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¿Qué nos enseña la victoria de Lepanto?

Iglesia

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El 7 de octubre de 1571, el mar Mediterráneo fue testigo de una de las batallas más significativas de la historia, la Batalla de Lepanto.

Cervantes, aún siendo combatiente, habló de ella como «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros».

La batalla 

Entre el siglo XV y XVI, Europa estaba fuertemente amenazada por los turcos (musulmanes), que tenían como objetivo conquistar el mundo cristiano. 

La Liga Santa, convocada por el papa san Pío V y comandada por don Juan de Austria, logró una victoria decisiva en 1571 en el Golfo de Lepanto, derrotando al imperio otomano, que buscaba expandirse por Occidente y destruir la cristiandad.

En aquel momento el  miedo a los otomanos y a sus aliados, los piratas berberiscos, era tan grande que, de hecho, en el lenguaje popular español se recoge la expresión de mirar si «hay moros en la costa». Tal fue la celebración de la victoria que las campanas de las iglesias repicaron sin parar durante una semana en acción de gracias por el triunfo de Lepanto.

El enfrentamiento entre la flota de la Liga Santa, una coalición de naciones católicas liderada por don Juan de Austria, y el Imperio Otomano, marcó un hito en la historia que va mucho más allá de la lucha por el control marítimo y el comercio en la región. Hoy, en el día de su aniversario, no podemos olvidar las enseñanzas que se pueden extraer de este conflicto y su reconocimiento en la literatura, particularmente en la obra del escritor inglés Gilbert Keith Chesterton.

Combate de fe 

A las 10,30 de la mañana del 7 de octubre de 1571 se enfrentaron 240 barcos artillados de la Liga Santa (206 galeras) a los 260 de los otomanos (216 galeras).

La batalla fue un combate de cinco horas, en el que la flota cristiana logró una victoria aplastante. Las estadísticas son abrumadoras: mientras que la armada otomana sufrió alrededor de 30.000 bajas, la Liga Santa perdió cerca de 8.000 hombres.

Esta desproporción no solo habla de la eficacia táctica de las fuerzas cristianas, sino que también revela la importancia de la fe, el liderazgo, la estrategia y la unidad en tiempos de crisis.

Don Juan de Austria, a pesar de las diferencias entre los líderes de la Liga, logró unir a las diversas naciones bajo una causa común, uniendo fuerzas que de otro modo habrían estado fragmentadas. 

La enseñanza más clara que podemos extraer de Lepanto es el valor de la unión y la comunidad. Las potencias cristianas, a pesar de sus diferencias, se unieron en una lucha común contra una amenaza más que mundana que todos percibían.

La batalla deja claro que la integridad personal, el deber social y moral y el propósito compartido pueden llevar a resultados victoriosos.

En contraste, la armada otomana, aunque poderosa y numerosa, carecía de esa misma cohesión y visión.

Además de la importancia de una unión y hermandad sobrenatural, la batalla de Lepanto también subraya el papel de la creatividad y la confianza. Aunque los otomanos contaban con arcabuces y otros armamentos modernos, se aferraron a tácticas tradicionales que resultaron ser inadecuadas frente a los avances de la guerra naval. Esta falta de adaptación fue un factor crucial que contribuyó a su derrota. La historia deja claro una vez más que la capacidad de ser creativos es vital para el éxito, aún estando ante una evidente desventaja.

El impacto social de la victoria en Lepanto fue tal que se extendió más allá del radio de acción de la batalla misma. Fue un momento de esperanza y celebración donde se vio de forma clara la intervención divina en la victoria de la Liga Santa. La festividad de Nuestra Señora del Rosario, que se celebra en el día de hoy, conmemora esta victoria, y es testimonio de la importancia espiritual que se le atribuyó a ese momento histórico

Lepanto no fue solo un choque entre barcos sino la valentía y la nobleza de luchar por la justicia y la Verdad con confianza en Quien sostiene cada circunstancia de la vida.

La victoria del Santo Rosario

En el mundo actual la batalla de Lepanto se erige como un ejemplo de fe y de superación de intereses individuales en pro del bien común. Más que una operación militar, Lepanto se caracterizó por ser la misión de una minoría creativa sostenida en la fe y la oración. Pues gracias al favor, a la acción y a la nobleza de todas esas personas con rostros, vidas y circunstancias concretas se promovió el rezo del Santo Rosario en todo el mundo cristiano y tras la batalla naval, se destacó la devoción a la Virgen como Auxilio de los cristianos.

No cabe duda de que el rezo del Rosario tuvo un papel fundamental en la victoria de la Liga Santa, compuesta por España, Venecia, Génova, Malta, el ducado de Saboya, Toscana y los Estados Pontificios. La gran devoción de la Virgen María, como intercesora, y más concretamente la de Virgen de Guadalupe (que según la tradición y varios testigos estaba presente en la embarcación del almirante Andrea Doria) junto con la gran alegría de la victoria y la rápida expansión de la noticia que llegó hasta Roma, contribuyó a que esta fecha se convirtiera en un día significativo para la devoción al Rosario.

San Pío V, quien asumió el papado en 1566, un año después de la conclusión del Concilio de Trento, fue el quinto y hasta ahora el último Papa de la Orden de Santo Domingo. Los dominicos habían sido fervientes promotores del rezo del rosario.

En las galeras de la flota cristiana, se rezaba todos los días el rosario, incluso la mañana del enfrentamiento.

Esta unidad de oración y confianza en Dios se experimentó intensamente incluso en los días previos a la batalla. 

Años más tarde, para conmemorar la victoriosa batalla, Felipe II ordenó que se celebrará una liturgia solemne de acción de gracias en la catedral de Toledo cada 7 de octubre. Su hijo, Felipe III, envió en 1616 dieciséis banderas de galeras otomanas capturadas y cinco de galeras cristianas, que se guardaban en El Escorial, para ser exhibidas en esa ocasión. Con el tiempo, esta celebración evolucionó y se transformó en lo que hoy conocemos como la festividad de Nuestra Señora del Rosario.

Está claro que la batalla de Lepanto marcó el ocaso del dominio otomano en el Mediterráneo y promovió la práctica del rezo del rosario y la devoción a María Auxilio de los cristianos, una invocación que el papa san Pío V incluyó en las letanías lauretanas.

Chesterton, en su poema «Lepanto», escrito en 1911, captura muy bien la esencia de esta batalla y su significado. A través de su vibrante relato, Chesterton no solo describe el evento histórico, sino que también transmite una visión transcendental.

En el poema, el autor expresa la idea de que la victoria en Lepanto no fue solo una victoria militar, sino también una defensa de la civilización occidental y todo el fruto espiritual que ello conlleva  frente a una amenaza que buscaba imponer su dominio. Este sentido de la batalla como un enfrentamiento entre la luz y la oscuridad se puede ver en muchas de las obras de Chesterton.

La Batalla de Lepanto y la obra de Chesterton nos recuerdan que a pesar de las complejidades de la historia, es fundamental recordar y reflexionar sobre estos eventos para entender y sobrellevar mejor el presente. Así lo afirmó san Pío X «Denme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo«.

Pues como en Lepanto, el rezo del rosario también hoy puede salvar a nuestras familias, el futuro de nuestro país y conducirnos a una victoria de eternidad. 

A continuación la traducción de Jorge Luis Borges del escrito de Chesterton y el link de la versión en inglés del propio autor. 

«Blancos los surtidores en los patios del sol;
El Sultán de Estambul se ríe mientras juegan.
Como las fuentes es la risa de esa cara que todos temen,
Y agita la boscosa oscuridad, la oscuridad de su barba,
Y enarca la media luna sangrienta, la media luna de sus labios,
Porque al más íntimo de los mares del mundo lo sacuden sus barcos.
Han desafiado las repúblicas blancas por los cabos de Italia,
Han arrojado sobre el León del Mar el Adriático,
Y la agonía y la perdición abrieron los brazos del Papa,
Que pide espadas a los reyes cristianos para rodear la Cruz.
La fría Reina de Inglaterra se mira en el espejo;
La sombra de los Valois bosteza en la Misa;
De las irreales islas del ocaso retumban los cañones de España,
Y el Señor del Cuerno de Oro se está riendo en pleno sol.
Laten vagos tambores, amortiguados por las montañas,
Y sólo un príncipe sin corona, se ha movido en un trono sin nombre,
Y abandonando su dudoso trono e infamado sitial,
El último caballero de Europa toma las armas,
El último rezagado trovador que oyó el canto del pájaro,
Que otrora fue cantando hacia el sur, cuando el mundo entero era joven.
En ese vasto silencio, diminuto y sin miedo
Sube por la senda sinuosa el ruido de la Cruzada.
Mugen los fuertes gongs y los cañones retumban,
Don Juan de Austria se va a la guerra.
Forcejean tiesas banderas en las frías ráfagas de la noche,
Oscura púrpura en la sombra, oro viejo en la luz,
Carmesí de las antorchas en los atabales de cobre.
Las clarinadas, los clarines, los cañones y aquí está él.
Ríe Don Juan en la gallarda barba rizada.
Rechaza, estribando fuerte, todos los tronos del mundo,
Yergue la cabeza como bandera de los libres.
Luz de amor para España ¡hurrá!
Luz de muerte para África ¡hurrá!
Don Juan de Austria
Cabalga hacia el mar.
Mahoma está en su paraíso sobre la estrella de la tarde
(Don Juan de Austria va a la guerra.)
Mueve el enorme turbante en el regazo de la hurí inmortal,
Su turbante que tejieron los mares y los ponientes.
Sacude los jardines de pavos reales al despertar de la siesta,
Y camina entre los árboles y es más alto que los árboles,
Y a través de todo el jardín la voz es un trueno que llama
A Azrael el Negro y a Ariel y al vuelo de Ammon:
Genios y Gigantes,
Múltiples de alas y de ojos,
Cuya fuerte obediencia partió el cielo
Cuando Salomón era rey.
Desde las rojas nubes de la mañana, en rojo y en morado se precipitan,
Desde los templos donde cierran los ojos los desdeñosos dioses amarillos;
Ataviados de verde suben rugiendo de los infiernos verdes del mar
Donde hay cielos caídos, y colores malvados y seres sin ojos;
Sobre ellos se amontonan los moluscos y se encrespan los bosques grises del mar,
Salpicados de una espléndida enfermedad, la enfermedad de la perla;
Surgen en humaredas de zafiro por las azules grietas del suelo,-
Se agolpan y se maravillan y rinden culto a Mahoma.
Y él dice: Haced pedazos los montes donde los ermitaños se ocultan,
Y cernid las arenas blancas y rojas para que no quede un hueso de santo
Y no déis tregua a los rumíes de día ni de noche,
Pues aquello que fue nuestra aflicción vuelve del Occidente.
Hemos puesto el sello de Salomón en todas las cosas bajo el sol
De sabiduría y de pena y de sufrimiento de lo consumado,
Pero hay un ruido en las montañas, en las montañas y reconozco La voz que sacudió nuestros palacios -hace ya cuatro siglos:
¡Es el que no dice «Kismet»; es el que no conoce el Destino,
Es Ricardo, es Raimundo, es Godofredo que llama!
Es aquel que arriesga y que pierde y que se ríe cuando pierde;
Ponedlo bajo vuestros pies, para que sea nuestra paz en la tierra.
Porque oyó redoblar de tambores y trepidar de cañones.
(Don Juan de Austria va a la guerra)
Callado y brusco -¡hurrá!
Rayo de Iberia
Don Juan de Austria
Sale de Alcalá.
En los caminos marineros del norte, San Miguel está en su montaña.
(Don Juan de Austria, pertrechado, ya parte)
Donde los mares grises relumbran y las filosas marcas se cortan
Y los hombres del mar trabajan y las rojas velas se van.
Blande su lanza de hierro, bate sus alas de piedra;
El fragor atraviesa la Normandía; el fragor está solo;
Llenan el Norte cosas enredadas y textos y doloridos ojos
Y ha muerto la inocencia de la ira y de la sorpresa,
Y el cristiano mata al cristiano en un cuarto encerrado
Y el cristiano teme a Jesús que lo mira con otra cara fatal
Y el cristiano abomina de María que Dios besó en Galilea.
Pero Don Juan de Austria va cabalgando hacia el mar,
Don Juan que grita bajo la fulminación y el eclipse,
Que grita con la trompeta, con la trompeta de sus labios,
Trompeta que dice ¡ah!
¡Domino Gloria!
Don Juan de Austria
Les está gritando a las naves.
El rey Felipe está en su celda con el Toisón al cuello
(Don Juan de Austria está armado en la cubierta)
Terciopelo negro y blando como el pecado tapiza los muros
Y hay enanos que se asoman y hay enanos que se escurren.
Tiene en la mano un pomo de cristal con los colores de la luna,
Lo toca y vibra y se echa a temblar
Y su cara es como un hongo de un blanco leproso y gris
Como plantas de una casa donde no entra la luz del día,
Y en ese filtro está la muerte y el fin de todo noble esfuerzo,
Pero Don Juan de Austria ha disparado sobre el turco.
Don Juan está de caza y han ladrado sus lebreles-
El rumor de su asalto recorre la tierra de Italia.
Cañón sobre cañón, ¡ah, ah!
Cañón sobre cañón, ¡hurrá!
Don Juan de Austria
Ha desatado el cañoneo.
En su capilla estaba el Papa antes que el día o la batalla rompieran.
(Don Juan está invisible en el humo)
En aquel oculto aposento donde Dios mora todo el año,
Ante la ventana por donde el mundo parece pequeño y precioso.
Ve como en un espejo en el monstruoso mar del crepúsculo
La media luna de las crueles naves cuyo nombre es misterio.
Sus vastas sombras caen sobre el enemigo y oscurecen la Cruz y el Castillo
Y velan los altos leones alados en las galeras de San Marcos;
Y sobre los navíos hay palacios de morenos emires de barba negra;
Y bajo los navíos hay prisiones, donde con innumerables dolores,
Gimen enfermos y sin sol los cautivos cristianos
Como una raza de ciudades hundidas, como una nación en las ruinas,
Son como los esclavos rendidos que en el cielo de la mañana
Escalonaron pirámides para dioses cuando la opresión era joven;
Son incontables, mudos, desesperados como los que han caído o los que huyen
De los altos caballos de los Reyes en la piedra de Babilonia.
Y más de uno se ha enloquecido en su tranquila pieza del infierno
Donde por la ventana de su celda una amarilla cara lo espía,
Y no se acuerda de su Dios, y no espera un signo-
(¡Pero Don Juan de Austria ha roto la línea de batalla!)
Cañonea Don Juan desde el puente pintado de matanza.
Enrojece todo el océano como la ensangrentada chalupa de un pirata,
El rojo corre sobre la plata y el oro.
Rompen las escotillas y abren las bodegas,
Surgen los miles que bajo el mar se afanaban
Blancos de dicha y ciegos de sol y alelados de libertad.
¡Vivat Hispania!
¡Domino Gloria!
¡Don Juan de Austria
Ha dado libertad a su pueblo!
Cervantes en su galera envaina la espada
(Don Juan de Austria regresa con un lauro)
Y ve sobre una tierra fatigada un camino roto en España,
Por el que eternamente cabalga en vano un insensato caballero flaco,
Y sonríe (pero no como los Sultanes), y envaina el acero…
(Pero Don Juan de Austria vuelve de la Cruzada.)»

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Muy cierto y muy ejemplar todo lo que el artículo dice sobre la unidad y la solidaridad en la fe, sobre la fuerza de la oración, etc. Pero por otra parte, en Lepanto, como en todas las guerras, murieron atrozmente miles de personas, otras quedaron mutiladas de por vida, otras cayeron prisioneras. El dolor y la destrucción producidos por una batalla como aquella son inimaginables para quien no tenga la experiencia de la guerra. Al festejar un hecho como éste también festejamos esa cara criminal de la batalla. De todo esto deberíamos aprender algo importantísimo: el valor de la paz. Por otra parte, en el momento actual, con tantas guerras y tan peligrosas, que pueden acabar en guerra mundial, no me parece muy prudente exaltar las victorias guerreras, pues hasta podría llegar a ser un modo de echar leña al fuego, de reavivar viejos rencores y de idealizar la violencia de la guerra. Lo que deberíamos aprender de Lepanto y de todas las guerras es que hay que evitarlas. Con todo el gran respeto que merecen quienes con idealismo y fe lucharon en Lepanto, en vez de conmemorar matanzas ¿no sería mejor poner de ejemplo y festejar aquellos días de la historia en los que imperaron la paz, en los que no hubo derramamientos de sangre y en los que las disputas se resolvieron sin violencia? Son días anónimos de los que desgraciadamente nadie se acuerda. Por favor, seamos cristianos de verdad. El mensaje de Cristo es un mensajede paz.

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