Es en la escuela secundaria donde comienza la verdadera batalla por el alma de nuestros jóvenes. Y es en esos primeros años, alrededor de los once o doce, cuando empiezan a confrontar lo que han aprendido en casa o en la parroquia con lo que el mundo les impone.
De repente, el relato de la Creación en seis días se ve atacado por las explicaciones científicas del Big Bang y la evolución.
Aún peor: el veneno del relativismo comienza a infiltrarse en sus mentes.
Se les dice que cada uno tiene su propia verdad, que no hay una verdad absoluta, que el bien y el mal son conceptos subjetivos.
Y allí, en ese campo minado de confusión, los adultos responsables de su formación suelen estar desarmados, sin respuestas claras, sin una estrategia para defender la fe y la razón de sus hijos.
El problema radica en que muchos padres nunca han profundizado en su propia fe.
Han aprendido lo justo para recibir los sacramentos, pero nunca se han tomado la molestia de confrontar sus dudas, de desarrollar una comprensión profunda y razonada de lo que la Iglesia enseña.
Por ello, cuando sus hijos llegan con preguntas fundamentales—»Papá, ¿es cierto que la Biblia se contradice con la ciencia?» «¿Por qué es malo acostarme con mi novia?»—no saben qué responder.
Algunos evitan el tema; otros ofrecen respuestas superficiales o insatisfactorias; otros, simplemente, cambian de conversación. ¿El resultado? Los adolescentes perciben la fe como algo infantil, algo que se deja atrás cuando se empieza a pensar seriamente.
La Iglesia, por su parte, tampoco ha sabido estar a la altura. Demasiadas veces hemos caído en una catequesis sentimentalista, blanda, que presenta a Dios como un osito de peluche, un ente amoroso y cálido, pero sin la fuerza ni la racionalidad que debe tener el Creador del universo.
No es de extrañar que los adolescentes de hoy vean a la religión como un cuento bonito, pero sin relevancia para sus vidas.
¿Qué adolescente querría seguirlo?
Para rescatar a nuestros jóvenes del nihilismo y del relativismo, es urgente cambiar de estrategia.
No podemos seguir presentándoles una fe débil, una fe que se derrumba al primer embate del escepticismo. Porque no es así.
Necesitan al verdadero Dios, fuerte, aventurero y con vida. Y necesitan, sobre todo, entender que la fe católica no es irracional. Muy al contrario: es la más razonable de todas las cosmovisiones.
Cristo no vino a enseñarnos absurdos, sino verdades profundas que pueden sostenerse incluso ante el escrutinio más exigente y que responde a cada una de las dudas, alegrías y adversidades de nuestras vidas.
Una fe desvinculada de la vida
El gran problema es que muchos adolescentes perciben un divorcio entre la fe y la razón, entre fe y todo los demás aspectos de la vida.
La religión se convierte en una práctica de como mucho los domingos, y desconectada de lo que viven el resto de la semana, desconectada de cada circunstancia de la vida.
Lo que viven en el recreo o lo que aprenden en clase de matemáticas, historia o ciencias no parece tener relación con lo que escuchan en catequesis.
Para corregir esta situación, es imprescindible mostrar al Señor y recuperar la capacidad de pensar.
Y esto no significa solo memorizar el Catecismo, sino desarrollar una mentalidad crítica que permita a los jóvenes enfrentarse a los grandes desafíos intelectuales de nuestro tiempo. Y por supuesto acercarles a Dios real, vivo y presente en la Hostia consagrada.
La catequesis debe asumir, entre otras cosas, el papel de formador mentes despiertas.
Tomemos como ejemplo la búsqueda de identidad. Todo adolescente, en algún momento, se pregunta: «¿Quién soy?». Esta es una oportunidad única para hablar de la vocación cristiana. Pero, para hacerlo, primero hay que entender la profundidad de la pregunta. No basta con decirle a un joven que fue creado por Dios y que tiene una misión. Hay que mostrarle por qué esa afirmación es verdadera.
Parece obvio, pero si yo soy yo, significa que no soy otro. Que tengo una esencia propia. Que mi existencia es distinta de la nada. Estas verdades, que pueden parecer abstractas, son en realidad el fundamento para entender qué significa ser humano. Y, sin embargo, la mayoría de los adolescentes nunca ha reflexionado sobre ellas.
El problema de fondo es que hemos educado a generaciones enteras en la distracción.
Vivimos rodeados de pantallas, de información superficial, de entretenimiento constante. No hay tiempo para la contemplación, para la filosofía, para el silencio. Sin embargo, si queremos que nuestros hijos descubran la verdad, debemos enseñarles a mirar la realidad con atención.
No basta con decirles lo que deben creer: tienen que experimentar por sí mismos la belleza del orden natural, el milagro de la vida, la maravilla de la existencia.
¿Seremos capaces de darle las herramientas para descubrir la verdad, o dejaremos que el mundo le convenza de que todo es relativo?
Si queremos recuperar a las nuevas generaciones para la fe, debemos apostar por una catequesis fuerte, profunda y racional. No debemos temer al pensamiento crítico: al contrario, debemos fomentarlo.
La verdad no teme a la razón. Si algo no resiste el análisis, es porque no es verdad. Y la fe católica es verdadera. Pero si no les enseñamos a pensar, si no les damos respuestas sólidas, los perderemos.
El problema de fondo es que hemos educado a generaciones enteras en la distracción Share on X
2 Comentarios. Dejar nuevo
Acertado el artículo. Como todos los de Míriam Esteban.
Y me permito comentar:
¿La creación del génesis es un cuento porque no es compatible con la ciencia que habla del Big Bang? Pues al Big Bang le han enfrentado la teoría del Big Bounce.
Y a la del Diseño Inteligente, le han enfrentado la del azar, donde todas las probabilidades son realidades en dimensiones infinitas.
Que las únicas evidencias científicas son las del Big Bang no importa. Porque teoría nueva que publiquen, teoría que atrae la atención.
Que la fuerza de la gravedad no existe, sino que es una curvatura del espacio.
Que las verdades de Newton quedaron anticuadas con la Relatividad y la Cuántica.
Que el código genético no es producto de una Mente Superior (Dios), sino de millones de combinaciones posibles en casi 14 mil millones de años del universo (así sea tan improbable como que, un chimpancé pulsando un teclado durante ese mismo lapso, produzca «El Quijote».)
Al que quiere creer, una prueba le basta. Al que no quiera creer, mil pruebas no le son suficientes. (No sé quién lo dijo.)
A lo que voy con estos ejemplos es a que toca poner a los jóvenes y no jóvenes contra la pared. No darles opciones de usar torpes falacias y vergonzosos razonamientos con los cuales replicar con terquedad e ignorancia a argumentos bien fundados. Se aprovecha mejor el tiempo evitando debatir, que enredarse en debates infructuosos.
El genial Blas Pascal, hablando con un amigo ateo, no se puso a probarle la existencia de Dios. Sólo le dijo a un ateo: Si Dios no existe, yo, que soy creyente y hago la voluntad de ese Dios, me muero pero nada perdí. Si Dios existe, tú, que no eres creyente y haces tu voluntad, todo lo perdiste.
De ahí salió la frase de Clive Staples Lewis:
Hay dos clases de hombres: El que mientras vive le dice a Dios: «Hágase tu voluntad». Y aquél al que, cuando muere, Dios le dice: «Hágase tu voluntad».
Al muy usado disparate «el bien y el mal son conceptos subjetivos; cada uno tiene su propia verdad, no hay una verdad absoluta», se le puede oponer: «Si no hay una verdad absoluta, entonces la frase «no hay una verdad absoluta» tampoco es una verdad absoluta.
Muchas gracias por tu aportación.