Dios, la familia, los amigos, la contemplación del mundo tal como es, sin filtros ni artificios.
Decía Blaise Pascal que «toda la desgracia del hombre proviene de no saber estar a solas en su habitación». Si esto era cierto en el siglo XVII, lo es aún más en nuestro tiempo, cuando cada instante de introspección es interrumpido por una notificación.
Pero si logramos recuperar ese espacio de quietud, si nos atrevemos a mirar más allá de la pantalla, si miramos al cielo, somos conscientes de que la pobreza mental no es nuestro destino ineludible.
Estamos a tiempo de rescatar nuestras mentes de la degradación digital y devolverles la grandeza de la contemplación profunda.
Buscar unos minutos de verdadero silencio al día pueden ser el primer paso. ¿Nos atrevemos?
Estamos cada vez más conectados, pero más solos. Más informados, pero menos sabios Compartir en X
1 Comentario. Dejar nuevo
muy cierto