Existen textos que es necesario recuperar para transformarlos en factores decisivos de reflexión por la naturaleza de su relación con nuestros tiempos. Son los casos del Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, de Veritatis Splendor y Lumen Gentium, y bastantes más, como la Humanae Vitae.
Hoy deseamos referirnos a un texto de mucho menor rango doctrinal que habla con fuerza a nuestro tiempo
Se trata de la intervención de Benedicto XVI en el Reichstag (Parlamento alemán) en Berlín el 9 de septiembre de 2011. Una efemérides, pues, muy cercana. Su lectura nos lleva rápidamente a una primera impresión. La de cómo es de necesario que el Papa se exprese en tales términos de claridad y rigor intelectual, apelando desde la fe a la capacidad de razonamiento humano, común a todas las personas, evitando todo tipo de abstractos universales, tópicos emotivistas, frases pensadas para Twitter (hoy X) y demás estilos propios de nuestro confuso tiempo.
Benedicto XVI hace, ante los parlamentarios y autoridades alemanes, una concisa y extraordinaria reflexión sobre algo que puede parecer tan árido, y que tan vital resulta ahora en todas partes, y en particular en España, sobre los fundamentos del derecho arrancado de un pasaje del Antiguo Testamento (1 R 3, 9), la petición de Salomón: “Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal”. La primera en la frente, podríamos decir utilizando una expresión bien popular.
Saber distinguir entre el bien y el mal, sin el que toda fundamentación del derecho puede resultar torticera, como bien saben a sus expensas el pueblo alemán. Pues bien, hoy en España esta distinción es más necesaria que nunca, porque nuestros gobernantes tienden a opinar que el bien está en sus leyes cuando cada vez más estas responden, no al bien común, que de esto se trata, sino a sus intereses de facción, cooperativistas, a sus intereses de poder.
El Papa no anduvo por las ramas. Sin aquel requerimiento, el estado se convirtió en una “cuadrilla de bandidos muy bien organizada”.
Y se produce una rotunda afirmación de Benedicto XVI:
“Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que, en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta”. Cuando esto no se respeta, la ley no tiene por qué acatarse.
Pero a continuación matiza aquella afirmación que contemplaba el pasado régimen nazi de su país, y no la realidad actual:
“Pero en las decisiones de un político democrático no es tan evidente la cuestión sobre lo que ahora corresponde a la ley de la verdad, lo que es verdaderamente justo y puede transformarse en ley. Hoy no es de modo alguno evidente de por sí lo que es justo respecto a las cuestiones antropológicas fundamentales y pueda convertirse en derecho vigente. A la pregunta de cómo se puede reconocer lo que es verdaderamente justo, y servir así a la justicia en la legislación, nunca ha sido fácil encontrar la respuesta”
Y formula una pregunta crucial, que debería estar presente en todas las leyes y políticas públicas: “¿Cómo se reconoce lo que es justo?”.
Y se produce un apretado esbozo de respuesta:
“Este punto, debería venir en nuestra ayuda el patrimonio cultural de Europa. Sobre la base de la convicción de la existencia de un Dios creador, se ha desarrollado el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta. Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria cultural. Ignorarla o considerarla como mero pasado sería una amputación de nuestra cultura en su conjunto y la privaría de su integridad”.
“Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico”.
Vale la pena volver a leer como una aplicación viva las palabras de Benedicto XVI.
Y formula una pregunta crucial, que debería estar presente en todas las leyes y políticas públicas: ¿Cómo se reconoce lo que es justo? Share on X