Este inicio de Cuaresma es la llamada fuerte a la penitencia, conversión personal y a la caridad como manifestación de amor a los demás. Y en esta meditación es necesario afrontar los tiempos que estamos viviendo y cual ha de ser la respuesta cristiana.
Todo lo que sucede es terrible, tanto que no queda lugar para los espectadores. Es así porque inexorablemente la sociedad desvinculada y la anomia que genera es incapaz de resolver sus propias crisis, ni las que un entorno critico le provoca. Esto es especialmente evidente en el caso de Europa, pero en una buena media sucede en EUA y en muchos países de Hispanoamérica. Cada crisis adicional complica las precedentes, sin que ninguna se resuelva. La Crisis del 2008-2015, la de la Covid del 2020-2021, la crisis climática, la ruptura de las cadenas logísticas globales, la crisis generada por la transición energética, la inflación que no tenia de venir y ahora ocupa el escenario, y ahora, la guerra de Ucrania, que empeorará todas las condiciones.
Mientras, la crisis demográfica sigue galopando en España y Europa, y en el 2021 por primera vez se ha perdido población en la UE. Un continente cada vez más envejecido y marginal demográficamente, con una vecina África preñada de gente joven que ya más que duplica la población europea y que en el 2050 será casi el 40% de la población mundial. Verán, el “Gran Remplazo” será un discurso de la extrema derecha, pero además es una evidencia demográfica. Y no por una actuación malévola de un “cerebro gris” islámico, que en África también abundan los cristianos, sino porque hace tiempo que Europa pactó con la cultura de la muerte, y sigue profundizando en ella, con España y sus leyes a la cabeza. Y la vida siempre acaba imponiéndose a la muerte.
Pero, a pesar de todas estas catástrofes crecientes, el Pueblo de Dios en España y en Europa sigue distraído en otras cuestiones, como ausente de la primera línea, y además perfectamente fragmentado.
Se suceden las leyes de escándalo, las actuaciones ejecutivas del gobierno y las comunidades que implican convertir el estado de derecho en un estado ideológicamente dirigido, se liquidan los derechos de los padres, se educan en el desafuero sexual a los jóvenes, crece la pobreza infantil hasta extremos nunca vistos, sigue denegándose toda política familiar y a favor de la maternidad, pero muy pocas personas y asociaciones llegan a la conclusión de que la única manera de cambiar las cosas es mediante la unidad de acción. Solo cabe el laborioso y necesario camino de impulsarla desde las propias realidades católicas. Algunas son muy importantes y grandes, pero incluso ellas han de ser conscientes de que por sí mismas son insuficientes. Pueden ser piedra de toque, pero se necesita mucho más para transformar una realidad que nos conduce a la catástrofe.
Os llamamos a la unidad de acción.
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