Autocensurarse

La omnipresencia de lo políticamente correcto y el miedo a aparecer disonante con las corrientes o tendencias que se han convertido en mayoritarias está llevando a muchos cristianos a autocensurarse, a no expresar sus principios, a mimetizarse hasta el punto de pasar completamente desapercibida su fe. Ocurre sobre temas doctrinales, pero también en ámbitos no solo religiosos pero trascendentales como la familia, la vida, las manipulaciones genéticas o los derechos de los padres en la educación de los hijos.

No se trata, por supuesto, de imponer nada, sino simplemente, de exponer de forma respetuosa los propios planteamientos en las situaciones cotidianas y de la vida social y política, y, en algunos casos, proponer a otros adherirse a ellos.

A esta actitud de no expresar los propios criterios se la denominaba antes “dejarse llevar por los respetos humanos”. Esta terminología hoy ha desaparecido, pero ha sido sustituida por algo peor, porque ya no se limita a situaciones personales aisladas, sino que se ha generalizado en el ámbito público e incluso se llega a adoptar una actitud restrictiva en lo privado.

Se da de forma muy frecuente entre los laicos, pero también entre muchos sacerdotes y religiosos

Se da de forma muy frecuente entre los laicos, pero también entre muchos sacerdotes y religiosos.  No pocos de estos últimos han reducido su lenguaje. Ni siquiera en las iglesias hablan de la vida eterna, del Cielo o del Infierno, ni del sacramento de la confesión, ni de la rectitud en la sexualidad y del comportamiento de los novios antes del matrimonio, ni de la fidelidad matrimonial. Por supuesto han desaparecido del léxico palabras como castidad o pureza, u otras como sacrificio, mortificación, penitencia… Todo lo que pueda resultar algo incómodo, o poco inteligible o rechazable para algunos, deja de comentarse. Ni siquiera referencias a leyes perversas como las referentes al aborto o la eutanasia. Por ello tantas homilías, incluso muchas en las que lo que se afirma es correcto, podrían ser perfectamente expuestas por una persona no creyente, ya que no hay ninguna diferencia. Algunos de los sacerdotes ni siquiera quieren que se les identifique como tales.

Es probable que falte convicción en lo que se profesa y por ello quienes así actúan no se atreven a expresarse de forma distinta a la de quienes les rodean. Impera la “dictadura de la mayoría” de la que en tiempos tan lejanos como el siglo XVIII hablaba ya Alexis de Tocqueville, que ha ido tomando fuerza en las sociedades democráticas.

En un ámbito aún más amplio, este silenciar los valores cristianos y sus aportaciones a la humanidad se ha incrementado con la aparición y difusión en los últimos tiempos de la cultura “woke”.

En un ámbito aún más amplio, este silenciar los valores cristianos y sus aportaciones a la humanidad se ha incrementado con la aparición y difusión en los últimos tiempos de la cultura “woke”. Los que la promueven se autootorgan el carácter de víctimas y a partir de ahí los demás no pueden argumentar ni discutir nada. Casos, por ejemplo, del descubrimiento, conquista y evangelización de América. Es una continua acusación, tanto hacia España como contra el catolicismo, sin reconocer lo positivo. O lo referente al homosexualismo, en que cualquier discrepancia sobre el alud de propaganda en su promoción comporta toda suerte de ataques y de atribuciones negativas.

De los periodistas se ha dicho que a veces se autocensuran al escribir. Con mucha más razón podría decirse de los cristianos en la vida pública, cuando poder exponer los propios principios es un derecho de la persona al menos del mismo nivel que aquel de que gozan quienes promueven otras ideas. Pero, además, para un cristiano es un deber hablar y actuar porque debe llevar al mundo el mensaje de Cristo.