Hoy he recibido un vídeo, aparentemente grabado en el Congreso, en el que aparece un diputado que lleva en la mano lo que, según el texto que acompaña al vídeo, parece ser un montón de documentos de identidad, que va introduciendo en la ranura correspondiente al asiento del titular de cada documento. El texto afirma que el diputado en cuestión está “fichando” por los diputados ausentes, a fin, aparentemente, de simular que han estado presentes en la sesión y así poder cobrar las dietas correspondientes.
Ignoro si es eso en realidad lo que estaba haciendo el tal diputado, pero si no lo es, aconsejaría evitar actuaciones que puedan excitar la ya bastante susceptible imaginación del sufrido votante.
En cualquier caso, la anécdota me ha dado ocasión de pensar: el gobierno acaba de obligar a todas las empresas a controlar los horarios de todos los trabajadores, pasándose por el arco de triunfo el hecho de que hoy, y con tendencia creciente, las empresas necesitan crear puestos de trabajo cada vez más autónomos, cuyo rendimiento se mide por los resultados y no por el cumplimiento horario, de modo que el estricto cumplimiento del horario convencional es más una reliquia del pasado que una realidad.
Muchos trabajos se desarrollan fuera de la empresa, en horarios que dependen mucho más de las necesidades del cliente que de cualquier normativa, desarrollándose con frecuencia en las propias instalaciones de los clientes, comportando a menudo desplazamientos, no sólo locales o nacionales, sino incluso intercontinentales, con pernoctaciones fuera del domicilio a veces durante largos periodos, sin olvidar el llamado home office o trabajo en casa, habitual sobre todo entre el personal comercial, que alterna las visitas a los clientes con su preparación y reporte en el propio domicilio, y entre el personal dedicado a la tecnología de la información.
No contento con eso, el gobierno da otro golpe bajo a las empresas estableciendo que, en aras a compatibilizar mejor el trabajo con la vida familiar, cada trabajador puede escoger el horario que le apetezca, destrozando de ese modo la organización del trabajo de las empresas, especialmente de las industriales que trabajan por el sistema de turnos, y obligando a las partes a duras negociaciones (con sus concesiones) para, simplemente, poder seguir trabajando como antes, pero con menos seguridad legal.
Hace años que estoy jubilado, pero he trabajado durante 35 años como directivo en empresas de varios sectores, y pienso que, si hoy tuviese que hacer ese trabajo, agarraría una depresión de caballo o me meterían en la cárcel por agredir a los eximios inventores de esas paridas, digo leyes.
Pues bien, mientras nuestro gobierno se dedica a hacer cada vez más imposible el funcionamiento de las empresas de este país, nuestros diputados proporcionan la ocasión de grabar un vídeo que puede sugerir unos fichajes fraudulentos a una población notablemente cabreada.
Y, puestos a pensar, he seguido pensando: ¿qué pasaría en este país si algunas personas como Amancio Ortega o Juan Roig, por poner algún ejemplo, personas que han demostrado que valen y que pueden, que no necesitan enriquecerse porque ya lo han hecho con su esfuerzo, que han creado riqueza y puestos de trabajo, que se han ganado un prestigio internacional por sus éxitos, qué pasaría, digo, si algunas de estas personas – a petición de una población harta de incompetentes e indeseables – decidieran echar del Congreso, del Senado y del Gobierno a esta casta política insufrible y tomasen el país en sus manos? Un gobierno de aristos, de los mejores, que estableciese una verdadera justicia, la que da a cada uno según sus méritos, no según el carnet que lleva en el bolsillo o de quién es pariente. Un gobierno que pusiera orden, que dignificase el trabajo y a quien lo crea, que procurase una buena educación a los jóvenes, basada en el mérito y en el esfuerzo. Un gobierno que enseñase al país su verdadera historia, para sacar conclusiones y no volver a caer en los mismos errores. Un gobierno que tomase medidas para garantizar unos medios de comunicación al servicio de la buena información y no de la manipulación…
Es un sueño, evidentemente, pero soñar es gratis, y quién sabe si a fuerza de hartarnos de su incompetencia, de sus corrupciones y corruptelas, los políticos no conseguirán algún día que nos unamos para decir: “¡Amancio al poder!”, o algo parecido.