Todas las iglesias cristianas en Bielorrusia han salido a la calle para pedir públicamente el cese de la violencia, pero los gestos de la Iglesia católica han sido especialmente elocuentes a la hora de denunciar la represión.
Esto, parece que ha disgustado enormemente al Gobierno, que ha decidido impedir que el Arzobispo de Minsk regrese al país tras haber estado unos días en Polonia. La defensa que ha hecho de los presos, así como sus peticiones de transparencia electoral, no han gustado a Lukashenko, que no quiere voces incómodas y libres en el interior del país.
Mientras tanto, Putin deja que el país siga ardiendo. Sabe que Rusia es el único valedor del último déspota de la era comunista, e intervendrá cuando lo considere oportuno. Lo hizo en Georgia y en Ucrania. Bielorrusia será su nuevo peón.