Cumplí con mis obligaciones militares durante trece meses, al acabar la carrera de Derecho, en el CIR número 1 de Colmenar Viejo, Madrid (1984-85). Dejando aparte alguna buena amistad, que aún conservo como oro en paño, aquello me pareció una absoluta pérdida de tiempo. Un año lanzado a la basura. Mientras algunas compañeras de promoción preparaban oposiciones a notarías, allí estábamos la mayoría de los varones recién licenciados regalando un año de nuestras vidas para servir a la Patria. Además, sufrí una agresión por parte de un teniente chusquero en el campo de tiro que no me atreví a denunciar y que, para más inri, me acabó costando un fin de semana arrestado en el cuartel sin permiso. En fin, historias de la mili. “Ardor guerrero”, como el título de la imprescindible novela de Antonio Muñoz Molina que todo el que hizo el servicio militar debería haber leído. “Ardor guerrero”, como el título del himno de Infantería.
Por otro lado, un primo hermano que se apuntó voluntario a la Legión, se enganchó allí a las drogas y ya nunca más fue el mismo. 20 años después la policía lo encontró muerto por sobredosis en el piso de su camello, a quien le había comprado su última papela a cambio de una cazadora recién estrenada que le había regalado su padre. Descansa en paz.
De manera que si alguna vez tuve espíritu militar (yo no lo recuerdo), se me pasó de golpe tras esas experiencias. Me declaro pacifista y ojalá no tuviéramos ninguna necesidad de tener ejército. Ni nosotros, ni nadie. En un mundo ideal, sería lo más deseable.
Pero no vivimos en mundo ideal, como estamos comprobando estos días. Y además hay que recordar que en España, el 9 de marzo de 2001, el Consejo de Ministros presidido por José María Aznar, aprobó la supresión del servicio militar obligatorio, que había estado en vigor durante 200 años. Dicen que se incluyó en los llamados Pactos del Majestic con Convergència i Unió, gracias a los cuales Aznar fue investido presidente del Gobierno. Era una de las condiciones de los nacionalistas catalanes para apoyar su investidura.
El ministro de Defensa era Federico Trillo, y fue el encargado de reorganizar las tropas para convertirlas en ejército profesional. Hoy en día las fuerzas armadas españolas se han modernizado notablemente y han intervenido en cientos de operaciones militares en todo el mundo, muchas de ellas misiones de paz internacionales.
Otro de mis primos, más lejano, es coronel de Infantería, doctor en Ciencias Políticas, excomandante militar en Guipúzcoa y ha servido en misiones humanitarias en Irak, Afganistán y en Bosnia, tras la guerra de los Balcanes. Se salvó milagrosamente de un atentado cerca de Sarajevo en el que murieron los dos oficiales que le acompañaban en un traslado de heridos a un hospital.
Es otro perfil y otro modelo de ejército, sin duda. El mismo que cuenta en su organización con la UME, la Unidad Militar de Emergencias (UME). Una “fuerza conjunta, organizada con carácter permanente, que tiene como misión la intervención en cualquier lugar del territorio nacional, para contribuir a la seguridad y bienestar de los ciudadanos, junto con las instituciones del Estado y las Administraciones Públicas, en los supuestos de grave riesgo, catástrofe, calamidad u otras necesidades públicas”, según dispone la Ley Orgánica 5/2005, de 17 de noviembre, de la Defensa Nacional, que la creó, durante el mandato de Zapatero.
Hemos visto estos días de confinamiento la utilidad de una unidad de esas características, su eficacia en la desinfección de locales diversos, residencias de ancianos y centros de menores, su capacidad para montar hospitales de campaña con una velocidad inusitada, etc. Por desgracia, también ha fallecido ya alguno de sus miembros a causa del coronavirus.
La experiencia obtenida por la Unidad Militar de Emergencias desde su creación la han convertido en un referente internacional para la creación de unidades similares en otros países.
Así que parece incomprensible que hace 15 días el conseller de Interior de la Generalitat, Miquel Buch, dijera que “no los necesitamos”, refiriéndose a la presencia militar en Catalunya, o que la consellera de Salut, Alba Vergés, rechazara la ayuda de “no sé qué ejército”. Al poco tiempo, varios ayuntamientos y el propio Govern de la Generalitat solicitaron la presencia de la UME para colaborar en distintas tareas en el combate contra la pandemia que estamos sufriendo. Y no sólo porque los catalanes “también lo pagamos”, como recordó el presidente Quim Torra. Es que es el ejército de nuestro Estado, del que, al menos de momento, seguimos formando parte.
En este mundo complejo, la presencia de un ejército profesional moderno y preparado resulta absolutamente imprescindible en labores de Defensa. Pero, desde luego, su existencia tiene todo el sentido cuando actúa en misiones de paz, en la lucha contra el terrorismo internacional y en situaciones de emergencia como la que vivimos estos días en España.
Entre todos, con la ayuda de todos, también del ejército, acabaremos con el virus.
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