Tanta ha sido la repercusión que ha tenido la entrevista de Jordi Évole al Papa Francisco (“Amén. Francisco responde”), emitida por el canal Disney+ el 5 de abril de este año, que aún va dejando estela tras de sí. Es curioso que lo distribuya esta compañía, que va distribuyendo de forma declarada adoctrinamiento LGTBI desde hace años, motivo por el cual, tras su éxito indiscutible antaño, actualmente está perdiendo valor accionarial. Esta vez la han acertado.
Ciertamente, la búsqueda del éxito por el éxito explotando las pasiones bajas consume energías y dinero, y se pierde, tarde o temprano. Perdemos todos. Por eso debemos salvaguardar la Verdad. Y es innegable que el programa la busca.
Tanto es así que de vez en cuando van saliendo artículos y menciones por aquí y por allá. Y como yo me comprometí en mi artículo “¿SuperPapa o Supermán?” para cuando las aguas volvieran a su cauce, volvemos al ruedo a fin de analizarla con detenimiento. Así pues, vamos a delinear primero las esquinas, para pasar luego poco a poco a la tela y sus pliegues, destacando ciertos aspectos e microimplicaciones que posteriormente −tras sacar cada uno sus conclusiones− podremos convertir personalmente y juntos en macroaplicaciones.
Me parece que es el momento de hacerlo, y así aportar mi granito de arena a tanto que se viene diciendo, si mi visión puede clarificar algo a quien no vio la entrevista e iluminar posibles caminos a quien la viera, teniendo bien presente que es un análisis a vista de pájaro que nunca acabará de concluirse. Mi aportación −que tanto he meditado− será o intentará ser dar voz a los detalles que otros no han destacado, de menos a más, para sacarlos a la luz, y así hacer rezumar la esencia del todo armónico que −a pesar de su complejidad y abasto− consigue la entrevista. Pienso que he descifrado la clave que lo evidencia.
Primera respuesta: El Papa mira
De entrada, se observa que, tal como queda patente en la pieza, vivimos todos muy bien, pues desconocemos que en las periferias hay mucho drama escondido tras tanta apariencia de éxito, glamur y seducción. La Iglesia no puede quedarse cruzada de brazos, y mucho menos atizar o provocar todo ese drama. ¡Sería contradecir su esencia! Ahí viene el Papa Francisco a poner los puntos sobre las i.
Pues sí. De entrada, sorprende ver a nueve chicos y chicas jóvenes que rodeando al Papa le cuestionan sus cuitas. Pienso que todos han sido acertadamente elegidos; no sobra ninguno: dan la idea de que hay muchos más detrás con vidas tanto o más rotas. Tienen unos veintitantos años de edad, ni mucho ni poco: edad en que se va adoptando cierta perspectiva en la vida, perfilando un cierto espíritu crítico, más basado en la experiencia probada que en lo que se saca del grupo.
Ciertamente, sorprende, pero no tendrían que caernos los anillos por ver al Papa en una silla corriente: la poltrona no hace al Papa, como ha afirmado él alguna vez. Así las cosas, sabe hacerse a sí mismo; por eso es capaz de aguantar el tipo cuando un veinteañero le trata de tú, como un punky le reta. El Papa le mira. Con afecto.
Segunda respuesta: El Papa calla
Escuchando las intervenciones (ordenadas), parece como que la objetividad haya sido mermada por el sentimiento provocado por el impulso emotivo (impulso que en ciertos momentos aflora con crudeza en el programa). Eso sí, cuando la emotividad aflora, lo hace con serenidad, y siempre con respeto por todas las partes.
Y ahí viene. Vemos al Papa que, más callado que parlanchín, como buen médico, se acerca a la herida no desde el juicio a la culpa que pueda tener el enfermo, sino directo a curarla, en la medida en que puede hacerlo en una primera aproximación: es el momento de salvar la vida.
Mirado con ojos escépticos, ayuda mucho ver el programa, especialmente para advertir (y protegerse) de la cantidad de cosas que se pueden llegar a decir contra el Papa solo por defender la propia poltrona en unos casos, y por una perniciosa mojigatería ajena al Espíritu de Jesús.
Tercera respuesta: El Papa ausculta
Sin embargo, no era el momento de juzgar, sino de escuchar tras haber puesto las cartas sobre la mesa. “¿Y quién es mi prójimo?” / “Anda, haz tú lo mismo” (parábola del buen samaritano: Lc 10,25-37). Así pues, el camino (nuestro camino) está claro, según nos muestran las palabras y las obras del Papa.
Eso sí, se observa que todas las respuestas del Pontífice tienen el mismo grado de contundencia o falta de ella, de manera que no veo en ningún momento un agravio a cualquiera de los participantes, ni a aquellos a quienes representan directa o indirectamente, ni a ninguna institución de la Iglesia o fuera de ella. Si alguien se siente herido, será por tener la piel muy fina, o por el mero hecho de haber sido nombrado.
La producción del programa es buena, aunque el sonido no está a la altura de las voces afectadas por la emoción del momento y desgarbadas por una vida que se adivina lujuriosa en la mayoría de los participantes en la reunión. Con sus pros y sus contras, reconozco que me provocaba la emoción aquella que me humedecía los ojos, incluso en mi análisis a posteriori. ¡Cuánto sufrimiento hay en el mundo! −Y el programa lo retrata a las verdes y a las maduras.
Con todo, se observa que no es extraña la frase lapidaria de Jordi Évole en una entrevista posterior a la emisión: “Yo creo que [con el Papa] nos inspiramos mutuamente”. “El confidente del Papa”, lo presentaba el diario El País en un gran titular. Eso sí, se encuentran a faltar subtítulos en inglés que la mala grabación dificultaba aún más.
Un párrafo aparte para apreciar la oportunidad brindada por la Naturaleza con las gotas de lluvia al caer junto con las lágrimas desconsoladas de alguno de los participantes… El desgarro hacía acto de presencia y los truenos añadían dramatismo y naturalidad a la escena, al tiempo que relajaban el ambiente de la que podía ser la charla entrañable de un abuelo con sus nietos. Y los ausculta.
Cuarta respuesta: El Papa siente
Otra cosa. De “encerrona”, como lo calificaron algunos comentaristas, nada: me pareció que todo se explicitó con sumo respeto. Tanta naturalidad emergía con las palabras que fluían con las emociones encontradas, que alguno de los chicos incluso le pedía al Papa licencia para su vida libidinosa… cosa que el Papa no hace en ningún momento: la verdad con caridad. ¡Hasta hubo contrato! El chico presuntamente abusado en un colegio consigue del Papa en persona −en vivo y en directo− su compromiso a revisar su caso, ciertamente enrevesado.
Da la impresión de que el Papa pone la forma por encima del contenido, como si dando el contenido por supuesto, tratara de darle forma. No da clase de religión, solo siente el momento. Ya sabemos, no se puede llegar a todo, y mucho menos en una exposición pública televisada de estas características, cuya duración y expectación están sentenciadas. La televisión es ante todo imagen.
El Papa, como todos nosotros, también tiene sus defectos. Mira qué dice un santo de los santos: “[Son] personas como nosotros, de carne y hueso, con flaquezas y debilidades, que supieron vencer y vencerse por amor de Dios” (San Josemaría Escrivá de Balaguer. Amigos de Dios. Ed. Rialp. Madrid. N. 20).
Quizás por eso, mientras dura la exposición, el Papa expone el talante preciso en total atención, como si esperara a un momento más oportuno para abrir la boca. En un diálogo al rojo vivo como el que hoy precisa la Iglesia, lo primero que hay que hacer es escuchar, no abochornar arrasando con encíclicas. La encíclica la defenderá después de reunir las palabras de que precisa, con el formato adecuado. Además, se supone que el Papa estaba al corriente del formato de la entrevista. ¿Por qué suponer una traición?
Ya sabemos desde siempre que el Papa Francisco es un espíritu libre con visión larga y aparentemente poco profunda, amable y que piensa despacio porque lo calibra todo, y así es cómo acaba viendo lo que otros no ven… o quizás se confirma lo que previamente intuía. Entonces será el momento de la reelaboración y la meticulosidad en escoger palabras que le caracteriza cuando escribe, para finalizar colocando la guinda sobre el pastel.
Quinta respuesta: El Papa inspira
¿Ha servido de algo tanta exposición? ¡Está claro que sí! Con esta entrevista, el Papa nos está marcando el camino que debemos recorrer, porque ya no es cuestión de tener o no tener ese carisma particular de la acogida, sino de ser Iglesia, pues ese es el carisma de Jesús, a quien debemos imitar.
El Papa nos da ejemplo abriéndonos el camino para que nosotros lo andemos y le sigamos. Nos costará mucho a los que somos muy señoritos, pero es lo que toca, y por eso será inevitable: la llamada nos irá dando la cara hasta que cedamos a su clamor. Como ha dicho el Papa en alguna ocasión, “a todos nos gusta el sillón”, y con su palabra y su ejemplo nos está enseñando que la poltrona no está hecha para el cristiano.
Hay personas muy severas con la exposición que ahora analizamos, afirmando que con ella el Papa no ayuda a los católicos. ¡Yo pienso que sí! Nos hace ver que cuando nos llamamos cristianos no somos y no debemos ser distintos, aunque, eso sí, cada uno deba actuar según su personalidad formada: todos somos hermanos que caminamos hacia el mismo Reino, con nuestras limitaciones y nuestros temores. Por eso entre todos debemos asistirnos y remar en la barca, con la certeza de que es Dios mismo que nos guía con su Espíritu a través de la persona del Papa, que es quien Él ha puesto para conducirnos.
Por tanto, no sé por qué tanto escándalo y tanta crítica destructiva por parte de algunas personas, porque no hay para tanto. En mis conversaciones y en las repercusiones en los medios, más que oposición, he observado desconcierto. Pero es un documental que se sale airoso de la prueba, en perfecta coherencia con el mensaje y el pontificado entero de este Papa. La única novedad es ver al Papa en una silla conversando de tú a tú con un corro de jovencitos sentados en unas sillas.
Sexta respuesta: El Papa indica
En definitiva, solo podríamos añadir: “¡Demostrado! Quien mueve las piernas, mueve el corazón”. Así vendía un anuncio de televisión allá por los años ’70 (y no hace mucho lo repitieron adaptado a los nuevos tiempos) una bicicleta estática destinada a los abuelos, pero que hoy nos vendría bien a todos. Las implicaciones emergerán. Las aplicaciones también. Jordi Évole ha osado agitar el coco, el Papa ha sido valiente de abrirlo.
“¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!”, exclamaba el Papa Juan Pablo II. Sigamos el camino que nos marcan los dos Papas. Aquellos periféricos cuestionaron al Papa Francisco, le escucharon y le lloraron. ¿Qué más se puede pedir? ¡Le palparon, en vivo y en directo! El resto −su conversión y la nuestra−, corre a cargo del Espíritu Santo, que hable a nuestras conciencias, según el plan de Dios: “¿Y a ti qué? Tú, sígueme”, le dispara Jesús a Pedro cuando menosprecia que Juan le siga, como si este fuera un advenedizo (Jn 21,19-22).
Es hora de abrir nuevos caminos. En eso la Iglesia es experta. Si siempre haces lo mismo, siempre obtendrás lo mismo de lo mismo… y hasta degenerado, porque el mensaje que no se renueva se carcome. ¡No digamos en el mundo de la imagen! Por tanto, hay que combinar tradición y modernidad. Pero para aplicar el resultado será necesario, como siempre, planificar… previo análisis de la situación. Eso está haciendo el Papa. Toca pulsar. Más: toca sentir el pálpito que clama desde la miseria de las periferias. Y para hablar claro no hacen falta muchas palabras.
Por tanto, no solo a los chicos, también a nosotros, incluso al Papa le habrá venido bien la entrevista para palpar a conciencia la gravedad del momento; de cerca y tocando la herida es la mejor manera de diagnosticarla, para luego poder curarla. Todo lleva su tiempo. Ahora toca esperar los frutos sin desfallecer en nuestra implicación. ¡Enhorabuena, Papa Francisco! ¡Eso son agallas! ¡Es usted el ejemplo imborrable del testigo! ¡Eso es coherencia, eso es amor, eso es liderar!
Es cierto. La libertad tiene sus peligros. Pero ello no implica que debamos rechazar la libertad, sino que hay que conseguir capearlos, asumiéndola y eligiendo con ella el buen camino. Es el precio y el valor de ser líder; es el precio y el valor de ser el Papa de la gente. Y eso se paga… y se cobra con creces. ¡Paguemos todos, que cobraremos!
Conclusión: ¡El Papa escucha!
Vemos al Papa que, más callado que parlanchín, como buen médico, se acerca a la herida no desde el juicio a la culpa que pueda tener el enfermo, sino directo a curarla Share on X