Desde la muerte de George Floyd hace unos meses en manos de un policía, la cuestión de la violencia toma una amplitud creciente de cara las elecciones presidenciales de los Estados Unidos.
A ambos lados del Atlántico, la mayoría de los medios de comunicación procuró en un primer momento minimizar los disturbios provocados por los sectores radicales del movimiento Black Lives Matter (BLM) y otros grupos «antifascistas» (antifas).
Pero esto se ha hecho imposible a medida que los episodios violentos se multiplican en todo el territorio norteamericano y perduran en el tiempo, reavivados cada vez que un ciudadano de origen afroamericano es herido o muerto por un agente policial.
He aquí un ejemplo ilustrativo de la parcialidad de la mayor parte de la prensa: el presidente Trump visita Kenosha, ciudad donde a finales de agosto murió un estadounidense de origen afroamericano por disparos de la policía. Titular de La Vanguardia: «Trump hurga en la herida racial». Joe Biden visita la misma población días después: La Vanguardia recoge que la visita busca «unir la ciudad».
El esfuerzo de lo políticamente correcto se centra así en acusar a Donald Trump de responsable exclusivo de los episodios violentos. Se trata también de la estrategia del candidato demócrata Joe Biden, rival de Trump en la carrera hacia la Casa Blanca.
La agresividad de los demócratas raya el absurdo cuando la líder del partido Nancy Pelosi invita a Biden a no debatir con Trump para quitarle toda legitimidad. Como determinados analistas han observado, la táctica de desprestigiar a Trump hasta el punto de negarle el derecho a participar en las elecciones podría fácilmente volverse contra los demócratas.
Mientras tanto, la realidad sobre el terreno es que una parte del movimiento antirracista BLM se ha radicalizado y se ha convertido en racialista. Es decir, ya no busca la igualdad entre razas sino la imposición de una raza sobre otra.
Los disturbios y episodios de intimidación hacia la población civil protagonizados por los radicales de BLM y sus aliados antifas se han multiplicado estas últimas semanas.
En Chicago, miembros de BLM han justificado los pillajes a comercios como una manera de compensar los agravios económicos que los afroamericanos han sufrido a lo largo de la historia.
En Washington, militantes de extrema izquierda (la inmensa mayoría de ellos, blancos) han patrullado por las calles en grupo, obligando a la gente que ocupaba tranquilamente las terrazas de cafés y restaurantes a levantar los puños como gesto de solidaridad con BLM. Las imágenes en vídeo son escalofriantes.
En Portland, los extremistas (una vez más, la mayoría blancos) han instaurado un clima de terror, desfilando por noche haciendo sonar las bocinas de los coches y gritando eslóganes agresivos para demostrar a los vecinos quién manda ahora.
Tras dedicarse a destruir estatuas, la estrategia del ala radical de BLM y los antifas trata de imponer un clima de «revolución permanente» ocupando el espacio público. Inexplicablemente, la gran mayoría de los medios siguen viendo en las acciones de estos grupúsculos violentos manifestaciones antirracistas.
El alcalde de Portland, Ted Wheeler, acusó a Donald Trump de ser el causante del clima de odio que devora el país – y más concretamente su ciudad. Pero él mismo, quien toleraba e incluso justificaba las violencias cometidas en nombre del antirracismo, ha acabado por convertirse en blanco de los manifestantes, que han lanzado basura incendiada contra su casa.
Los defensores de lo políticamente correcto siguen desplegando esfuerzos para justificar las violencias cometidas desde la extrema izquierda y centrarse sólo en las de la extrema derecha (que seguramente también tiene parte de la culpa del actual clima de hostilidad en los Estados Unidos).
Son ejemplos el hecho, extremadamente publicitado, el que la policía haya abatido al sospechoso de haber matado a un manifestante pro-Trump. O que cada vez que un afroamericano es muerto por la policía en los Estados Unidos sea una noticia de primera página en los medios europeos – de los muertos blancos, asiáticos e hispanos no se sabe nada.
Al fin y al cabo, hay que preguntarse si el clima actual no está amplificando el mensaje que Trump tuitea constantemente en Twitter: «¡Ley y orden!».
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[…] EEUU fué el movimiento Black Live`s Matters el que, bajo la mentira de la violencia racial, comenzó la ola de violencia anticatólica los […]